La emoción del teléfono fijo

Aquellos maravillosos años

A finales del siglo XX no existía la independencia telefónica, ni la intimidad, solo ansiedad por ser el primero en descolgar el teléfono fijo y descubrir quién estaba al otro lado del auricular

Capítulo 2: La invasión del Seat 600

La actriz Carmen Sevilla responde con garbo y belleza a una llamada telefónica en 1958 EFE

Hace años las competiciones olímpicas se disputaban en casa. El disparo de salida lo marcaba el tono de llamada del teléfono fijo, ese 'ring' que retumbaba como el eco por las paredes y, en cuestión de segundos, las puertas de las habitaciones se abrían ... y todos los miembros de la familia corrían, saltaban por encima de las zapatillas deportivas, de las mochilas, del perro o de cualquier otro elemento o valla de competición que obstaculizara la trepidante carrera.

La gran meta, el superpremio, descolgar el auricular; ser el primero en contestar y escuchar la seductora voz del último amor, la amiga con deseos de confesar el secreto más secreto del universo o, qué desilusión, comprobar que la llamada era para otra persona. Maldita sea.

Descolgar el teléfono fijo era sencillo: elevar el auricular, posicionarlo junto a la oreja y evitar que el cable en espiral se enrollara más de la cuenta. Sin embargo, llamar era mucho más complejo. No solo por los giros del dial rotatorio, esa rueda cuyo funcionamiento las generaciones actuales no entienden. Un simple ejercicio: meter el dedo en el círculo de cada número, desplazarlo hasta el inicio, que volviera a su posición y repetir la acción con todos los dígitos del número con el que se quería contactar.

Esos nervios al descolgar el aparato supletorio, ese temor a que cualquier sonido delatara al espía

Lo más difícil era marcar pese a las trabas que se instalaban en muchos domicilios: candados para bloquear el movimiento de la rueda del dial, desconexión del cable principal para evitar las llamadas... La pericia era un valor esencial.

Los trucos al estilo MacGyver -el protagonista de la serie de televisión de los ochenta capaz de desactivar una bomba con un chicle y un clip- se difundieron como la pólvora para emular sus hazañas y lograr llamar pese a los impedimentos. Incluso se dice que muchos de los actuales espías del CNI o del FBI comenzaron su instrucción con este tipo de habilidades caseras. Por no hablar de las escuchas telefónicas que se realizaban cuando había más de un aparato en la vivienda. Esos nervios al descolgar el aparato supletorio, ese temor a que cualquier sonido delatara al espía, y cotillear sin compasión la conversación ajena.

Junto al teléfono fijo, la estrella de la casa, no podía faltar la agenda para anotar los nombres y números de los familiares, contactos profesionales o compañeros del colegio. Cada familia, un número, nada más. Si desaparecían el bolígrafo o las Páginas Amarillas, aquel voluminoso ladrillo de papel, drama mundial.

El teléfono fijo evolucionó. Adiós a la rueda numérica, al cable que se enrollaba como un yoyó… Llegó la época de los inalámbricos y, por último, los 'smartphones'.

'Au revoir' romanticismo. Ahora, cuando los jóvenes reciben una llamada no solo saben quién es, también aparece la foto del interlocutor en pantalla, ningún misterio -ni siquiera una duda- por saber quién llama. Cada miembro de la familia, un número. Independentismo telefónico. Los contactos se almacenan en el móvil, la memoria es un recurso en desuso. ¡Con la de números que había que memorizar en aquella época para llamar desde cualquier cabina telefónica! Hasta se queman menos calorías: si el adolescente desea mantener su posición horizontal en el sofá su amiga Siri, Alexa o Google gestiona la llamada.

Ay, con lo bonito que era correr con el estómago encogido por el pasillo ante ese 'ring' del teléfono fijo, esa trepidante carrera, esos nervios por descubrir si quien llamaba era el último amor u, horror, algún familiar pesado del pueblo.

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