Carrascal y la razón vital

José María lo había sido todo antes que todos. Un periodista, ni más ni menos. Con una cabeza sólo comparable con su trayectoria. Siempre activo, siempre pensando, siempre atento

Muere José María Carrascal a los 92 años, una leyenda del periodismo

Conocí personalmente a José María Carrascal porque escribió una autobiografía apócrifa de Ortega y Gasset. ¡A quién se le ocurre tamaña empresa para un periodista! Pero él era intelectual. Le hice una entrevista para la tele, y su regalo fue presentarme a Ortega. En la ... facultad había leído 'La rebelión de las masas', 'La España invertebrada' y 'Misión en la Universidad', pero gracias a Carrascal lo comprendí. Ortega y la razón vital, esa que ha acompañado a José María hasta el final. Murió escribiendo, hasta el último día, y esta misma semana revolucionó a la redacción porque no estaba bien. Me lo contó Jesús Lillo, conmocionado. Ese libro lo había escrito en 2010, 38 años después de ganar el Premio Nadal en 1972 con 'Groovy'. Ese era José María, lo había sido todo antes que todos. Él, que antes que periodista fue marino mercante y lo contaba con orgullo. Aquello forjó carácter.

Después de aquella entrevista en la tele coincidí con él en la radio, en ABC Punto Radio. Él ya era muy mayor, y vivía seis meses al año en Madrid y seis en Nueva York, con su mujer. Menudo matrimonio tan bonito. Cada día mandaba una columna sonora a la radio, además de sus artículos a ABC. La emitíamos a las seis de la mañana. Un día le dije: José María, todo el mundo medra para que sus columnas se emitan a las ocho, menos tú, que no das nunca problemas. Me dijo: «Ay, Juan, yo ya tengo la vanidad cubierta. Yo escribo para mantenerme activo». Y era verdad, como ese ejercicio de dar vueltas a la piscina en verano sin parar mientras ella tomaba el sol. Por eso estaba moreno y en forma, física e intelectual. La razón vital.

Durante años enseñó Nueva York a todo periodista que fuese por allí y le llamase. A mí, ese magnífico matrimonio me llevó a comer a su restaurante de cabecera, un irlandés. E invitaron ellos. Qué tipos. Él había sido corresponsal en NY del 66 al 90, y disfrutaba enseñando la ciudad. Desde allí, había contado para España la llegada del hombre a la Luna, o el Watergate. Qué agradable era, y qué humilde. Y qué generoso. Y qué culto.

Luego escribió otro libro, 'La nación inacabada', título muy orteguiano. Y le volví a entrevistar. Me lo dedicó así: «Para Juan, que de familia le viene preocuparse por los problemas de la Nación española». Qué tío, otra vez culto y generoso. Y batallador, porque no daba una por perdida: él es el que más sabe de Gibraltar y denunció siempre los abusos de los británicos. Cómo le temían.

Muchos lo conocimos por la tele, porque fue uno de los rostros de la llegada a España de las teles privadas. Cómo olvidar sus corbatas y esa forma de repasar la prensa extranjera y pronunciar el dichoso periódico alemán de nombre impronunciable: 'Frankfurter allgemeine zeitung'. Claro, que su mujer es alemana y él también había sido corresponsal en Berlín. Menuda trayectoria, allí también se escribió la Historia del siglo XX. Porque a él le gustaba escribir y cuando ganó el premio Luca de Tena por su inmensa trayectoria dijo esto: «No soy un hombre de televisión, a mí lo que me gusta es escribir». Esa es la verdad.

Una tarde de sábado murió Jesús Hermida. ¿Quién mejor que Carrascal para hablar de Hermida? En el periódico le llamó Isaac Blasco para pedirle un artículo a toda velocidad. Dejó lo que estaba haciendo y lo entregó, en tiempo y forma, para los lectores de ABC. Ese era José María. Un periodista, ni más ni menos. Con una cabeza sólo comparable con su trayectoria. Siempre activo, siempre pensando, siempre atento. A los 88 escribió 'Todavía puedo', y cuando le entrevistó ABC respondió: «A veces me pregunto qué he hecho para tener tanta suerte». José María, la suerte la tuvimos los que te conocimos. Porque este artículo es una raya en el agua escrita por un periodista insignificante ante tu inmensa trayectoria. Descansa en paz, maestro. Adiós a Carrascal, y la razón vital.

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