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Javier Camarena: «Creerse todopoderoso siempre tiene malas consecuencias»

El tenor mexicano cantó ayer sábado «L´elisir d'amore» en el Teatro Real, donde el día 13 ofrecerá un concierto y donde interpretará, a partir del 30 de noviembre, «Il pirata»

Javier Camarena, en el Teatro Real durante la entrevista Ernesto Agudo
Julio Bravo

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Javier Camarena (Veracruz, México, 1976) ha hecho del «bis» una de sus especialidades. A pesar de ser una práctica casi desaparecida en los teatros de ópera, se puede colgar la medalla de haber tenido que repetir sus arias en el Metropolitan Opera House de Nueva York, el Covent Garden londinense, el Liceo barcelonés o el Teatro Real. Cuando se le recuerda se dibuja en su rostro una sonrisa traviesa. Y es que Camarena es un hombre sonriente; también es uno de los más grandes tenores de nuestros días; pero eso, solo, cuando se sube al escenario. Fuera de él es eso, un hombre sonriente. Las próximas semanas se va a instalar en el Teatro Real: ayer cantó una única función de «L’elisir d’amore», el día 13 protagonizará la Gran Gala 2019 del Teatro Real; y entre el 30 de noviembre y el 20 de diciembre interpretará la ópera «Il Pirata», de Bellini, en el coliseo madrileño.

Tengo que empezar preguntándole por el «caso Plácido Domingo? ¿Tiene alguna opinión sobre ello?

(Medita durante unos segundos) A ver... Creo que... Mire... Hay una gran diferencia entre hacer una denuncia y hacer una declaración. Las dos cosas tienen razones y fines distintos, y hasta ahora no hay una denuncia formal. Mi único deseo es que se haga justicia en el término total y general de la palabra. Eso es lo que yo espero.

Viéndole actuar y escuchándole hablar, el término divo, tan operístico, se cae por los suelos: es usted el antidivo. ¿Los cantantes de ópera son más normales de lo que la gente puede pensar?

¡Yo sí! -ríe sonoramente.

¿Y sus colegas?

No sé, no puedo hablar de otros. Pero yo sí. Soy consciente de que éste es mi trabajo y lo vivo como tal. Ir a los teatros, presentarme, cantar... Es mi trabajo, que el público valora porque causa admiración; sobre todo la posibilidad de conmover, de emocionar a través del canto. Y esa es la base sobre la que yo cimento mi carrera; yo tengo un don y tengo la obligación de compartirlo. De nada me serviría cantar en la ducha y que nadie me escuche; quizás me produciría una satisfacción personal, pero cantar es algo que se hace para compartir. La gente lo agradece y le gusta que cante en los teatros; lo valoro muchísimo, pero no deja de ser mi trabajo. Cuando termino todo lo que tiene que ver con él, yo en mi casa escucho de todo menos ópera; desde cumbias de los años setenta y ochenta, rock y pop de los ochenta: Hombres G, Duncan Dhu, Alaska y Dinarama, Mecano, Soda Stereo, Molotov, Café Tacuba... La música de mi adolescencia. Me encantan los boleros, los mariachis... Escucho de todo. Me gustan los videojuegos, me gusta jugar con mis hijos... Me gusta mi vida «normal»...

«Un cantante de ópera no puede tener una vida normal si por «normal» entendemos ese molde que se nos plantea casi de manera hollywoodiense: es decir, el papá que sale por la manaña a trabajar, regresa, cena con la familia y está un rato con los niños...»

¿Y puede un cantante de ópera tener vida «normal»?

Si por «normal» entendemos ese molde que se nos plantea casi de manera hollywoodiense: es decir, el papá que sale por la manaña a trabajar, regresa, cena con la familia y está un rato con los niños... Eso no, no es posible. Yo resido en Zúrich, en Suiza, y paso allí si acaso tres meses al año, muy repartidito el tiempo. El resto lo paso viajando. Hoy, afortunadamente, tenemos una tecnología que nos permite agarrar el teléfono y hablarnos cara a cara; en ese sentido sí, estoy siempre presente y en constante comunicación con mi familia. Pero estar dentro del «molde» normal no se puede.

