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El flamenco prende la llama en Nueva York

El festival que se celebra en la Gran Manzana y que hoy se clausura ha tenido como plato fuerte a Sara Baras y su espectáculo «Sombras»

Sara Baras ha llevado a Nueva York su espectáculo «Sombras» AFP
Javier Ansorena

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El flamenco tiene su temporada en Nueva York en la frontera entre febrero y marzo, cuando sus habitantes empiezan a mostrar agotamiento del frío y de la nieve y sus salas de conciertos son un refugio para el alma y para el cuerpo. Es el momento de la cita anual con el Flamenco Festival , un ciclo consolidado en la Gran Manzana, que el año que viene cumplirá su vigésima edición. Las grandes estrellas del flamenco –este año, el plato fuerte es Sara Baras – han pasado por las tablas neoyorquinas en estas dos décadas, casi siempre con una gran recepción del público. El pasado jueves, en el primer pase de su espectáculo «Sombras» , la bailaora gaditana puso de pie al respetable del City Center, un prestigioso teatro que este año cumple su 75 aniversario.

El cantaor sevillano Alfonso Cid ABC

El flamenco inunda varios teatros por unos días, pero, ¿se empapa la ciudad para el resto del año? «Está prendiendo más en los últimos años», asegura el cantaor y flautista sevillano Alfonso Cid . Lo dice con conocimiento, porque lleva 22 años en la ciudad y es uno de los elementos más activos de la escena local. El festival tiene que ver con ello –«el hecho de que haya todos los años ayuda a mantener la llama encendida», dice Cid– y se nota en la progresiva conquista de nuevos territorios. De los espectáculos en restaurantes de temática española –en lugares poco acondicionados, entre ruido de cubiertos y trajín de camareros– el flamenco se ha esparcido a espacios propios para el arte, «donde la gente va a escuchar», como explica el guitarrista de origen alemán Andreas Arnold , cuya música entronca el jazz y el flamenco.

Más interés, pero menos espacios

Arnold participa ahora en una residencia mensual en Brooklyn Commons, un espacio que acoge música, charlas culturales y activismo social. Los ejemplos cada vez son más: el tablao mensual de la bailaora Xianix Ba rrera en Spanish Harlem; los conciertos que hasta el año pasado programaba Planeta, un espacio «underground» en el East Village; las temporadas que Olga Pericet , una bailaora establecida, pasa en el teatro Repertorio Español; la residencia del propio Alfonso Cid en Terraza 7, en Queens; el tablao «Alegrías», que acoge de forma regular La Nacional, la histórica sociedad española en la calle 14; o Tablao Abierto, una iniciativa para que se fogueen las jóvenes promesas de la compañía de baile de Carlota Santana , una institución en la escena flamenca neoyorquina. «Es verdad que hay más interés», asegura Santana, cuya compañía ha cumplido los 35 años. «Pero, al mismo tiempo, hay menos espacios. Solía haber algunos tablaos y clubes que han desaparecido».

La bailaora recuerda con nostalgia el estudio de baile Fazil –«ahí se juntaba la comunidad flamenca»– porque ya no quedan lugares así, donde celebrar un rito flamenco necesario: la juerga, el encuentro fuera del escenario con otros flamencos, con aficionados, con artistas de otras disciplinas… «Esa bohemia aquí no existe, y es muy triste, porque es un aspecto muy del flamenco», cuenta Arnold. «Esa mentalidad de estar horas tocando hasta la madrugada, disfrutando, no tiene lugar. Es m uy antineoyorquino , todo el mundo tiene prisa».

Chano Domínguez con su hija Serena e Ismael Fernández, el viernes en el Joe’s Pub, célebre sala de conciertos del Village neoyorquino EFE

Ahogados por los alquileres

La prisa es una forma de expresar la presión económica que tienen los artistas –hay que pagar más de mil dólares por un cuarto en un piso compartido– y los lugares donde tocan o ensayan, ahogados también por alquileres altos. Alfonso Cid ha tratado de recrear ese ambiente de los círculos flamencos en las ciudades españolas con afición, con grupos de cabales organizados en redes sociales que se juntaban para compartir su música y su afición. «Pero es muy complicado», lamenta. « En Nueva York, el tiempo es dinero . Si alguien viene a tocar, le tienes que pagar».

La ausencia de bohemia flamenca no significa que para los artistas Nueva York no merezca la pena por otras razones. «La colaboración con otros músicos es inevitable», dice Cid. «Es imposible no involucrarte con artistas de otros campos: música árabe, jazz, cubana, latina… Tanto si nos gusta como si no, Nueva York atrae talento ». Y lo que no existe en flamenco, sí lo hay en otras músicas, como el jazz, donde hay centenares de clubes abiertos todos los días y bandas tocando cada noche hasta las cuatro de la mañana en lugares como Fat Cat.

Quizá por eso no es raro que los artistas flamencos no acaben «contaminados», algo que, al fin y al cabo, está en la esencia del flamenco. Es el caso de Ismael Fernández , un cantaor de dinastía gitana sevillana llegado a esta orilla hace cuatro años, que ha dejado de lado las formas clásicas para hacer un disco jazzero apadrinado por el gran maestro del jazz-flamenco, el pianista Chano Domínguez . Fernández ha formado parte del festival de este año, y se presentó el pasado jueves en Joe’s Pub , una célebre sala de conciertos del Village, con esmoquin, convertido en «crooner» flamenco. El propio Cid lidera una banda de jazz-flamenco, New Bojaira, con la que acaba de publicar el disco «Zorongo Blu», y Arnold siempre transita en la frontera del jazz y el flamenco. «Sí, es verdad que no tenemos ese calorcito», reconoce Fernández sobre la ausencia de un ambiente flamenco. «Pero aquí cada vez hay más interés por aprender».

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