Fernando Aramburu: «Reconozco que lo mejor de mi vida ya pasó»

En 'El niño', el autor cuenta la tragedia de Ortuella, sucedida el 23 de octubre de 1980, cuando cincuenta niños de entre cinco y seis años murieron en una explosión de gas propano en la escuela

Fernando Aramburu: «La poesía es vocación y la novela trabajo»

Fernando Aramburu, en un momento de la entrevista Guillermo Navarro

Ya es primavera y Fernando Aramburu vuelve a publicar novela y a lucir sus camisas floridas. Es un hombre sereno, y por tanto feliz: habita la escritura desde Alemania, pero su literatura apenas se ha movido de sus raíces. En 'El niño' (Tusquets) recupera una ... historia real y trágica. El 23 de octubre de 1980, en Ortuella, cincuenta niños de entre cinco y seis años murieron en una explosión de gas propano en la escuela. Fue un accidente fortuito, sin culpables, pero con cientos de víctimas.

—Este es un texto muy limpio, muy depurado, casi no hay adjetivos. ¿Es una forma de respeto a las víctimas?

—La historia me obligaba a un estilo más bien sucinto, sin coqueterías, pero es complicado. A mí me resultaría mucho más fácil escribir complejo o barroco o intrincado. Aquí no me permito ni una coma de más, ni un adjetivo superficial. Todo debe ser magro. Todo sustancia. El habla de los personajes es muy cercana a la que estoy acostumbrado desde mi niñez: un habla poco florida, que va al grano.

—En el libro recuerda cómo fue la cobertura mediática del caso. Los periódicos mostraron en portada los cadáveres de varios niños.

—Entonces no había un código deontológico, así que cuando ocurría un accidente o un atentado, el fotógrafo de turno iba al lugar de los hechos y hacía su trabajo: es decir, ponía la cámara y fotografiaba lo que tenía delante. Y al día siguiente los periódicos publicaban las fotos con cadáveres ensangrentados. En el caso de Ortuella fue lo que ocurrió. Por fortuna, hoy día esto sería impensable. Hoy se protege a las víctimas, y más a la infancia. Y es mejor así. No es grato para los familiares y amigos de una víctima que expongan a su ser querido destrozado, a disposición de la curiosidad o del morbo de toda una nación. El respeto es un buen criterio periodístico.

—Lleva décadas fuera del País Vasco, pero su literatura sigue allí. ¿Se escribe mejor desde la distancia?

—No lo sé, porque yo escribo desde la única perspectiva de que dispongo. Además, esto que llamamos distancia hoy día es algo muy relativo, puesto que está anulada por la existencia de Internet. Yo no puedo ir al bar de la esquina, pero sí leer los periódicos locales, ver el telediario, los partidos de fútbol. Más que distancia es ausencia. Sí, yo escribo desde la ausencia. Y eso sí que proporciona una perspectiva particular que es propicia a la reflexión serena. Por ejemplo, es muy interesante leer noticias sobre España en la prensa alemana, porque uno percibe cómo nos ven. Y esto a veces ayuda a abrir los ojos.

—¿Y cómo nos ven?

—Pues nos ven poco, porque realmente no generamos muchas noticias, salvo en el ámbito del deporte.

—Por cierto, ¿le preocupa la actualidad política del País Vasco?

—No me preocupa, más bien me interesa: me interesa estar informado, saber los resultados habrá en los próximos comicios. Pero no me preocupa como me preocupaba antes, cuando teníamos que soportar aquel goteo incesante de atentados. Es muy triste que tu tierra natal un grupo se dedique a liquidar semejantes por el hecho de que tienen unas concepciones políticas distintas. Eso me preocupaba y me indignaba. Pero ahora veo que hay unos comicios perfectamente razonables, de los cuales saldrá un próximo Gobierno y a otra cosa mariposa.

—Venía de una sátira ácida como 'Hijos de la fábula' y se presenta ahora con un drama intenso, contenido.

—Para mí es mucho más difícil escribir novelas con ingredientes humorísticos. Es más fácil conmover que hacer reír o sonreír. Y sin embargo la crítica es mucho más severa con las obras que contienen ingredientes humorísticos que con las dramáticas.

—Es un escritor muy prolífico.

—Hombre, si me viene una idea me lanzo a la tarea. Pero lo que no quiero es automatizar el trabajo. No quiero ser una máquina de escribir novelas. Prefiero experimentar, ponerme a prueba. Sé que mi tiempo es limitado. Tengo que hacer una selección de mis ideas. Porque proyectos no me faltan,.

—¿Tiene planeado volver a escribir sobre ETA o ya da por agotado el tema?

—No, es que yo no me propongo. Yo nunca me he propuesto escribir sobre ETA. A mí lo que me interesa son los ciudadanos normales y corrientes en los cuales repercute la historia colectiva de mi tiempo. En mi tierra natal ha habido mucha violencia y era inevitable en el proyecto no tenerla en cuenta. Pero yo no quiero estar escribiendo siempre la misma historia.

—¿Y lo de volver a la poesía cómo va? Fue así como empezó en la literatura...

—No lo planeo, pero sí lo deseo. Me gustaría dejar en forma poética este ingreso mío en la edad provecta.

—¿En qué ha notado ese paso a la edad provecta?

—En que de pronto todo el mundo es joven. El taxista es joven, la dentista es muy joven, el oculista es casi un niño: esto es un indicio inequívoco de que uno ya está en una edad inquietante. Y la circunstancia de ser abuelo lo confirma. Mis usos expresivos también son distintos de los que ahora están en boga, mis gustos musicales también. En fin, la vida me manda continuas señales que me ponen en mi lugar [hace una pausa]. Lo que no quiero de ninguna manera es convertirme en un viejo cascarrabias que denigra todo lo nuevo y se mete con los jóvenes y desprecia lo que hacen. Esto no me lo voy a consentir nunca. Creo que es más elegante ceder el sitio a los que vienen por detrás. Pero reconozco que lo mejor de mi vida ya pasó.

—¿Y vive más cómodo ahora, al menos?

—Cómodo no es la palabra. Vivo sereno. Y para un chaval tan nervioso como yo, la serenidad es fruto de una conquista. Me ha costado mucho tranquilizarme, aceptar nuestra condición pasajera, saber agradecer a la vida y a todos aquellos que aportan algo positivo, ya sea un buen plato, una buena obra, una buena pieza musical. Me alegro de haber nacido. Esa es mi actitud vital en estos momentos. Estoy a buenas conmigo mismo.

—Es la serenidad de los estoicos, ¿no?

—Sí, los estoicos son mis hermanos.

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