Los hermanos Coen reescriben con tinta negra el nacimiento del folk
«Inside Llewyn Davis» es una mirada tragicómica al florecimiento del Greenwich Village y al brote de la música popular americana
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Podría decirse que la película de los hermanos Coen, «Inside Llewyn Davis», transcurre exactamente durante la semana anterior a que un niñato con barba de chivo llamado Bob Dylan subiera con su armónica y su guitarra a un garito del Greenwich Village y le ... pusiera un muelle al folk para que saltara por el mundo.
Pero, aunque Bob Dylan sea el fin, el principio de esta película es absolutamente otro: un personaje atrabiliario y rotundo llamado Llewyn Davis, que malvivía el folk con su guitarra, su voz suave y su carácter tonante. Lo que hacen los Coen en esta película que presentan en la competición de Cannes viene a ser su juego habitual de buscarle las costuras negras a las cosas de modo simpático: la recreación de los ambientes artísticos y caninos de una generación tan hambrienta que al poco se comería el mundo, la caricaturización de algunos personajes reflejo distorsionado de la realidad y, sobre todo, contar la historia por su contraportada.
Llewyn Davis es el hilo negro de la trama, un tipo que exuda tanta antipatía como ternuraNo están, en realidad, los protagonistas de aquel «boom», ni Dave Van Ronk, ni Pete Seeger , ni Peter, Paul and Mary, ni por supuesto Dylan, sino su idea encarnada en los personajes que interpretan Oscar Isaac, Carey Mulligan o Justin Timberlake . Llewyn Davis es el hilo negro de la trama, un tipo que duerme en cualquier rincón, que aprecia y desprecia con el mismo ímpetu, que canta con la fe de un devoto y que exuda tanta antipatía como ternura; no es que sea un perdedor, es que está ahí para ser pisado por los acontecimientos.
En realidad, «Inside Llewyn Davis» pertenece al género de películas de los Coen que podría denominarse: cosecha de mi jardín, toma y fúmatela, como «Un tipo serio», «O brother» o «Barton Fink»…, una mezcla de crucigrama blanco, extravagante y retorcido sentido del humor, espejo cóncavo y cosas de hermanos.
Los momentos John Goodman, exagerados, dalinianos, en su encarnación rinoceróntica del compositor Doc Pomus, un baladista ambulante de blues, o el parón que provoca Murray Abraham como Bud Grossman, el ojo infalible del folk, son parte de ese gran guiñol vacío de nostalgia y lleno de acidez que componen los Coen con esta película. Si alguien quiere añorar el Village o el folk solo tendrá para hacerlo tres o cuatro instantes en que Llewyn Davis (Oscar Isaac de viva voz) descorcha unas canciones que te vacían de monedas los bolsillos.
«Borgman», una fábula maliciosa
También en el lote de películas a competición, se ha proyectado «Borgman», del holandés Alex van Warmerdam, una historia con tufillo de fábula maliciosa un poco a modo de aquel «Funny games» de Haneke, pero ausente de toda inclinación a conectarse con cualquier cable de la realidad. «Borgman» es la penetración de un personaje o una idea (igual es el diablo, que el mal, que un vampiro o que aquella cizaña de Astérix) en una casa burguesa en la que inocula sus pesadillas y el consiguiente cataclismo. Se supone que la brocha que utiliza es el humor negro, que emborrona de disparate el lienzo y que le permite al guión todo tipo de tropelías y engañifas.
Hay notables dosis de maldad, aunque no se sabe de cierto con qué función e intención…, tal vez terapéutica. Hay que subrayarle a este Borgman tan lejano de Bergman su capacidad para incomodar al personal, para escabullirse de cualquier planteamiento ético. Y uno sale de ver esta película sin haber tenido ni un solo buen pensamiento.
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