El garrote vil vuelve a sembrar el pánico en Barcelona
El escritor Toni Hill publica 'El último verdugo', adictivo thriller en el que un asesino en serie ajusticia a sus víctimas utilizando tan decimonónico instrumento de ejecución
Barcelona, la parada de los monstruos en la ciudad de los prodigios
El escritor Toni Hill, en una imagen de archivo
A Toni Hill (Barcelona, 1966), funambulista de la novela negra que lo mismo se atreve con el policial más o menos puro que coquetea con elementos fantásticos y góticos, el personaje central de su 'El oscuro adiós de Teresa Lanza', su ... anterior novela, se le apareció casi como por arte de birlibirloque, pero para encontrar al de 'El último vergudo' (Grijalbo), la que acaba de llegar a las librerías, tuvo que entregarse a fondo. «Con la cabeza en marcha, llega un momento en que cualquier cosa te llama la atención», reconoce. Sólo que cualquier cosa no le servía. No ahora. No con su séptima novela. «Tenía muchas ganas de hacer un thriller con psicópata, que es algo que no he hecho nunca, pero en cuanto te metes ahí ves clarísimo que hay millones y es muy difícil ser original», explica.
¿La solución? Fácil: echar mano del retrovisor y dejar que la historia hiciera su magia. Fue entonces cuando Hill tropezó con Nicomedes Méndez,siniestro verdugo titular de la Audiencia de Barcelona entre finales del siglo XIX y principios del XX, y decidió que la herramienta de trabajo del ejecutor sería también la de su asesino en serie: el garrote vil. Dentro escalofrío. «Se supone que en su momento se ideó, no te lo pierdas, como una manera piadosa de matar: la horca era muy larga y desagradable, y el garrote vil permitía la dignidad de morir sentado», explica el creador del inspector Salgado. La teoría, añade Hill, era muy simple: «una vuelta, ¡clac!, y listos. Nadie pensó en que no es lo mismo mi cuello que el de un señor de 120 kilos. Los verdugos, además, tampoco eran Schwarzenegger». Y, claro, pasaba lo que pasaba: ejecuciones chapuceras, estrangulamientos accidentales y muertes mucho más agónicas de lo prometido.
La infamia, nunca mejor dicho, le precede, así que equipar a un psicópata ilustrado con tan castizo y aterrador método de tortura puntúa doble. «Es un instrumento que todos tenemos de alguna manera metido en la cabeza, y nos da cierto repelús. Así que automáticamente pensé: un psicópata que quiere ser un verdugo», explica Hill. O, como leemos en las páginas de la novela, «la noticia de que un asesino en serie con ínfulas de verdugo campaba por la ciudad pasó de ser el rumor no contrastado de un diario digital a convertirse en el titular del día. Un asunto que despertó la inquietud, pero también el morbo de muchos lectores y televidentes. En la Barcelona vital e ilusionada de la primavera de 2021 se cernía una amenaza distinta. Letal y, al menos de momento, absolutamente desconocida».
En realidad, 'El último verdugo' es más complejo que eso y se crece a base de enredar los caminos de la criminóloga Lena Mayoral; una joven presa que está a punto de quedar en libertad tras supuestamente asesinar a su novio; y Thomas Brönte, un elegante y culto galerista que, vaya, se dedica a liquidar a gente en sus ratos, con perdón, muertos. «Es un tipo con carisma, alguien con quien yo me podría tomar un café si sólo conociese su parte digamos que luminosa. Lo que pasa es que tiene una pulsión que lo lleva a matar, así que es alguien que tiene que estar apartado del mundo», detalla.
Su sello, además del diabólico garrote, son unas notas en la que se lee «Alguien tiene que hacerlo». De nuevo, el psicópata justiciero. El asesino que, parece, se cree juez y verdugo. «No es que pretenda sentar cátedra, ni mucho menos, pero sí que quería ahondar un poco en esa idea de qué es venganza y qué es justicia. ¿Dónde está el límite? Aparte del legal, que lo tenemos todos claros. ¿dónde está el límite de lo moralmente aceptable?», apunta el también autor de 'Tigres de cristal'.
Un monstruo de cerca
Sostiene Hill que una de las claves de 'El último verdugo', acaso el pilar maestro que soporta toda la narración, está en la relación que el lector pueda acabar estableciendo con Thomas.«A los monstruos, cuando los miras de cerca... Quizá no sean monstruos las 24 horas del día. Así que quería que la gente viviera este viaje: de la extrañeza al odio y el desagrado pasando por un cierto interés por el tipo», explica. Porque el mal, recuerda, tiene tanto de repulsivo como de fascinante. «Un psicópata es el mal en estado puro. Sin justificación; el mal por placer. Es aberrante, pero al mismo tiempo hay una fascinación-horror que lleva a intentar entender los porqués. Eso es, de hecho, lo que a mí más me interesa«.
Thriller
'El último verdugo'
- Autor: Toni Hill
- Editorial: Grijalbo
- Páginas: 503
En esa liga juega 'El último verdugo', por lo que todo tiene que funcionar como un reloj. Porque una cosa es una cosa es la manga ancha del policial y otra la mecánica de precisión del thriller. «Para mí, que tiendo a irme más hacia la narrativa, era un reto, ya que la acción avanza constantemente, son capítulos muy cortos, no hay grandes descripciones... No es mi manera natural, así que tenía que ir frenándome», explica.
Lo que sí que marca de la casa y parte de su ADN literario es moverse como pez en el agua por esas zonas en las que la novela negra empieza a desteñir y las cosas no son siempre lo que parecen. «A mí lo que me gustan son los grises, esa idea de que los buenos quizá tampoco son tan buenos», explica. Es lo que ocurre con Lena, criminóloga de vida aparentemente anodina y exitosa autora de libros de crónica negra a la que encomiendan hurgar en la maltrecha azotea de Thomas. «Al final todo es bastante más ambiguo y nuestra heroína no es ninguna santa«, dice.
Esa ambigüedad, matiza Hill, sirve para la literatura, pero no tanto para la vida. Menos aún cuando 'El último verdugo' deja flecos sueltos relativos a la pena de muerte, la justicia o si alguien puede decidir sobre la vida de los demás. «Si la justicia no es perfecta, no puedes aplicar ninguna medida definitiva. Y como todos asumimos que la justicia es imperfecta, entonces, no puedes aplicar nada que sea irreversible», defiende.