Carlos Aganzo: «Si la poesía no es misterio no es nada»
El poeta publica 'Paraíso claustral' (Vaso Roto), un libro en el que recupera las enseñanzas de Sikong Tu y Bernardo de Claraval
Carlos Aganzo
Huir del ruido es un sueño tan antiguo como el hombre. Sikong Tu vivió media vida en la corte del emperador Xizong, en la que llegó a ser ministro de Ceremonias, y un buen día decidió dejarlo todo para retirarse a las faldas del sagrado ... monte Hua y entregarse a la literatura. En el año 903 terminó 'Las veinticuatro categorías de la poesía', un libro bello y misterioso y sentencioso. Tres siglos después, Bernardo de Claraval quiso convertir los setenta y ocho monasterios de la orden del Císter en casas sublimes para el retiro. ¿Qué une a estos hombres? Muchas cosas, pero también la escritura de Carlos Aganzo, que ha partido de sus enseñanzas para levantar su nuevo poemario, 'Paraíso claustral' (Vaso Roto).
Desde su concepción misma estamos ante un libro con dos partes bien diferenciadas: la primera, cuenta el autor al otro lado del teléfono, la escribió en una casa con jardín, con los pies descalzos sobre la hierba; la segunda, en cambio, desde la última planta del edificio más alto de Valladolid. Son dos lugares distintos, pero con una distancia similar con el mundo. Una distancia de seguridad. «Yo hablo de una huida interior. No me refiero a una huida al bosque, al desierto o a la naturaleza salvaje, que es lo que buscaban los viajeros del siglo XIX: lo desconocido. Yo hablo de algo más íntimo. Del cielo, de los pájaros, de la naturaleza cercana, del jardín. De lo que tenemos a mano. También de volver a sentir el frío, el calor, de ser conscientes de las estaciones, que parece que las hemos perdido entre el aire acondicionado y la calefacción», explica Aganzo.
¿Qué echa de más en este mundo para imaginar una huida? «El desapego con nuestra cultura y nuestra naturaleza, con la esencia humana. Las verdades a medias, la digitalización extrema, la falta de tiempo para el autoconocimiento, para compartir con los demás la belleza del mundo. Quisiera detener el tiempo, que no todo fuera tan deprisa. Entrar dentro de mí mismo, buscar la armonía», enumera. «Después de tanto afán, tanto galope, / al fin la cesación: la voz en tierra. / La vida desde el suelo, donde todo / cobra por fin su altura genuina», escribe.
El libro está salpicado de versos que a veces son enseñanzas, y otras críticas, pero que siempre tienen el tono de la iluminación. «Al respirar es fácil confundir / tu latido y el pulso de las cosas». «Y del mucho calor al mucho frío: no es posible el consenso. Ni el sosiego». «Es difícil ponerse de acuerdo con uno mismo, cuánto no con los demás. Pero la poesía nunca da respuestas. Solo ofrece preguntas». Ahí va una, del último poema: «¿Somos de donde venimos o somos / a donde vamos? Esa es la cuestión».
En el fondo de 'Paraíso claustral', insiste el poeta, está su obsesión por la decadencia occidental, que lo acompaña desde 'Las voces encendidas'. Por eso se rebela contra este tiempo líquido y se lanza a buscar lo trascendente en lo pequeño, en lo manejable. «La naturaleza empieza y termina en lo trascendente. Eso lo sabían Sikong Tu y Bernardo de Claraval», afirma. Y luego añade: «Si la poesía no es misterio no es nada».
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