El arte más rompedor va de cráneo

ARCO cierra en domingo a causa de que la feria se ha acortado un día por primera vez en su historia. También se ha reducido el arte emergente proyectado este año en temas como la muerte

En arte, el axioma «perro no come (o no compra) carne de perro» saltó hecho añicos el 30 de agosto de 2007. Uno de los más polémicos, descarnados y provocadores artistas británicos, Damien Hirst, vendía ese día su «For the Love of Good» («Por el ... amor de Dios») por 74 millones de euros, que apoquinó un grupo inversionista desconocido. Y con él llegó el escándalo: más tarde se supo que el propio Hirst, su manager y uno de sus galeristas pertenecían a ese consorcio. ¿Qué misterio escondía «Por el amor de Dios»? Pues una calavera humana auténtica, toda ella incrustada en diamantes: 8.601. El arte transgresor elevado a la enésima potencia. Un arte rompedor es el que reclaman las galerías en este ARCO´10 de transición, y que ha ido de cráneos, de espejos retrovisores, de enormes elefantes estampados contras las paredes, de una estratosférica estrella forjada en estacas de madera o de una gran bola que aviva el fuego de la denuncia social.

Ha nacido una nueva era para el arte. Un espacio sin fronteras, geográficas ni artísticas. El arte emergente es el más fotografiado por los visitantes. Como la escultura de un cráneo cubierto por pequeños espejitos similares a los que colgaban en las giratorias bolas discotequeras de los años ochenta. Vida y muerte.

Espejos discotequeros

La obra es de Bruno Peinado, y se exhibe en la galería MAM Mario Mauroner. Peinado, considerado como el nuevo «enfant terrible» del arte francés, revolucionó el mercado artístico parisino con la exposición «Nuit Blanche» (una especie de feria de arte que se celebra durante una ronda de noche que sirve para que las galerías saquen sus obras a la calle). Y expuso durante tres meses en la sala grande del Palais de Tokio (uno de los centros expositivos más punteros de la capital francesa). En ARCO, en la galería MAM Mario Mauroner, presenta ese enorme cráneo artificial cubierto de espejos mágicos, que al girar arroja destellos efímeros sobre la piel roja y naranja. La pieza retorna eternamente a la reflexión sobre la vanidad. La calavera recuerda al espectador el fin, en carne mortal y rosa. El tiempo se detiene en el instante de contemplación: no estamos ante una noche de baile y farra, sino frente a la duración de la vida.

«Memento mori»

La muerte cabalga de nuevo en «Memento mori», de Javier Pérez, en la galería Guy Bärtschi. El artista peregrinó el pasado año con sus eslabones de hierro por el crucero central del patio de la catedral de Burgos, en un proyecto «Siglo XXI: arte en la Catedral de Burgos», junto a Alberto Corazón. Javier Pérez estudió en la Facultad de Bellas Artes de su ciudad natal, Bilbao, y se diplomó en L´ École Nationale de Beaux-Arts de París en 1992, donde permaneció un lustro. «Memento Mori» es una férrea instalación de un sobredimensionado (quince metros) rosario, en el que las cuentas son calaveras de resina, que vuelven a recordarnos la temporalidad del ser.

Como esclavos de nuestra propia estirpe, sin penitencia posible y con la amenaza del «Memento...» («recuerda que morirás»), arrastramos las cadenas del rosario, y peregrinamos con los cincuenta y nueve cráneos de dimensiones fidedignamente humanas, tamaño natural, y el crucifijo en forma de dos grilletes. Javier Pérez, uno de los artistas españoles de mayor proyección internacional, propone una obra polisémica «en donde el espectador debe decidir qué lectura hacer». «Memento mori» está valorada en 180.000 euros: tres copias.

La «Cosa» estrellada

Un elefante, de nombre «Cosa», estampado por su creador, Judi Wertheim, contra la pared de la galería Ruth Benzacar de Buenos Aires; una pared de la que brotan, como en la película del genial Luis Ciges «Amanece que no es poco», 35 espejos retrovisores con textos grabados, de Seamus Farrell... Y el público reclama más arte emergente para contemplar sin emergencias en el último día de un ARCO al que se le agotaron las alcalinas del tensiómetro.

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