Los siete pecados capitales de...
Jorge Freire: «Vivimos en un tiempo que niega el pecado y se obsesiona con el pecador»
El filósofo publica 'Los extrañados', delicioso e inclasificable ensayo sobre cuatro cuatro grandes escritores y sus pecados
Rubén Amón: «Los pecados capitales tienen más de capitales que de pecados
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Iniciar sesiónJorge Freire, filósofo, escritor y articulista, publica 'Los extrañados', delicioso e inclasificable ensayo en el que disecciona, a modo de microbiografía, a cuatro grandes escritores (Edith Wharton, José Bergamín, P. G. Wodehouse y Blasco Ibáñez) y sus pecados. De pecados, precisamente, hablamos ... con él. Le perdonamos uno:
—Todos son perdonables, excepto la envidia. Es el único que hace daño a quien lo alberga. Ovidio la representaba como una mujer vejancona con un reptil que le roe el seno. Quien envidia se devora a sí mismo.
—¿Se lo perdona a usted mismo?
—A mí, menos. Es realmente dañina. Los demás pecados siempre tienen algo bueno. En un libro que me entusiasma, 'Las siete columnas', Wenceslao Fernández Flórez imagina que desaparecen los pecados capitales. ¿Qué sucedería? Que la sociedad se vuelve un coñazo. No hay lujuria y la demografía se desploma; sin gula, desaparece la gastronomía, pues la gente come solo para alimentarse; desaparece la avaricia y la economía se viene abajo sin afán de lucro…
—Coincide con Fernández Flórez en que son las grandes pasiones las que mueven el mundo.
—Y los grandes pecados. Vivimos en un tiempo que niega el pecado y se obsesiona con el pecador. Uno que, además, nunca tiene posibilidad de resarcirse. Es el puritanismo protestante que hoy todo lo invade. Quien ha cometido un pecado, aunque sea uno venial, está condenado para siempre y, al mismo tiempo, se niega el pecado original, porque hay gente que son salvos de nacimiento. Hay que recordar que el pecado lo compartimos todos.
—¿Hemos perdido la capacidad de perdonar?
—La cultura contemporánea proscribe el perdón. Es una de las causas del envilecimiento del debate público: la falla condena para siempre.
—Se nos niega aprender de nuestros propios errores…
—Pecado, recordémoslo, viene de pecatum, que significa tropiezo. ¿Quién no ha tropezado nunca?
—¿Pero qué hacemos con los pecados si los perdonamos?
—Son una buena brújula moral, pero ese eje puede ampliarse. Pueden añadirse otros pecados, siempre y cuando restemos solemnidad y contemplemos el perdón. Yo incorporaría uno que es el aprecio despreciativo, que es una de las formas de la maledicencia. Y un pecado, además, exclusivamente español: despreciar a alguien por medio del aprecio. Si te digo «estás muy bien para tu edad» parece que te halago pero te estoy llamando vieja.
—Parece una combinación de varios pecados: soberbia, envidia y algo de ira.
—La cultura occidental se funda en la ira. El primer verso de la Ilíada es «Canta, diosa, de Aquiles Pelida la cólera». A las tetas de la mala leche estamos amorrados todos.
—No hemos hablado de los carnales. ¿No son siquiera pecados la lujuria, la gula…?
—No infieren daño a nadie, así que no lo serían.
—¿La pereza?
—Me retracto: el peor de todos es la pereza, no la envidia. Lo detesto profundamente, es una trituradora de talento.
—De lo que no peca usted es de soberbia: reconoce su error y se desdice.
—Como todo el que escribe, sí soy un poco soberbio. Pero creo que la soberbia está injustamente denostada. Quien tiene altos ideales siempre es algo soberbio. Pero no debe ensoberbecerse.
—¿Cuestión de mesura?
—El término medio aristotélico. Yo defiendo que hay que valorarse uno mismo y, como decía El Cordobés, quererse uno mucho.
—Dejémoslo aquí: un filósofo citando a 'El Cordobés'.
—Es que es un sabio.
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