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Javier Camarena: «La exigencia de un cantante de ópera hoy en día es casi la de un atleta»

El intérprete mexicano -uno de los dos que ha ofrecido un bis en la historia reciente del Teatro Real-, canta por vez primera en la Zarzuela

Javier Camarena, a las puertas del Teatro de la Zarzuela Ignacio Gil
Julio Bravo

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El tenor mexicano Javier Camarena (Veracruz, 1976) es un repetidor empedernido, algo que en el mundo de la ópera actual es toda una hazaña. Ha repetido -es decir, ha ofrecido bises- en coliseos como el Teatro Real, donde solo él y Leo Nucci lo han hecho desde su reapertura en 1997; en el Liceo barcelonés o en el Metropolitan de Nueva York, donde comparte ese honor con Luciano Pavarotti y Juan Diego Flórez (los tres son los únicos tenores que han bisado desde 1942); en este último escenario lo hizo en tres funciones seguidas de «La Cenerentola». Sonríe con cierto aire travieso cuando se le recuerda, y recupera la emoción de aquel momento. El domingo cantará por vez primera en el Teatro de la Zarzuela, donde ofrecerá, también por primera vez, un programa dedicado íntegramente a este género. «No soy un gran conocedor de la zarzuela -reconoce-, pero siempre he intentado incluirla en mis recitales. He cantado romanzas de “El trust de los tenorios”, “La bruja”, “La tabernera del puerto”, “El último romántico”... Me gustan mucho su temperamento y su construcción melódica, y tiene además el color y el sabor de la música tradicional española. Me gusta mucho».

¿Canta usted también música popular mexicana?

He cantado la música ranchera ya más cercana a nuestros días –la de José Alfredo Jiménez, Tata Nacho, Jorge del Moral...–, que se dio a conocer sobre todo en las películas de Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solis o Miguel Aceves Mejías... Es la que yo conozco y he cantado. Pero la más «folclórica» no; tiene un estilo muy particular, una forma especial de interpretarse para que conserve su sabor. Es como el flamenco: los cantaores tienen un color particular que es lo que lo hace especial.

Llama la atención la cantidad de buenos tenores líricos y ligeros que hay en Latinoamérica, y concretamente en México. ¿A qué cree que es debido: al clima, al idioma...?

Creo que se debe sobre todo a nuestra fisonomía. No somos muy altos, y eso influye; los tenores, en general, no somos los más altos del mundo. Las características físicas son la primera razón. En México tiene que ver también con nuestra música vernácula. El mariachi se ha cantado siempre con voces muy importantes; el último gran cantante es Vicente Fernández. Él y los que mencioné antes tenían una impostación propia, un gran poder vocal... Esa herencia nos ha marcado, lo mismo que, de alguna manera, esa implícita necesidad de cantarle al amor que duele, algo que en la ópera ocurre mucho. Tenemos una tendencia a esa visión dolorosa del amor que nos hace interpretar y expresar de una manera particular.

Usted tiene 41 años; los tenores belcantistas de su edad suelen evolucionar hacia un repertorio más «pesado». ¿En qué momento se encuentra?

Mi base sigue siendo el bel canto, aunque ha habido un desarrollo. Yo empecé cantando Rossini porque fue lo que tuve oportunidad de cantar. Con los años fui conociendo el repertorio y aprendí a hacer y deshacer el nudo de las coloraturas. Rossini me gusta, pero nunca ha sido mi mejor carta de presentación, salvo el papel de Don Ramiro en «La Cenerentola», que es un papel que exige un poco más de cuerpo, una parte temperamental que se expresa en la música. Yo siempre he estado más cómodo con Bellini, Donizetti, incluso con Mozart, aunque Rossini me ha servido para mantener la flexibilidad en la voz, la agilidad y la frescura. Hoy estoy en un momento de transición, porque estoy abordando un repertorio más lírico, pero aún muy enfocado en el estilo belcantista: «I puritani», «La favorita», «Lucia di Lammermoor»... Sigo en ese estilo que ya conozco, pero permitiendo que la voz se expanda un poco más.

¿Es en este período de evolución cuando la voz necesita más cuidado?

