Geishas y samuráis en la cresta de la ola (de Hokusai)
El Palau Martorell se rinde a la fantasía del lejano Oriente con una exposición que reúne xilografías, armaduras, kimonos y estampas eróticos de las eras Edo y Meiji
Japón, mucho más que geishas y samuráis
Entre 1847 y 1848, Utagawa Kuniyoshi, hijo de un tintorero de seda, diseñador de patrones y uno de los últimos maestros del 'ukiyo-e', culminó uno de su trabajos más populares y celebrados: la serie de grabados 'Seichū gishi den '('Historia de ... la lealtad de los fieles samuráis), en la que ponía imagen y color a la legendaria historia de los 47 ronin, los samuráis sin amo que se conjuraron para vengar la muerte de su señor feudal.
Uno de ellos, el único que no se quitó la vida de forma ritual, saluda ahora desde las paredes del Palau Martorell de Barcelona. Se trata de Teraoka Heiemon Nobuyuki, al que Kuniyoshi dibujó en actitud relajada y no combativa, llenando una pileta de agua entre escaramuza y escaramuza.
A su lado se alinean media decena de aterradoras armaduras samuráis de los periodos Edo y Meiji; un completo surtido de lanzas, catanas y wakizashis; y un casco tocado con un pavo de madera que, más que asustar, debía despistar lo suyo en el campo de batalla. «Cuando hablamos del samurái a mí me gusta resaltar la lealtad, que es algo que se ha ido traspasando en el ADN de la gente de Japón. No tienen traje, pero son samuráis en esencia», poetiza Ferran López Alagarda, presidente de la Federación Española de Anticuarios y comisario de 'Geisha/Samurái. Memorias de Japón', exposición que explora la fascinación por la cultura nipona y la «fantasía del lejano Oriente» a través de máscaras, xilografías, estampas eróticas, kimonos, biombos y fotografías.
También, claro, de las armaduras de acero lacado, con sus faldones, espinilleras e intimidantes máscaras a juego, aunque para llegar ahí primero hay que pasa por el teatro, descubrir un poco más sobre las 'mariposas de la noche', que es como llaman, o llamaban, a las geishas, y detenerse un buen rato ante 'La gran ola de Kanagawa', obra maestra de Hokusai que preside la planta baja del Palau Martorell. A su alrededor, una notable muestra de máscaras kabuki y Nô, exquisitas xilografías firmadas por Kunichika, Chikanobu y Kunisada, y la geisha como objeto de deseo y adoración estética.
'La gran ola de Kanagawa', de Hokusai, en la exposición
«La esencia histórica de geishas y samuráis es la esencia de Japón. No se entiende el progreso sin entender de dónde vienen», apunta López Alagarda, para quien las geishas, «artistas, bailarinas e intérpretes de instrumentos, no prostitutas», encarnan «una filosofía propia de la mujer en Japón más allá de su finura y belleza». Eso es precisamente lo que intentan mostrar los coloridos grabados de Toshikata Mizuno, Ryuu Shimazaki y Keisai Eisen, autores que comparten espacio y protagonismo con dos imponentes kimonos del periodo Meiji, peines, abanicos, juegos de picnic, espejos e incluso una peluca.
La exposición, que reúne más de 200 objetos llegados de colecciones privadas de toda Europa, puede presumir de rarezas como una completa colección de 'netsuke', elaboradas piezas artesanales que permitían colgar pequeñas bolsas o cajitas del cinturón del kimono; y una variopinta selección de las llamadas 'imágenes de la primavera', estampas de contenido erótico y espíritu hedonista que reproducían, a veces en formato caricaturesco, actividades sexuales explícitas. Algo así como un pariente lejano del manga erótico y pornográfico que, leemos, servía de alivio para soldados y sirvientes instalados en la corte del shogun.
«El Japón actual viene de los fondos del Japón tradicional», insiste el comisario, que ha centrado en la muestra en los periodos Edo y Meiji, más o menos del año 1600 al 1912, para mostrar el tránsito hacia la modernidad de un país que, asegura, sigue despertando pasiones. Como muestra, el reciente éxito televisivo de 'Shogun', la coqueta muestra que le dedicó el Museo Etnológico y de Culturas del Mundo al diseñador textil Serizawa Keisuke o esta exposición con la que el Palau Martorell confía en llegar a nuevos públicos después de medirse con Sorolla, Mucha y Chagall.