La labor ingrata de releer a Cesare Pavese
Taller de Reeducación literaria
«Mi ejemplar de 'Entre mujeres solas' está lleno de subrayados que hice en mi primera lectura. Marcas de mi entusiasmo irresponsable, cuando aún no me había deconstruido»
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Stefan Zweig y la apropiación sexual de la mujer
Ficha policial de la detención del escritor italiano Cesare Pavese en 1935 por su pertenencia al Partido Comunista
Como esta es la última entrega del 'Taller de reeducación literaria', puedo contarles que la mayoría de los artículos los he escrito en Caracas, adonde vine de visita por algunas semanas. Este regreso a mi ciudad natal ha sido, también, un reencuentro con la ... biblioteca que dejé al emigrar. Recorriendo sus anaqueles, más que la nostalgia se impuso el horror por tanto libro machista y retrógrado que allí había (y todavía hay). A lo largo del verano he sido, al mismo tiempo, el cura y el barbero, leyendo y lanzando a la hoguera de esta columna cada libro sacrílego que encontrara. El último título que tuve oportunidad de expurgar es 'Entre mujeres solas', de Cesare Pavese. Fue publicado en 1949, un año antes de que el autor se suicidara. Parece que con esta obra dio el salto al éxito de crítica y público. Un poco tarde, me parece.
La novela está narrada desde el punto de vista de Clelia Oitana, una 'self-made woman', que ha logrado cierto éxito en Roma como modista y que regresa después de veinte años a Turín, su ciudad, un lugar atrapado en un ensueño aristocrático, como si la guerra nunca hubiera ocurrido. Se trata de un caso de apropiación sexual, de esos que comentábamos la semana pasada, en el que un autor usurpa la subjetividad femenina para hablar en su nombre. La historia gira alrededor del intento de suicidio de una joven llamada Rossetta, y de los motivos que tuvo, los cuales las propia implicada los discute con Clelia y con la infame Momina. Suicidio que se concretará en un segundo intento, como de alguna manera todos en aquella 'societé' se temen, e, incluso, hasta lo esperan. Así termina la novela. El segundo intento de Rossetta anuncia el próximo intento exitoso del propio Pavese.
Mi ejemplar está lleno de subrayados que hice en mi primera lectura. Marcas de mi entusiasmo irresponsable, cuando aún no me había deconstruido. Abundan frases ingeniosas como estas: «Una mujer que vale más que el hombre que le toca es una gran desgracia»; «si una mujer tiene un hijo, ya no es ella»; «no tener hijos significa tener miedo de vivir»; «todas somos putas». Y otras del mismo tenor, dichas por la propia narradora y sus amigas. Rossetta y Momina, que ven pasar sus días en fiestas, salones de té, galerías, teatros, tabernas y viajes improvisados en plena noche, envidian a Clelia por su independencia, por tener un trabajo, por no estar atada a ningún hombre ni a ningún imperativo familiar. Esto último no es mérito. Toda su familia ha muerto. Lo primero sí ha sido un acto de voluntad y empecinamiento llevado hasta sus últimas consecuencias: la soledad.
Este artículo lo escribo desde el aeropuerto de Maiquetía, antes de tomar el vuelo a Madrid. Me traje el libro conmigo. Hay todavía algunas cosas que no termino de entender de Clelia. Su sexualidad desenvuelta, de una practicidad pasmosa –se deja «usar» por un rijoso compañero de trabajo solo para que la deje dormir–, puede ser un signo de independencia en aquellos años de posguerra. O, también, un anuncio del engañoso liberalismo sexual de los sesenta. Tendré que releerla un par de veces más antes de botarla a la basura. Es una labor ingrata pero alguien tiene que hacerla.