El elixir de la juventud de Plácido Domingo con «Thaïs» en el Palau
Su actuación culminó en olor de multitud, con el teatro en pie y rendido ante la fe del intérprete
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
A la entrada del Palau de les Arts de Valencia hay una pared en la que se anotan los títulos de la óperas interpretadas. Parecen medallas en la habitación del plusmarquista: todas necesarias para entender lo que se es y, una a una, imprescindibles ... para reconocer las hazañas conseguidas. La lista se amplía estos días con "Thaïs" de Massenet , ópera que llega hasta este escenario de la mano de un corredor de fondo como Plácido Domingo , quien nada tiene que demostrar pero cuya inquietud, entusiasmo y denuedo hacen que a su particular sala de trofeos se añada ahora el papel del monje Athanaël, interpretado por primera vez en Valencia.
Que Domingo tiene mucho ganado es algo evidente, y ayer se demostró. Aún no había casi cantado, apenas emitió una nota final, larga y con buen apoyo, y ya se oía en el teatro el bravo de algún entusiasta espectador. Era el comienzo de una actuación que culminaba en olor de multitud, con el teatro en pie y rendido ante la fe del intérprete.
Pero quizá importe más lo que sucedió en el ínterin y como Domingo, Athanaël, es capaz de convertir en mística a la hetera Thaïs, antes de mostrar su falibilidad sucumbiendo al encanto carnal. El timbre, el color de la voz, es asunto importante por lo que tiene de caracterización, algo que Domingo transmuta con habilidad convirtiendo la armada gravedad baritonal del cenobita en la aguerrida templanza de un entusiasta predicador. En el tercer acto es más obvio y también arriesgado pues los sentimientos quedan a flor de piel y del contraste de caracteres depende buena parte del clímax final. Con todo la balanza se vence hacia Domingo pues hay mucho de verdad en la actuación, convicción, una adecuación física pausible, y una muy estimable nobleza en el canto, que incluso podrá ir a más en cuanto el papel esté más asegurado.
Hay mucho de verdad en la actuación, convicción, una adecuación física pausible
La inteligencia del intérprete es tan indudable como la calidad global del espectáculo. Entre los compañeros del reparto destaca Malin Byström, buena soprano para el muy comprometido papel de Thaïs, cuya espesura vocal, adecuación para lo dramático y penetración compensa algún esporádico destemple. Es el anverso de Paolo Fanale, Nicias de línea fácil, igualdad en los registros, agradable emisión y cierta monotonía en el estilo. Aunque esta es una cuestión que no acaba de resolverse de forma taxativa ante una ópera cuyo afrancesado orientalismo admite una interpretación más colorista. El maestro Patrick Fournillier prefiere la finura, el gusto y la precisión en el acompañamiento, y con estas herramientas sirvió la famosa "Meditación" de "Thaïs", para entusiasmo del público y gloria del violinista Stefan Epersjesi.
Metáfora del simbolismo original
Al terminar, también participó de la ovación final la directora Nicola Raab, responsable de una producción de la GöteborgsOperan. Su ingenio es obvio al transmutar el simbolismo original en metáfora y convirtiendo la Alejandría de Thaïs en su teatro y, por tanto, en lugar pecaminoso. La habilidad en los cambios escénicos, la riqueza decimonónica y dorada del vestuario, la erótica sobriedad del desierto y algún detalle kitsch, como el del alma de Thaïs ascendiendo al paraíso, acompañan a una producción que narra la obra con facilidad.
"Thaïs" ha llegado a Valencia aprovechando el centenario de Massenet. En él se incluye Le Cid, en versión de concierto dirigida por Plácido Domingo, quien aún lo hará en algunas funciones de "Tosca". En Valencia, como en casa.
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