Neil Young se desboca en Rock in Rio
POR PABLO M. PITA / I. SERRANOFOTO: JORDI ROMEUMADRID. Sin concesiones. Así apareció Neil Young pasada la media noche, y pasada la hora prevista para su actuación. El festival, que hasta ese momento
POR PABLO M. PITA / I. SERRANO
FOTO: JORDI ROMEU
MADRID. Sin concesiones. Así apareció Neil Young pasada la media noche, y pasada la hora prevista para su actuación. El festival, que hasta ese momento se había desarrollado según la filosofía familiar que impregna Rock in ... Rio, dio un giro de 180 grados. La música amable y para todos los gustos que habían desplegado hasta ese momento Alanis Morissette, Jack Johnson y Manolo García se convirtió en furia desbocada protagonizada, precisamente, por el músico más veterano de los presentes. Las familias con niños pequeños se alejaban de aquel huracán que se les venía encima, y los jovenzuelos que se lanzaban por la tirolina delante del escenario ofrecían un extraño y delirante contraste con la clase magistral que ofrecía, mientras, una leyenda viva del rock.
El artista canadiense desató un torbellino de guitarras distorsionadas y de sonido denso que apenas tuvo tregua a lo largo de las casi dos horas que duró el recital. Hubo pocos atisbos de su faceta acústica; «Too far gone» y «Oh, lonesome me». El resto fue un repaso trepidante a su carrera, comenzando precisamente por el principio, con «Mr. Soul», pasando por «Cinammon girl», «Hey hey, my my» o «Mother hearth»..., y con pocas alusiones a su más reciente disco, «Chrome dreams II»: «Spirit road» y «No hidden path» -esta última alargada hasta la extenuación-. Lo que está claro es que tiene repertorio de sobra donde elegir.
Con largos desarrollos de cada canción, con una energía impropia de su edad (62 años), dándose la vuelta de vez en cuando para disfrutar el momento con sus músicos, Neil Young cumplió con creces su cometido de gran estrella de la sesión inaugural, aunque su concierto estuvo dedicado a los incondicionales. El resto del público permanecía más bien atónito. La sorpresa la dio al final, con «A day in the life», la célebre canción de los Beatles.
Nada más terminar su versión, los fuegos artificiales dieron por terminada la jornada. Fueron 51.000 los espectadores que decidieron acercarse ayer a la Ciudad del Rock -situada en la madrileña Arganda del Rey y con un aforo de 100.000 personas-. Al igual que Las Vegas, esta urbe en miniatura ha sido levantada en medio de un secarral. Y eso se nota.
La primera gran estrella
La primera gran estrella en aparecer por el escenario principal fue Alanis Morisette y verdaderamente salió dispuesta a dar fe de su estatus. Por cierto, aquí el espectador pudo darse cuenta de un detalle que es muy de agradecer: el enorme montaje que tenía delante estaba situado entre el sol y el público, ofreciendo un pequeño descanso a la castigada piel.
Más fuego, sin embargo, fue el que desprendía la artista canadiense. Apareció muy motivada -al igual que los músicos que la acompañaban-, dispuesta a agradar y con canciones aceleradas y guitarreras, aunque luego fue atemperando el ritmo. Eso sí, permaneció en continuo movimiento, tocando la guitarra y la armónica, mientras desgranaba los temas de su más reciente disco, «Flavors of entanglement». «Underneath» y «Moratorium» fueron los temas más coreados en una actuación en la que supo aprovechar esos saltos emocionales que domina con su voz.
Prácticamente al mismo tiempo que Alanis Morissette reunía a miles en el escenario principal, Loquillo subía al Hot Stage, y con él, se olvidaron los fogonazos del sol. Alrededor de mil personas se arremolinaron frente a las tablas para recibir al catalán, que arrancó con «Rock and roll actitud», haciendo honor al título de la canción. Frente a los sudores propios del momento, supo mantener el tipo con su impecable traje.
Contrastaba, pues, con el chico más sencillo de la tarde, Jack Johnson. Acompañado tan sólo por tres músicos, con pantalones vaqueros y camiseta, el cantante norteamericano hizo gala de su naturalidad y buenas maneras. Poco a poco se ha ido forjando su caché de estrella -recientemente fue portada del «Rolling Stone»-, y aquí poco a poco va adquiriendo el protagonismo que se merece. Sus canciones resultan agradables, soleadas, sanotas y ligeramente bailables. Agradables notas de soul, de música jamaicana, de pop californiano, el también surfero nos mostraba las bondades de su disco «Sleep through the static», con el que hace un canto feliz a su situación de padre. Alegría contagiosa y buen rollo es el que desprende este artista con un excelente futuro.
Recta final
Manolo García continuó la velada con la presentación de «Saldremos a la lluvia» ante sus fans. El ex Último de la fila se fue mostrando cada vez más animado según avanzaba el show, e incluso se bajó a cantar con el público poco después de los primeros compases con «Provincia de un río negro».
La recta final, llena de reivindicación ecologista, levantó a todos en la explanada de la Ciudad del Rock, ya que fue entonces cuando llegaron los clásicos de su antigua banda. Sin embargo, fue con un tema de su carrera en solitario, «A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando», cuando el delirio se apoderó de sus fans.
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