Tampoco creo que le gustara...

Sería ideal que yo pudiera encontrar dentro de un solo teatro y estando en mi casa todas las cosas que encuentro viajando por el mundo. Estudiar, ir al teatro, presentarme y regresar a casa a cenar y dormir con mi familia; eso sería lo ideal en un mundo fantástico. Pero la realidad es otra; por otro lado, existe la parte de crecimiento, de aprendizaje, que busco también.

¿Un artista sin crecimiento no es nada?

Depende de las ambiciones y los deseos de cada cantante. A mí me motiva estar constantemente buscando el desarrollo, el crecimiento, el aprendizaje; buscar nuevos retos, ya sea en el repertorio o en nuevas producciones. Creo que ésta es una carrera de constante estudio, de constante trabajo. Nuestro instrumento es parte de nuestro organismo y va sufriendo los mismos cambios que sufre éste. Irnos readaptando, redescubriendo, es un trabajo constante. Yo me acabo de reencontrar después de siete años con «L’elisir d’amore» -la última vez que lo interpreté fue en 2012 en el Liceu de Barcelona-. Y me he encontrado con muchas sorpresas dentro de mi voz porque ya no es el instrumento que era hace siete años; obviamente ha tenido cambios, una evolución, y las cosas que yo podía cantar de una manera muy ligera hoy ni siquiera las visualizo de esa forma. Ha variado incluso mi percepción e interpretación del personaje... Cantar es un continuo trabajar y redescubrirse; no tenemos la facilidad de instalarnos y decir: «ya, con esto tengo bastante».

¿Y merece la pena esta preparación para una sola función, como ha ocurrido con «L’elisir d’amore» en el Teatro Real?

«L’elisir d’amore» es un título que yo quiero mucho. Es la primera ópera completa que me aprendí, siendo todavía estudiante, en 2003, y siempre le he tenido un cariño especial. Es además una de las óperas más entrañables del repertorio, por muy simple e inocente que pueda parecer el argumento. También para mí, quizás porque no he tenido la oportunidad de cantarla mucho, y por eso me apetecía cantarla, aunque fuera solo una única función: para estar dentro de este personaje una vez más.

Estamos a 48 horas de la función.Confiese: ¿sueña con bisar «Una furtiva lagrima?

No, no –ríe a carcajadas–... Es un aria que emociona mucho, pero no me lo he planteado.

¿Pero espera que se lo pidan?

Sí –vuelve a reírse–. Pero aún así no me lo planteo. Debo decir que en estos últimos meses he estado luchando contra la alergia, que las últimas semanas sobre todo me afectó mucho. Mi situación vocal ahorita mismo no es la más cómoda ni a la que estoy acostumbrado. Obviamente pensar en un bis implica siempre un riesgo y un esfuerzo extra. Y yo he de velar primero por mi salud; quiero llegar bien a «Il pirata», que es una de las óperas más exigentes que me he encontrado en los últimos años.

Usted habla siempre del cantante de ópera como un atleta.

Es que lo es. Suelo hacer una analogía con los maratonianos; ellos entrenan, se preparan, hacen carreras de distancias menores -media maratón, diez kilómetros...- para llegar preparados al maratón. Tienen sus períodos de entrenamiento, sus períodos de descanso, una rutina y una programación para tener el mejor rendimiento. Lo mismo hemos de hacer los cantantes. La musculatura que participa en la emisión de sonido ha de entrenarse, trabajarse; necesita su descanso. Debemos tener la misma disciplina que un atleta de élite tanto en el entrenamiento como en el descanso, las horas de sueño e incluso la alimentación.

¿Y no da vértigo saber, por ejemplo, que el 7 de junio de 2020 va a tener que estar en perfecta forma para cantar «La sonnambula» en Berlín?

