Alejandro Zambra: «Todavía no se ha escrito un libro en la historia de la humanidad que no esté basado en hechos reales»
El escritor chileno publica 'Literatura infantil', una suerte de carta al hijo con la que explora las relaciones paternofiliales
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Iniciar sesiónSilvestre tiene cinco años y rebota como una pelota de pinball por las oficinas de la editorial Anagrama. «Mira, he hecho un autorretrato», dice mientras garabatea una figura verde sobre un papel cuadriculado. Silvestre es también, aunque aún no lo sepa, el protagonista de ' ... Literatura infantil' (Anagrama), una mezcla de diario de paternidad y cuentos reunidos con la que Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), ahonda en la senda de 'Poeta chileno' desde una óptica aún más personal.
«La literatura le ha cedido a la autoayuda casi todo el espacio reflexivo que la paternidad requiere. Pero en los libros de autoayuda no solemos encontrar más que consejos manidos y a veces hasta humillantes», escribe Zambra el día que Silvestre cumple 61 días de vida. «La expresión 'literatura infantil' es condescendiente y ofensiva y a mí me parece también redundante, porque toda la literatura es, en el fondo, infantil», concluye en la jornada número 83. «Un hijo con su padre comparten la tumbona e inventan unas nubes menos serias», relata un día antes de que Silvestre sople las velas de su primer cumpleaños y el libro torne en un antología desordenada de cuentos sobre combatir la migraña con hongos alucinógenos, jugar a esconderse del virus o abrir plano para enfocar, además de al padre y al hijo, al nieto y al abuelo.
—¿Qué es exactamente 'Literatura infantil'?
—Siempre me interesó esa segunda intensidad de la escritura, ese segundo nivel. Y siempre escribí sobre lo que estaba sucediendo en el afuera, en el afuera más cercano y en el afuera más distante. Y creo que hay un vacío: hay un territorio ahí que no se ha poblado suficientemente. En la mirada sobre la paternidad hay mucha literatura, hay muchas cartas al padre, pero muy poca carta al hijo. Y a mí me habría gustado leer veinte libros como este mientras sucedía la espera, el nacimiento y la crianza.
—Pero quizá entonces ya no hubiese sentido la necesidad de escribirlo.
—Claro, tal vez, aunque seguro lo hubiese escrito igual. Al final tiene más que ver con qué hace uno con esos materiales. Igual escribí, no sé, 600 páginas. Yo no creo que la escritura tenga que tener filtro. Y lo digo como alguien que vivió durante muchos años como escritor de domingo y después con una variante de eso que era escritor de verano. Ahí fui tratando de conquistar horas de escritura, así que para mí el filtro vendrá después, si es que viene. Por eso me gusta distinguir mucho escribir de publicar. Siempre escribí, nunca dejé la dimensión de búsqueda. Hoy día es más claro que nunca: te lees una novela de 500 páginas y, por naif que suene, es un gran acto de rebeldía. El mundo no está hecho para eso. Estás desafiando al tiempo cronológico, construyendo un espacio completamente inusual. Entonces, quiero que escribir también sea eso.
—¿Otro acto de rebeldía?
—Una suerte de lentitud sería la manera de describirlo, pero no es lentitud exactamente, ni detención, ni contemplación, porque eso es como construir imágenes a partir del espejeo con el tiempo cronológico tiránico.
—¿A qué se debe ese vacío en la literatura del hijo o del padre hablando del hijo?
—Lo de la carta al padre me parece muy claro porque, bueno, es el imperativo psicoanalítico de matar al padre, que todo lo necesitamos. Y ahí la escritura es un vehículo expresivo de primer orden. Con los hijos creo que hay muchos motivos: la falta de interés; el adultocentrismo, que entronca también con el abandono; el pudor, muy natural, muy comprensible; la presión normativa; la ausencia de una tradición…Y luego, que entre los hombres hay un desdén por lo doméstico, por la representación de lo doméstico. También hay temas súper delicados, como exponer a los hijos, pero yo creo que la literatura es donde eso puede hacerse, porque puedes hablar desde la incertidumbre, puedes hablar desde un espacio que finalmente no es documental.
—Dice que con 'Literatura infantil' es lo más cerca que ha estado nunca de la no ficción.
—Sí, pero tampoco me gustaría a mí oponerlo a la ficción. En realidad lo que no me gusta es la sinonimia forzada entre ficción y mentira. Parece nociva, porque si castigas la ficción, luego castigas los sueños, los deseos, las pulsiones, las contradicciones... Y sobre todo la imaginación, ¿no? Si separas todo tajantemente entre verdad y mentira, es atosigante. Te vas a caer. No se puede. Y se pierde el juego, el encanto, la seducción. Pero creo que se generaliza mucho. Como eso de 'esta novela está basada en hechos reales'. Vaya, cuando me cuentes algo que no esté basado en hechos reales, por favor, eso sí quiero leerlo. Pero todavía no se ha escrito un libro en la historia de la humanidad que no esté basado en hechos reales. Ni la inteligencia artificial es capaz.
—Como escritor, ¿le ha cambiado de alguna manera la paternidad?
—Sólo encuentro el más clásico de los lugares comunes: hay alguien por quien moriría. Ya. Punto final. Eso lo cambia todo, porque cambia tu imagen de la muerte, de ti mismo y de tu relación. Y supongo que eso tiene alguna consecuencia grande en función de lo que quieres hacer. En la escritura creo que sí ha habido un cambio, porque también me cambié de país y me cambié de acento. Vivo en México y me he acercado más a la poesía, pero esto puede estar vinculado a que estoy cambiando de paradigma del español. Mi hijo es mexicano y habla como un loro. Y totalmente como mexicano. Entonces, todos los días hay alguna palabrita que me doy cuenta que perdí. Y la trato de recuperar. Por ejemplo, no recuerdo, siempre se me olvida, cómo le dicen los mexicanos a la mesita de noche, que los chilenos llamamos velador, que a mí me parece una palabra muy hermosa. En México, que usan una palabra francesa.
—¿Buró?
—Buró. Sí, claro. Entonces, trato de insertar lo más posible la palabra velador para que le gane a la palabra buró. Tengo mis pequeñas batallas lingüísticas, por supuesto muy minoritarias, porque está lleno de hablantes mexicanos alrededor.
—La prosa, dice en el libro es un reino civilizado y legible. ¿Qué es entonces la poesía?
—El espacio de lo religioso, yo creo. Pero de lo religioso profano. La poesía chilena, que es donde yo me crié, es muy heterogénea. En términos formales es muy difícil de distinguir, pero en términos de su función en la vida, a mí me gusta más, claro. Hay una serie de libros que yo tengo en el velador desde siempre, desde hace 20 años, que son los mismos: Emily Dickinson, Gonzalo Millán, César Vallejo.. No son libros que estén asociados de ninguna forma a la lectura secuencial. Son libros que se abren en cualquier página y leo dos, tres poemas de Vallejo, y pienso en ellos. Todos mis libros de algún modo parten así.
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