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MÚSICA

Gonzalo Rubalcaba: «El régimen cubano me ocultó que Dizzy Gillespie quiso llevarme de gira por el mundo»

El célebre pianista nacido en La Habana actuó en el festival Jazzaldia, junto a la cantante Aymée Nubiola, en medio de las protestas en la isla contra el régimen que quiso obstaculizar su carrera

Gonzalo Rubalcaba es, desde hace años, una de las grandes figuras del jazz cubano Pachy López
Israel Viana

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Gonzalo Rubalcaba (La Habana, 1963) tardó muchos años en enterarse de que el gran Dizzy Gillespie había presentado una solicitud al Gobierno de Cuba para que el pianista pudiera salir de la isla, unirse a su banda e irse de gira por todo el mundo con él, cuando apenas tenía 20 años. Pónganse en su piel: uno de los músicos más importantes de la historia del jazz intenta ficharle y usted ni se entera. «Así es, me lo ocultaron. No me contaron absolutamente nada, que era lo que habría correspondido al tratarse de mi vida y de mi futuro. El Estado castrista se tomó la libertad de responder por mí, sin consultarme, y le dijeron que no podía porque estaba estudiando», lamenta.

No lo ha contado muchas veces, reconoce con la voz pausada y midiendo sus palabras, al otro lado de la pantalla desde su casa de Miami: «Es que no quiero que este percance se tome como algo excepcional por tratarse de mí, porque ha sido la forma habitual de actuar del Gobierno cubano», subraya el músico, una semana antes de que comenzaran las protestas contra el régimen castrista. Y lo hace como voz autorizada, porque es, desde hace ya muchos años, una de las grandes figuras del jazz cubano, con cuatro premios Grammy y 13 nominaciones más en su haber. La última, por el disco ‘Viento y tiempo’ (Top Stop Music, 2020), grabado en directo junto a la cantante Aymée Nubiola, con quien el jueves actuó en el festival Jazzaldia de San Sebastián. Un álbum al que sumó otro en mayo junto a Jon Secada: ‘Solos’ (Sony).

El flechazo con Gillespie se produjo en La Habana en 1984. El trompetista había sido invitado a un festival y, un día antes de su actuación, apareció por el cabaret Parisien para comer algo y escuchar un poco de música cubana, justo cuando Rubalcaba estaba tocando con su grupo, Proyecto, y su vida cambió para siempre. «Yo ni me había enterado que estaba allí hasta que terminamos. De repente, le veo subiendo al escenario... ¡Menuda sorpresa! Se acercó con un traductor y me dijo que le había gustado mucho el concierto. Y, sin que me los esperara, me suelta: ‘¿Quieres tocar conmigo mañana?’ Me quedé helado», recuerda.

—¿Fue todo improvisado?

—Sí. El festival quiso utilizar la presencia de una figura tan importante como la suya para poner sobre la mesa algunos temas políticos, por lo que el evento iba más allá de lo cultural. Como si nada, en el mismo escenario me preguntó: «Bueno, ¿y qué tocamos?». Como me acababan de prestar un libro con clásicos del jazz, me acordé de una pieza bellísima de Dizzy que se llamaba ‘Con alma’. «¿Cómo conoces tú esa pieza?», se sorprendió, y me dijo que le parecía genial. Entonces sacó una partitura de su estuche, pues llevaba siempre la trompeta encima, y me preguntó si quería tocarla también. ¡El papel estaba negro de la cantidad de anotaciones que tenía! Y le respondí: «Claro, lo único que no voy a poder dormir hoy, me voy a tener que pasar la noche entera intentando aprendérmela». Se rió mucho. Tenía un sentido del humor tremendo, siempre bromeaba.

—¿Qué significó para usted?

—Un auténtico espaldarazo internacional, porque yo estaba empezando y con él venía un equipo de cámaras para grabar sus conciertos. Caer dentro de ese documental tuvo una repercusión tremenda, porque me metió en un mercado con el que yo ni siquiera había soñado. Fue un antes y un después en mi carrera, como le ocurrió a otros músicos latinoamericanos como Danilo Pérez, Arturo Sandoval , Michel Camilo o Paquito D’Rivera , entre otros. Dizzy no tenía prejuicios musicales y le gustaba ayudar. Eso hablaba de su seguridad, porque sabía que no tenía competencia y era generoso.

—Y eso que usted fue considerado un niño prodigio. ¿Le gustaba esa etiqueta?

—Bueno, la música siempre lo fue todo para mí. Con 8 años ya tocaba en la orquesta de mi papá. Empecé tan pequeñito y se me daba tan bien, que llamé la atención de la televisión. Aparecía en muchos programas de Cuba como, efectivamente, el ‘niño prodigio’. Es algo que tiene un doble filo muy peligroso, porque puedes emborracharte de mimos y cuando te haces mayor y dejan de reírte las gracias y empiezan a mirarte con ojos críticos, todo se viene abajo. Mi madre me protegió mucho de eso siempre y se centró en mi educación, por eso ella fue tan importante en mi vida.

