Siempre es 1984: por qué nunca dejamos de pensar en Orwell
Un ensayo repasa las diferentes lecturas que se han hecho de la distopía más célebre de la historia
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Iniciar sesiónEn junio 1949, cuando se publicó en Reino Unido '1984', de George Orwell, un crítico se preguntó qué futuro iba a tener un libro tan pegado al presente. La mejor respuesta, claro, se la dio el tiempo: en enero de 2017, Kellyanne Conway, consejera ... del presidente de Estados Unidos (por entonces Donald Trump), justificó ante la prensa unos datos falsos diciendo que eran «hechos alternativos», en una de esas piruetas lingüísticas que están solo al alcance de unos pocos privilegiados. Durante los cuatro días siguientes, aquella novela sin futuro aumentó sus ventas en un diez mil por ciento en el país y se colocó a la altura de los grandes 'best seller' del momento, aun siendo un clásico. ¿Por qué? Porque aquello ya estaba dicho.
Con esa anécdota comienza Dorian Lynskey 'El ministerio de la verdad' (Capitán Swing), una biografía de la distopía de Orwell, esto es, un recorrido por su génesis y, más interesante aún, por su impacto sociocultural a lo largo del tiempo, además de un análisis detallado de su mensaje, que es polimorfo y ambiguo y complejo. Por eso la reivindican «socialistas, conservadores, anarquistas, liberales, católicos y libertarios». «'1984' suele describirse como una distopía. También es, en diferentes grados que podrían discutirse, una sátira, una profecía, una advertencia, una tesis política, una obra de ciencia ficción, una novela de suspense, un libro de terror psicológico, una pesadilla gótica, un texto posmoderno y una historia de amor», sostiene el autor. De ahí partimos.
El argumento es complejo, pero incluye un Estado que todo lo ve, que convierte la mentira en verdad a través de la repetición y que jalea el odio como método de control. ¿Les suena? Orwell imaginó esa sociedad con un ojo puesto tanto en la Alemania nazi como en el bloque soviético, donde se había «obligado a hombres y mujeres a vivir y morir entre sus muros de hierro». No fue extraño, por tanto, que durante la Guerra Fría su texto se leyera como un ataque al totalitarismo, como una alerta para que los ciudadanos defendieran sus libertades. «La moraleja que podemos sacar de esta peligrosa pesadilla es simple. No deje que ocurra. Depende de usted», sentenció Orwell desde la cama del sanatorio de Graham, meses antes de morir.
En la década de los ochenta, en feliz coincidencia con el título, lo normal era interpretar '1984' como una advertencia sobre la invasión de la tecnología. En 1989, con la caída del Muro de Berlín, los optimistas concluyeron que Orwell había ganado. Era el fin de la Historia, esas cosas: ay, las predicciones. Años después, ya con Silicon Valley convertido en centro del universo conocido, Thomas Pynchon escribió un nuevo prólogo a la novela, aprovechando el centenario de Orwell, y afirmó que internet era «un avance que permite un control social a una escala que esos pintorescos tiranos del siglo XX con sus estúpidos bigotes ni siquiera podían imaginar». Y en 2013, tras filtrar documentos de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Edward Snowden aseguró que los sistemas de vigilancia eran ya mucho más potentes que los de '1984'. Las ventas del libro en Amazon no tardaron en dispararse. Y en la tele ponían 'Black Mirror'.
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La presidencia de Donald Trump volvió a convertir el libro en una referencia, especialmente por sus reflexiones sobre los riesgos de renunciar a la verdad, a su búsqueda. ¿Y ahora? Tal vez ahora, en plena guerra de Ucrania, aún con la pandemia en la retina, estemos como cuando el 11-S y la invasión de Irak. Entonces los críticos recordaban que en Oceanía, el continente orwelliano, la guerra interminable se utilizaba como excusa para restringir cualquier libertad y justificar cualquier miseria. En fin, un libro sin futuro. Pero con mucho (demasiado) presente.
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