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Marlowe

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Llovía a mares la noche que entré en la casa del Nobel. Llevaba el sombrero empapado y mi amigo Lostalé, que quería refugiarse y escurrir la gabardina, insistió en presentarme a Vicente Aleixandre. Aquel ser afable, muy mayor, que leía con las escuálidas piernas ... abrigadas en aquel salón lleno de libros nos invitó a tomar té. Años después de su muerte en 1984, cuando vi publicadas las fotos de la casa desvencijada, la silla rota en mitad del polvoriento salón, los anaqueles vacíos, pensé que debía haber un culpable para tanto abandono. Como sabueso me lo decía, me parecía un crimen.

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