Martes y Trece y el (hoy) humor inadmisible

ESTO NO ME HACE GRACIA: UN VIAJE POR NUESTROS HUMORES

En un mundo que pierde el sentido del humor, nada mejor que recorrer sus límites, fronteras que hay que conocer

Capítulo 1: Benny Hill y los chistes verdes

Capítulo 2: Gilbert Gottfried y el humor negro

Millán Salcedo en el sketch 'Mi marido me pega' ABC

El caso

Nochevieja de 1990. Un sketch: Millán Salcedo aparece con un ojo morado. Ya lo conocen. Está en todas partes. Sigamos.

¿Eran Martes y Trece malas personas?

Después de ver este corte, ¿son Millán y Josema unos peligrosos propagadores de violencia machista? Peor aún, ¿son Millán y Josema malas personas? Pues ... no lo parece: en su faceta artística son oro puro, dos genios que nos han hecho reír durante generaciones y, según mi experiencia personal, amabilísimos y considerados. Entonces ¿por qué hicieron ese sketch? Esta pregunta oculta, como si fuese un artefacto del malvado Moriarty, la pregunta de verdad: ¿por qué nos reíamos con ese sketch? Sí, ¿por qué tus abuelos, tus padres y tus madres se reían con este sketch? ¿Eran propagadores de violencia machista? ¿Eran maltratadores? ¿Eran malas personas? Como no los conocí, no puedo poner la mano en el fuego.

Según un feminismo, Martes y Trece eran malvados

Se ha puesto de moda la reevaluación del cómico del pasado: a opinadoras chorras y victimistas les sale más barato eso que criminalizar al dueño del medio de comunicación donde trabajan. «Nos reíamos por inercia», sentenciaron las cómicas de 'Quién se ríe ahora', un especial de TVE emitido en 2021 donde ellas evaluaban los chistes y sketches que se emitían en esa misma televisión pública décadas atrás. Uno de ellos, el de Martes y Trece. En los cortes del programa mezclaron épocas -desde los sesenta hasta 2009, casi ¡cincuenta años!-, aunando contextos y desdibujándolos; de ahí que a las pobres les broten expresiones del estilo de «¿Cómo es posible que nos gustasen estos chistes?», «No me gustaría que se olvidase», «Paso de mirar [un chiste machista]», «Gracias a Dios hemos avanzado». Estas humoristas piden a la comedia que nos haga más conscientes de las fallas de la realidad; o que sirva para culpar a sus compañeros cómicos del pasado de «no ir contra el sistema» y de faltarles «empatía» y «sensibilidad». Y, si no piden perdón, que desaparezcan.

El humor no es el enemigo

Las piezas cómicas, es decir, las ficciones narrativas humorísticas, no deberían ser evaluadas como aseveraciones de una tesis doctoral. De arranque, se debe de tener en cuenta lo importante que es, primero, lo audiovisual, y segundo, la lingüística en su construcción. Para llegar a la sorpresa, el cómico profesional debe manejar los términos y los tiempos con total exactitud. Una palabra en un chiste sólo puede ser esa palabra y sólo puede aparecer donde el cómico la coloca. Se debe evaluar al cómico en el uso de las palabras exactas, en el uso de estereotipos que su público reconozca rápidamente para ir a la sorpresa cómica o en el uso de manierismos, silencios o acentos que puedan añadir efectividad a su actuación. Y si la lingüística es importante en el oficio del cómico, la interacción con su público forma la base de su éxito, sea en la televisión, en un teatro o en un grupo de amigos. La intención del cómico debería ser hacer reír al mayor número de personas en su público y, por tanto, reforzar su comunidad. El humor hará que el grupo no sólo se cohesione, sino que el cómico cobre al final del show.

La vida 'en común' de Isabel Pantoja y Encarna Sánchez, según Martes y Trece ABC

Siguiente: el contexto. Evaluar con la misma crudeza a alguien por un sketch pasado con nuestras normas morales actuales que a alguien en nuestro presente, aparte de un desconocimiento histórico gigantesco, indica una hipocresía total. Muy probablemente esas cómicas tendrán que pedir en el futuro por sus chistes o gags el mismo perdón que exigen a Martes y Trece.

Y por último, una característica que no se nos puede olvidar al evaluar a un cómico que no te guste: su intención. La intención del cómico es esencial. No podemos atribuir los mismos valores a un cómico que cuenta un chiste sobre negros en su espectáculo teatral que a un político racista que cuenta ese mismo chiste en un mitin. Escribí en mi ensayo 'El síndrome Woody Allen': «La ficción ofrece fundirse en otro-mismo, tener una experiencia fuera del cuerpo para imaginarse dentro del de los demás. Hasta en la piel de los más despreciables nos coloca. La ficción expande en nosotros una metafísica terapéutica con sus propias leyes reales, que nos afectan sentimentalmente y nos enseñan moral(es), aunque solo nos duren el tiempo que vemos una película o leemos un libro. Opuesto a la ficción, el puritanismo exige a la persona ser hiperconsciente de sus actos, incluso pide la demolición del mundo ficcional, a riesgo de ser castigada públicamente a través de uno de sus sentimientos primarios: la vergüenza. La ficción expande lo humano, mientras que el puritanismo lo limita, lo contrae y lo culpabiliza».

Aristóteles, en su Poética (siglo IV a. C.)

«[Una diferencia] separa a la tragedia de la comedia; ésta en efecto tiende a imitarlos peores, y aquella, mejores que los hombres reales. [...] La comedia es, como hemos dicho, imitación de hombres inferiores, pero no en toda la extensión del vicio sino que lo risible es parte de lo feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad que no causa dolor ni ruina; así, sin ir más lejos, la máscara cómica es algo feo y contrahecho sin dolor».

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Sobre el autor Edu Galán

Colaborador de ABC.

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