—¿Era tan bueno que no tuvo que ensayar ni una vez con Gillespie antes del concierto?

—No. Simplemente me pidió que almorzáramos juntos en su hotel para hablar un poquito y conocernos más. Y añadió: «Además, estoy escribiendo una cosa que quiero decir en el concierto y necesito que me ayudes». Era un discurso sobre el puente cultural que se estaba estableciendo entre Cuba y Estados Unidos. Quería reanimar ese espíritu de acercamiento que ya había existido en el pasado y no centrarse en los aspectos negativos que primaban en la relación entre ambos países.

—Pero, si no me equivoco, los cubanos en aquella época no podían pisar los hoteles de los turistas...

—Así es, era muy problemático, pero no le dije nada a nadie y busqué la manera de entrar, porque era consciente de que estaba viviendo un momento histórico que no podía desperdiciar bajo ninguna circunstancia. Y lo conseguí. Cuando llegué, efectivamente, me pararon en la entrada y me preguntaron qué hacía yo allí. No les importó que les dijera que había quedado con Dizzy Gillespie y me prohibieron la entrada, pero justo pasó por allí un conocido que trabajaba en el hotel e intercedió por mí, así que subí corriendo a su habitación. Sabía que una conversación relajada con él de una hora equivalía a años de estudio con libros y discos… y al final estuve dos horas.

—Contaba Miles Davis en su autobiografía que la sensación más fuerte que había experimentado «con la ropa puesta» fue escuchar a Gillespie por primera vez en St. Louis, en 1944, con 18 años. Ese día Miles tocó con él, cómo usted su primera vez. ¿Sintió algo parecido?

—Sí, porque para los cubanos Dizzy significaba mucho. Piensa que la generación de músicos anterior a la mía corría riesgos para conseguir sus discos, que estaban prohibidos en la isla. También los de Charlie Parker , Bille Evans o Thelonious Monk . Así que, tenías que pellizcarte para creerte que estaba allí en persona, tocando en vivo a pocos metros de ti. Recuerdo que él estaba muy relajado y, sobre el escenario, te hacía sentir que eras como un amigo suyo o un familiar. Eso es algo que no todos los músicos saben hacer, y te lo digo yo, que he tocado con algunas de las figuras más importantes de la historia del jazz. Fue una escuela para mí. Durante los días que estuvo en Cuba, simplemente me sentaba a su lado sin hablar. Solo le escuchaba y observaba.

—¿Cuándo fue la última vez que estuvo con él?

—Cuando viajó a la isla por última vez, en 1989. Al año siguiente me fui a vivir a la República Dominicana y, tres años después, una tarde de enero encendí la tele y escuché la noticia de su muerte… aquello me tocó el corazón de verdad. Después recibí una llamada del presidente de Blue Note y me dijo que habían solicitado un visado para mí, en Estados Unidos, para que pudiera asistir al funeral en Nueva York. Fue irónico que, con todas las veces que la había solicitado para tocar con Dizzy allí, no me lo concedieran hasta el día que murió. Ya sabes, cuestiones de índole política que han interferido siempre en mi carrera. Recuerdo que asistieron todos los grandes músicos norteamericanos de la época. Fue en ese momento cuando empecé a vivir en Estados Unidos.

—Debió notar un cambio importante, porque en su juventud, si no me equivoco, le resultaba difícil encontrar pianos en condiciones en Cuba.

—Claro, y todavía lo sigue siendo. En 2017 toqué en el Gran Teatro de La Habana, que supuestamente posee el mejor piano de la ciudad, y tenía unos problemas tremendos. La razón es que, en Cuba, cada cierto tiempo, el Estado asigna un presupuesto para comprar instrumentos nuevos y manda a comprarlos a alguien que, muchas veces, ni siquiera es músico. Va a la fábrica de Alemania y se trae varios pianos Steinway de más de 200.000 dólares, que a los tres años ya están en unas condiciones pésimas porque no invierten en su mantenimiento. No tienen esa cultura.

—Entre las estrellas de la música cubana, hay defensores y críticos del régimen. ¿La música nunca estuvo por encima de esas diferencias?

—No. Y no solo ha habido mucha división, sino que aún la hay. Me habría gustado que algunos entendieran la música como la manera de superar esa brecha política, pero no ha sido así. Las razones son muy diversas y no quiero enumerarlas ahora, pero algunas son más honestas que otras. Nos ha faltado ver el problema como ciudadanos independientes a la hora de analizarlo o discutir sobre él. Es necesario que podamos decir lo que queramos sobre la realidad que vivimos y, sobre todo, sobre cómo queremos vivir. Si nos comprometemos con un régimen o una idea política para pensar, nos equivocamos. Los ciudadanos deben vigilar siempre la gestión de su gobierno y decir en libertad lo que funciona y lo que no, independientemente de que seas rojo o azul. Debe haber espíritu crítico, sin ataduras. El hecho de que algunos no quieran ver la realidad nos divide y nos hace daño a todos. Eso es algo que todavía ocurre mucho en Cuba.

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