La utopía de la belleza, según Alphonse Mucha
El Palau Martorell de Barcelona explora el legado artístico y teórico del checo, máximo exponente del 'art nouveau'
La muestra, centrada en la búsqueda de la armonía y los valores estéticos, reúne carteles, lienzos y fotografías
Sorolla y su «alta pintura en miniatura» abren al público el Palau Martorell
Barcelona
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Iniciar sesiónExplosión 'art nouveau'. 'Big bang' Mucha, todo cartelería deslumbrante, colores pastel y letras decorativas, en la cuna del modernismo catalán. Más de ochenta piezas, entre carteles, obras decorativas, fotografías y proyecciones digitales de la monumental 'La épica eslava', para ocupar el Palau Martorell ... y tomar el relevo a la 'alta pintura en miniatura' de Sorolla. Mucha, ahí lo tienen, en los dominios de Gaudí. «Existe una gran relación entre el trabajo de mi bisabuelo y la escenografía de una ciudad como Barcelona», asegura Marcus Mucha, bisnieto del que para muchos es el padre del diseño e inventor de la publicidad tal como la conocemos.
«No vendía un producto, vendía un sueño», defiende Marcus al pasar junto a un cartel de 1897 para la línea ferroviaria Mónaco-Montecarlo. En la imagen, ni rastro de locomotoras o referencia alguna al trayecto prometido. Sólo una sonriente mujer junto a una bahía y elementos decorativos marca de la casa. Porque, claro, lo que vendía Mucha no era un producto: era belleza. Y la mujer, añade Tomoko Sato, comisaria de la exposición, era para el checo el centro del universo. «Son el punto de partida de la creatividad, quienes tienen el poder de la espiritualidad. Ocupan un lugar central porque transmiten el mensaje», dice. La mujer convertida en icono, vehículo comercial y, en fin, correa de transmisión de la belleza.
«La misión del arte es expresar los valores estéticos de cada país siguiendo la belleza de su espíritu. La misión del artista es enseñar a la gente a amar dicha belleza», defendía Alphonse Mucha (Moravia, 1860-Praga, 1939). Esa belleza utópica e inspiradora, la misma que enamoró a Sarah Bernhardt y causó furor en el París 'fin de siècle', es ahora el hilo conductor de la exposición que puede verse en Barcelona hasta el 15 de octubre y que orbita alrededor de los escritos con los que el creador checo, firme defensor de arte como comunicación de masas, dio forma al llamado 'style Mucha'.
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«Era un teórico fantástico y un escritor maravilloso. Para él, la belleza significaba armonía entre los contenidos internos y las formas externas», destaca Sato. Mucha, universalista y quimérico, creía en la cultura como motor de cambio. «Estaba convencido de que el arte podía mejorar la vida de la gente, de que podía hacer del mundo un lugar mejor», asegura su bisnieto. Él mismo, de hecho, era la prueba viviente: llegó en 1887 a París, donde compartió piso con Gauguin, y el teatro lo convirtió en una superestrella casi por accidente. «En 1895, Sarah Bernhardt, la actriz más famosa del momento, estaba representando 'Gismonda' y necesitaba un nuevo póster que atrajese a más espectadores«, recuerda Marcus Mucha.
La taquilla flojeaba y la necesidad apremiaba, pero con las navidades a la vuelta de la esquina, lo único que pudo encontrar Bernhardt fue a un checo desconocido, un ilustrador curtido como pintor decorativo en su Moravia natal, que estaba haciendo unas correcciones en el taller. Pulgares hacia arriba y doble ración de suerte: su cartel, con la actriz francesa convertida en diosa bizantina, causó sensación. «Me acaba de hacer usted inmortal», cuentan que le dijo Bernhardt cuando se vio empapelando medio París.
Con 'Gismonda' llegó la fama, sí, pero también los primeros contratos sustanciosos -Mucha trabajó para la actriz hasta 1900 haciendo carteles y escenografías de 'Hamlet' y 'La dama de las camelias'-; los encargos publicitarios para marcas de cigarrillos, galletas, bicicletas, licores y jabones; el diseño de envoltorios; y las portadas de revistas. «Los carteles fueron su laboratorio de pruebas para crear un estilo propio basado en consideraciones estéticas y psicológicas -explica Sato-. Implementó su idea del diseño analizando formas, composiciones y movimientos de línea que hacían que la gente estuviese contenta».
Arte universal y accesible
Las calles, celebraba Mucha, se convirtieron en exposiciones al aire libre. «El cartel era una buena manera de instruir al gran público», defendía. Porque si algo tenía claro el checo es que el arte, al menos el suyo, tenía que ser accesible y universal. «Fue capaz de crear una forma de arte que no sólo enriquecía salones privados y casa de personas pudientes», asegura su bisnieto frente a los paneles decorativos, piezas elegantes y exquisitas que se pueden ver en la exposición y con las que Mucha aspiraba a «elevar moralmente a las personas». «Me alegré de participar en un arte para el pueblo. Era barato, accesible al público en general, y encontró un hogar tanto en las familias pobres como en los círculos más acomodados», dejó dicho el artista. En las paredes, floreados y coloridos paneles dedicados a las estaciones y las artes y «diseñados exclusivamente para el goce estético».
Superestrella de la 'belle epoque', Mucha hizo buenas migas con Strindberg, cultivó el misticismo y se cruzó al menos en un ocasión con Van Gogh (la Fundación Mucha localizó hace poco una carta en la que contaba a su familia cómo «ese pelirrojo loco» había vuelto borracho al piso que compartía con Gauguin), pero la bohemia parisina no logró disipar su gran ambición: poner su arte al servicio de la independencia de Checoslovaquia. «Era consciente de lo que representa como creador publicitario y de su poder para aglutinar al pueblo», subraya Sato. Así que en 1910 regresó a su país y empezó a trabajar en la que sería su gran obra: veinte lienzos que muestran el desarrollo de la civilización eslava desde la Antigüedad hasta la Primera Guerra Mundial.
Una épica eslava que se muestra aquí en formato digital y que terminó justo a tiempo para regalarla a la ciudad de Praga coincidiendo con el décimo aniversario de la fundación de la Primera República Checoslovaca. La alegría, sin embargo, duró poco y Mucha, Gran Maestre de la masonería además de artista nacional, murió en 1939, poco después de ser detenido y apresado durante diez días por la Gestapo. «Tenía el corazón roto porque el país que había contribuido a formar había sido invadido por los nazis», lamenta Marcus.
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