Antonio Iturbe: «Barcelona es un ejemplo de ciudad trampantojo»
El autor retorna en 'La playa infinita' al barrio de La Barceloneta para rememorar episodios de su infancia
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Iniciar sesiónUna lágrima cayó en la arena, cantaba Peret en su célebre rumba. En 'La playa infinita' (Seix Barral) de Antonio Iturbe cada grano de arena es un átomo de la memoria. Un físico especialista en neutrinos, llamado también Iturbe, retorna a ... la Barceloneta, el barrio de su infancia ahora convertido en pasto de botellones, patinetes alquilados, pisos turísticos y franquicias comerciales.
De un oscuro sótano de la calle de la Sal, que bien pudiera ser el de la librería Negra y Criminal del añorado Paco Camarasa, emerge su alter ego: González.
Los dos apellidos del autor, Antonio González Iturbe, actúan como los complementarios de Machado. «Converso con el hombre que siempre va conmigo…», escribió el poeta en su 'Retrato'. El Iturbe que se fue discute con el González que se quedó sobre la idoneidad de una u otra decisión. «Volver al barrio que dejaste es una pulsión, no admite argumentos racionales. Te comportas como ese perro que lo abandonan a muchos quilómetros y acaba volviendo a casa del amo», explica Iturbe. «Cuando somos jóvenes solo queremos irnos y en la edad madura volvemos», afirma el autor de 'La playa infinita'. Después del bestseller 'La bibliotecaria de Auschwitz' (2012) y de las peripecias del aviador Saint-Exupéry en 'A cielo abierto (premio Biblioteca Breve, 2017), Iturbe retorna a su barrio de la Barceloneta, como ya hizo en 'Días de sal' (2008).
Trazada por ingenieros militares en el siglo XVIII con un racionalismo del siglo de las Luces, la Barceloneta no es un barrio cualquiera: «Es marginal porque es margen, nació extramuros de Barcelona y nunca le ha pertenecido», observa el narrador.
Si los recuerdos se embellecen, también la mal llamada memoria histórica falsea un pasado que considera políticamente incorrecto. En la Barceloneta se levantó el Torín y la Ciudad Condal llegó a contar con tres plazas de toros. «Y siglos antes, en el Borne, ya se hacían corridas», subraya Iturbe.
El autor no está de acuerdo con aquel título de José Luis de Vilallonga: 'La nostalgia es un error'. Y se apoya en Kundera: «Ulises fue el gran nostálgico de la historia, pasara lo que pasara, su obsesión, al margen de las circunstancias, era volver a Ítaca. La nostalgia es el dolor de la pérdida, de lo que pudo haber sido y no fue. Unos chupitos de nostalgia ayudan a soportar la vida».
Introduce matices: el Heráclito de «nunca nos bañamos en el mismo río», citado también en la novela: «Un barrio que siempre fue cambiando, como cuando la familia llegó en los setenta con la inmigración del resto de España».
El cambio más radical advino con la nominación olímpica. Barcelona se abrió al mar, pero la playa infinita de la memoria perdió algo más que los chiringuitos derribados por la piqueta. La visión del inmenso azul volvió a estrecharse con el Maremagnum y el World Trade Center
«No se puede sacralizar el pasado, pero tampoco la modernidad: no hay nada que envejezca tanto como lo moderno», advierte Iturbe. En el caso barcelonés, se vende una antigüedad ficticia, que no huela mal: «Barcelona es un ejemplo de ciudad trampantojo y su verdad radica precisamente en su mentira», apunta el escritor.
Mientras, el personaje literario que lleva su apellido se siente un extranjero por un nomenclátor que fue el suyo y el de amigos de adolescencia que ya no reencontrará: «Me dejo ir a la deriva por las calles. He venido a buscar a alguien del pasado, pero el presente me agota…». Lágrimas sobre una arena jalonada de cascotes.
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