Los cantantes de ópera debemos escuchar a nuestro propio cuerpo. Es la misma voz la que nos va dictando lo que necesita. Yo, por ejemplo, canté muchísimo al inicio de mi carrera «La italiana en Argel»; pero llegó un momento en el que empezaba a ser más cansado que satisfactorio, y hace cuatro años dejé de cantarla. ¿Para qué sufrir? La voz es la que va diciendo que no a algunos papeles y se va acoplando a otros nuevos. Lo importante es no ambicionar ir más allá de nuestras posibilidades reales, que es algo que aqueja a la juventud. Pero hay que saber escuchar a la gente que tenemos como guía... Hay que saber escuchar, jalarle las riendas al caballo para que no se vaya desbocado.

¿El cantante hoy en día tiene más o menos control sobre su carrera que antes? ¿Le exigen las circunstancias del mundo de la ópera más o menos?

No podemos decir en este caso que todo tiempo pasado fue mejor. Antes un tenor cantaba todos los papeles del repertorio de tenor; de Mozart pasaba a Rossini, y de ahí a Verdi. Lo cantaba todo. Claro que las carreras no eran tan longevas como ahora, aunque había excepciones. Con el tiempo llegó la especialización y la adecuación de las voces a un repertorio concreto. Un ejemplo fue el maestro Alfredo Kraus, que enfocó su carrera hacia un repertorio que era el más cómodo para su voz y lo pudo hacer toda su vida. Por otra parte, el ritmo hoy en día es mucho más acelerado: yo canté en Los Ángeles el 28 de octubre, viajé el 29, llegué a Madrid el 30 a las ocho de la manaña y a las cuatro tuve un ensayo musical; al otro día ensayo con orquesta y, tras un día de pausa, la primera función. Antes eso era impensable; la imposibilidad de viajar rápido te limitaba, y un cantante no tenía la misma presión que ahora. Las exigencias físicas que impone la carrera van a la par; son casi las de un atleta. Uno debe de ser muy consciente de que nuestra voz es nuestro sustento, nuestra materia prima, y que somos sus responsables. Debemos ser administradores, protectores y defensores de este patrimonio. En la ópera, hoy en día, formas parte de un engranaje, y si dejas de funcionar hay ya tres o cuatro cantantes que están listos para ocupar tu lugar y formar parte de esa maquinaria. Uno debe de ser lo suficientemente inteligente y, hasta cierto punto frío, para ser un buen administrador de su voz, que es también su negocio. El descanso, la paz interior, el cuidado del cuerpo, son fundamentales en esta carrera.

¿Para los belcantistas más incluso? El belcanto no permite esconder nada...

Sí. Este repertorio es pura filigrana; la voz está muy expuesta todo el tiempo. Cuando se es consciente de las exigencias de las partituras y se trabaja para hacer lo que está escrito, mucho más. Es muy «fácil» -y que me perdonen sus seguidores- cantar «I puritani» como lo hacía Giuseppe di Stefano, por ejemplo, todo el tiempo en forte. Pero la partitura exige diminuendos, pianos, sobreagudos... Hay un estilo que uno, como intérprete, está obligado a respetar. La exigencia en este sentido es mucho mayor.

Hay quien dice que los papeles de tenor en Mozart son aburridos...

Ha habido una evolución en la visión de la ópera, y hay que entenderlo. En Mozart era distinta la forma de concebir el amor, el desengaño, la traición: era mucho más recatada, más contenida. Y eso es lo que hace difícil a Mozart. En el bel canto no encuentras libretos de gran profundidad dramática, ni siquiera coherentes; en Mozart pasa a veces lo mismo, pero tiene su encanto, y tienes que encontrarlo. A mí me gusta mucho. «Così fan tutte» es una ópera que me parece hasta contemporánea; el tema da para mucho. «El rapto en el Serrallo» es una de mis obras favoritas; me gustaría cantar «La clemenza di Tito», incluso «Idomeneo»... A mi no me parece aburrido, y además es uno de mis compositores favoritos: sus conciertos para piano, sus serenatas, sus sinfonías... Me encanta.

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