La Pedrera descubre a Mercè Rodoreda como pintora
La muestra reúne treinta acuarelas, gouaches y collages, la mayoría de ellos inéditos, que la escritora catalana empezó a pintar en París en los 40.
El centenario de Mercè Rodoreda abrió ayer una nueva ventana a su polifacética creatividad con la inauguración de una exposición de sus pinturas. Esta faceta es una grata sorpresa para los amantes de la obra de Rodoreda que descubrirán el vínculo entre su plástica y ... su literatura. En junio de 1940 la escritora huyó de París tras la entrada de las tropas nazis pero, en diciembre de 1946, volvió a la Ciudad de la Luz y se instaló en unas golfas. Será en París donde arranque su entusiasmo por la pintura gracias al ambiente artístico que la rodeaba con nombres de la talla de Jean Dubuffet, Joan Miró y Paul Klee.
Entre 1949 y 1954 se dedicó de pleno a las acuarelas, guache y collages, y en las cartas que escribe estos años hace especial mención a sus collages. En sus misivas no esconde una visita a una exposición de Miró que le inspiró una serie de diferentes colores.
La comisaria Mercè Ibarz comenta que lo que podemos ver en el entresuelo de La Pedrera es una selección de las más de ciento cincuenta obras de Rodoreda de las que se tienen constancia. Tras un estudio minucioso de su biografía y de su vínculo con el mundo del arte, Ibarz desvela que la autora de «La Plaza del Diamante» estuvo a punto de exhibir sus pinturas en dos ocasiones: «Primero, en 1953, en la parisina Sala Mirador; y en 1957, en Barcelona, pero las dos muestras fueron truncadas por motivos que no conocemos».
Pintura o escritura Ibarz destaca que la fecha de 1957 fue decisiva en el futuro de Rodoreada como pintora. «Ese año ganó el premio Víctor Català con «Vint-i-dos contes» y decidió dedicarse de pleno a la escritura porque por fin ve que tiene posibilidades de publicar regularmente en Cataluña».
La mayoría de las obras que podemos disfrutar en La Pedrera, sin firma y sin título, son caras de mujeres (autorretratos), soldados, refugiados, unas extrañas figuras que parecen microbios y composiciones abstractas. Destacan los ojos de sus personajes, grandes, abiertos, espantados, pero a la vez valientes. Según la comisaria, «sus ojos se transforman en voces».
Sus pinturas son divertidas y con un punto naïf. Destaca un caballo y un caballero pintado con lápiz y guaix sobre papel, que la propia Rodoreda apodó como «un caballo napolitano». También brillan unos collages sobre cartulina roja muy llamativos y una acuarela sobre papel bajo el nombre de «Amor brujo».
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