Sí. Me pasó ya el primer día que empecé a trabajar con una agencia y empezaron a plantearme ideas de repertorio y de producciones, y a presentarme contratos a cuatro años vista. Yo decía: ¿pero cómo sé yo lo que voy a estar haciendo dentro de cuatro años? No tengo ni la más remota idea de si voy a estar vivo o de si voy a poder seguir cantando. Pero me dejé de preocupar por eso y empecé a preocuparme por el día a día, por tratar de hacer lo mejor posible lo que me toca hoy. Porque en la medida en que me cuide y respete mi voz hoy, eso me asegura estar bien mañana. Y el vértigo así es mucho menor.

«Decir que no es lo más sabio que uno puede hacer. Las cosas llegan, hay que confiar en que todo tiene su momento justo. Hay que confiar en el instinto».

¿La palabra «no» la debe incorporar un cantante enseguida a su repertorio?

Absolutamente. Es parte de la inteligencia del cantante reconocerse, saberse con limitaciones. Creerse todopoderoso siempre tiene malas consecuencias. Dependerá de nuevo de la ambición de cada cantante, de lo que quiera lograr ya sea en términos económicos o artísticos, pero hay que saber decir que no. Cantar determinados papeles significa un riesgo para la voz, y yo no quiero correrlos.

Cuando uno es joven y está empezando debe de ser muy difícil decir que no a determinadas propuestas...

Pero decir que no es lo más sabio que uno puede hacer. Las cosas llegan, hay que confiar en que todo tiene su momento justo. Hay que confiar en el instinto. Cuando uno es más joven escucha que no puede fumar, que no puede tomar alcohol... Pero en ocasiones se siente fuerte y cree que sí puede. Eso es un riesgo inútil. Y lo mismo pasa con las decisiones en cuanto al repertorio. Lo repito; es reconocerte con limitaciones. La humildad y la sinceridad con uno mismo son importantes.

Hay que tener conciencia de la propia fragilidad...

Por supuesto, y de la fragilidad del instrumento, de lo fácilmente que puede dañarse. Solo tengo una voz, que es mi patrimonio; he de cuidarla al máximo. Hemos de sabernos frágiles, saber que aunque eres un atleta de alto rendimiento tienes tus limitaciones.

Cambiando de tercio. Usted es muy activo en las redes sociales. ¿Lo hace por diversión, porque es bueno para su carrera?

Es una herramienta de «autopromoción». Pero a la vez me encanta la posibilidad de platicar con la gente que me sigue, que valora y aprecia mi trabajo. Sobre todo soy muy activo en Instagram (@tenorjaviercamarena) y estoy en constante comunicación, compartiendo mi día a día... Yo sé que no estoy descubriendo el hilo negro, pero habrá gente a la que le parezca interesante lo que comento. Me he encontrado además que a mucha gente a la que le gusta la ópera y nos sigue le gusta conocer lo que implica nuestro trabajo. Que no es llegar, aprenderse una canción y cantar; que hay un trabajo previo también muy intelectual: cómo tratas una partitura, el hecho de buscar dentro de lo posible tu propia versión para no convertirte en una copia... Uno, como cantante, proyecta parte de su vida en el canto, y eso es lo que hace única cada una de las interpretaciones.

Cantar no es solo emitir sonidos...

Exacto. Interpretamos a otras personas, otras vidas. Uno va compartiendo, dejando pedacitos de su vida en cada una de sus interpretaciones.

Y para terminar; en enero comienza una gira de recitales por España. ¿Qué va a ofrecer en ellos?

Irán de la mano de lo que espero hacer en los próximos años. Los recitales y los conciertos me han servido siempre como preparación para los títulos que tengo pensado incorporar a mi repertorio... El aria de Gualtiero en «Il pirata», ópera que canto ahora en el Teatro Real, me ha acompañado en mis recitales del último año. Ahora estoy replanteándome el repertorio y tengo en la mira desde hace tiempo la ópera francesa, que va a ir apareciendo en mi calendario: «La favorita», «Lakmé», «Romeo et Juliette». Son precisamente algunas de las piezas que voy a cantar en esos conciertos, junto con «Lucia di Lammermoor», «La traviata»... Es un adelanto de lo que será mi carrera en los próximos años, más alejada del Rossini bufo y buscar un bel canto más lírico.

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