Edu Galán: «Cuando estos anormales tiran tomate en el museo, me pregunto qué se toman, quién les ha aconsejado»
El autor publica 'La máscara moral', un ensayo en el que intenta explicar cómo hemos llegado a un mundo en el que existe el tango antifascista
Madrid
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Iniciar sesiónEn 2012, en plena resaca del 15M, paseando por Lavapiés, con el sol sacándole brillo al día y al barrio, Edu Galán (Oviedo, 1980) se topó con un anuncio en una farola. Decía así: «Aprende a bailar tango antifascista». ¿Qué se puede hacer ante ... eso? Tal vez solo dos cosas: llamar al teléfono de contacto y bailar hasta que la gente aprenda a votar o escribir un libro. Él escogió lo segundo.
Han pasado diez años y Galán, que es crítico cultural y escritor y psicólogo y hombre de humor ácido y sombrero, colaborador de ABC y fundador de 'Mongolia', entre otras señas, acaba de publicar 'La máscara moral' (Debate), un ensayo en el que analiza cómo ha sido posible que ya no nos resulte extraño el tango antifascista. Ni el jamón anticomunista. «Aquel anuncio ahora no me llamaría la atención. Porque ya todos los productos, cualquier cosa, se reviste rápidamente de moral. Nada escapa a este embadurnamiento», sentencia.
—Un nuevo ejemplo: tirar sopa de tomate a un Van Gogh es un gesto ecologista. Una forma de salvar el mundo. De ser un héroe, casi.
—Cuando estos anormales tiran tomate y se pegan ahí, en el museo, no solo el fin no justifica los medios, sino que además su planteamiento de comunicación es absurdo, porque juega a favor totalmente de los contrarios. Habría que preguntarles primero qué se toman, quién les ha aconsejado semejante barrabasada. Pero es que en esta época la demostración moral va subiendo siempre de grado, y ya no se te pide un doble salto mortal, se te pide un triple salto mortal.
—Dice en el libro que gran parte de esta moralización del mundo tiene que ver con cómo nos comunicamos. Con las redes sociales.
—Es que estamos en un mercado de la atención, y un mecanismo muy efectivo para llamar la atención es utilizar nuestra moral. Por ejemplo, ya no tiene sentido decir si una película te gusta o no en términos fílmicos. Lo que vende es si esta película es políticamente incorrecta o si esa película ayuda a los homosexuales o a la liberación de la mujer. Porque eso se premia… Lo que se busca es captar la atención a cualquier precio. Y las redes sociales se basan en la hipocresía, en la impostura. Se basan en la falta de un compromiso, tanto en las relaciones personales como en las relaciones morales. Es como lo de «quiero mucho a mi abuelo». ¿Y cuándo fue la última vez que lo fuiste a ver? «En 1996. Ahora está pudriéndose en una residencia». Entonces no lo quieres.
—¿Cómo se lleva con los insultos de las redes?
—A mí me da exactamente igual lo que me digan, porque estoy quemado. La vida ya me ha pegado muy fuerte y estoy quemadísimo. Yo lo que defiendo, y por respeto al otro, es no dar la razón cuando tienes argumentos para no darla. Porque a quien se le da la razón es a los locos y a los niños. ¿Y qué tienen los niños? Que no piensan ni un pijo. Y de pronto la aspiración de los adultos es tener las características cándidas del niño y el aspecto del joven. Es algo totalmente imbécil.
—La moral, escribe, es una máscara. La utilizamos para presumir, para disfrazarnos, pero no la ejercemos. Por eso hay más 'clictivismo' que activismo real.
—Es que el activismo es muy duro. Requiere de un compromiso a largo plazo, de jugártela. Requiere ir a manifestaciones, organizar grupos, requiere muchas veces frustrarse porque los cambios no se producen. Pero el 'clictivismo' requiere poco más que tener un ordenador y colgar un 'hashtag'.
—Los casos de ansiedad en España pasaron de 837.000 en 2011 a 3.728.000 en 2019. Usted sostiene que existe una relación entre esto y la impostura moral a la que estamos sometidos.
—Sin ninguna duda. No es el único factor, pero sí es uno de los importantes. Las morales se definen tanto por lo que defienden como por contra qué están, así que el personal está permanentemente observado y observando a los demás. Y demostrando que es buena persona a través de fotos, a través de 'hashtags'… No puedes cometer ni un fallo, porque cada vez se está penando más el error. Y las palabras son literales. Si utilizas determinadas palabras, eres el malo. No importa el sentido ni el contexto en el que las uses. ¿Cómo no vas a estar nervioso porque te controlen diversas morales a la vez? La ansiedad se puede considerar ya una epidemia. Y la única solución que da la sociedad a esto es el consumo de ansiolíticos.
—Y las condiciones materiales tampoco ayudan.
—Por supuesto. Y también está este discurso... Una de las figuras más características de nuestro tiempo es el emprendedor. Ahora emprende todo Dios, y yo siempre digo que lo que tienes que emprender es la huida de ese sistema. Una frase hedionda que se repite mucho es «si no tienes oportunidades, créalas tú». A mí esto me recuerda a esos japoneses que quieren ser toreros en Osaka. No tengo claro cómo van a crear la oportunidad de ser toreros si allí no hay plazas de toros… Esto es una exageración, pero es que a la gente le crea frustraciones reales, porque muchos no tienen oportunidades ni pueden crearlas, no depende de ellos. Y lo que tenemos es una sociedad medicalizada porque la única respuesta a crear tus oportunidades es el Yellow Submarine, tomarte LSD a ver si ves oportunidades, horizontes nuevos [y ríe]. El fondo de 'La máscara moral' es que nos estamos drogando porque la sociedad nos está pidiendo unas determinadas cosas que son ilusorias, que son imposibles.
—Otro problema: en el terreno estrictamente moral no existe el debate, sino el enfrentamiento.
—Es que lo que se te pide además es que todo sea blanco o negro: esto es bueno y esto es malo. No hay ningún matiz. Y es transversal a las ideologías, por mucho que se diga que hay más en una que en otra. Pasa con la cuestión del aborto y pasa con la cuestión de la ley trans. Pasa en las cuestiones sociales que tendríamos que pensar con sosiego, que requerirían unos tiempos, unas estadísticas anuales… Y se forman hinchadas. Y venga y quedamos a la salida, como se hacía en el colegio. Y esto en un partido de fútbol pues bueno, vale, pero estas cosas trastocan la vida de las personas. No las podemos dejar en manos de una dialéctica de red social.
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—En el libro no se proponen muchas soluciones, y el futuro que se abre no parece muy halagüeño.
—Esto [y señala al libro] simplemente trata de explicar lo que nos pasa para no llevarnos al engaño. Yo no tengo ningún problema en que pongas #BlackLivesMatter y te sientas que estás cambiando el mundo. Me parece muy bien, pero no te lleves a engaño. Mi mensaje es platónico: eso son sombras. Y no hay cosa más bonita en la sociedad actual que ser adulto, que comportarte como un adulto. Porque un adulto también puede entrar a un parque de atracciones y ser un niño durante un rato. Pero cualquier adulto en su sano juicio ve al Mickey del parque de Disney World y sabe que hay alguien dentro. Yo lo que digo es que dentro hay un hombre, un trabajador que se llama Manolo y que trabaja veinte horas como un perro y vomita dentro del traje, como en 'Succession'.
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