exposición

Colita, mil maneras de mirar Barcelona

La Pedrera acoge la primera gran retrospectiva dedicada a la fotógrafa barcelonesa, cronista de la Gauche Divine y de la Barcelona de los setenta

Colita, mil maneras de mirar Barcelona colita

DAVID MORÁN

Empecemos por el final. «La fotografía debe servir para algo. La fotografía no es arte, es oficio», puede leerse casi a la salida de una muestra que, del derecho y del revés, deletrea con entusiasmo y dedicación uno de los apodos más celebrados de la ... Barcelona de los sesenta y congela cinco décadas de sacudidas ante la cámara y de vaivenes entre as lentejuelas de la Gauche Divine y el Somorrostro de Carmen Amaya; entre el retrato como fugaz forma de enamoramiento y la instantánea callejera como herramienta de denuncia social.

La fotografía, dice Isabel Steva Hernández (Barcelona, 1949), ése nombre que Colita desterró cuando le dijeron que había nacido debajo de una col, es oficio, sí, pero también una afición exprimida hasta sus últimas consecuencias. «A mí la fotografía me había divertido siempre y siempre la había practicado como un juego», sentencia otro de los entrecomillados que, desde las paredes de la sala de exposiciones de La Pedrera, recorre por primera vez en formato antológico la obra de una de las grandes fotógrafas de los sesenta y los setenta.

El espíritu de una época, resumido en un centenar de imágenes, proyecciones, murales, carátulas de discos y libros con los que la barcelonesa, mujer en un mundo de hombres, se reivindica como inquieto reverso femenino de Xavier Miserachs y Oriol Maspons y conecta sus primeros disparos en el rodaje de «Los Tarantos» a sus recientes montajes de fauna y flora con Photoshop.

«El fotógrafo se explica con imágenes, así que vamos a verlas», apremiaba ayer Colita durante la presentación de una exposición que, en cartel hasta el próximo 13 de julio, arranca en la estricta intimidad, recuperando algunas de las fotos que cuelgan en las paredes de su casa y entre las que aparecen retratos de amigos como Terenci Moix, Leopoldo Pomés, Joan Manuel Serrat, Oriol Maspons y Ana María Moix. El umbral de «Colita, ¡porque sí!», rodeado de grandes reproducciones de contactos fotográficos manoseados y ajados, es una de las pocas concesiones al color en una muestra que, del «color paloma sucia» del Barrio Chino de finales de los sesenta al deslumbrante blanco y negro de los retratos de Orson Welles y García Márquez, cubre todos los frentes de una artista que hoy sería polifacética pero que prefiere presentarse como todoterreno.

Literatos y flamencos

Versátil y enérgica, Colita huye de la nostalgia y sabotea el mito cuando asegura que, igual que Oriol Maspons, ella también tiene fotografías expuestas en el lavabo, pero no puede evitar detenerse ante la vitrina que exhibe algunas de sus cámaras -desde un antiguo artefacto de baquelita a espléndidos ejemplares de Olympus y Pentax- para recordar que la primera se la regaló su padre cuando cumplió 12 años. Nada de muñecas. Solo «cosas útiles» como guitarras y cámaras de fotos. Artilugios tan sumamente trascendentes que le abrirían las puertas de los terrados del Eixample, los toriles de La Monumental o el pórtico ilustrado de Bocaccio.

En los sesenta, Barcelona era una fiesta, y ahí estaba Colita para no perder detalle e inmortalizar, un poco más, a Gil de Biedma, Marsé, Barral, Castellet o el editor de Anagrama, Jorge Herralde, presente aquí con esa inolvidable imagen en la que observa cómo sus «secretarias» lucen posaderas. Todos ellos, señala Colita, eran los amigos. Más tarde vendrían los encargos y con ellos los retratos de Cela, Castellet y Gimferrer. Los reportajes en prensa y las fotografías «cinematográficas». Antes de que la Gauche Divine se convirtiese en una memorable resaca, Colita ya había viajado a Madrid cargada con su cámara para retratar a Antonio Gades y La Chunga y dar forma a «Luces y sombras del flamenco», uno de sus trabajos más reconocidos. También había vuelto a Barcelona justo a tiempo para asistir al nacimiento de la Nova Cançó.

Cuatro décadas después, sus portadas para Joan Manuel Serrat y Ovidi Montllor comparten protagonismo con sus retratos de Carmen Amaya, sus reportajes gráficos sobre la muerte de Franco o la denuncia del trato que se daba a los enfermos mentales en los hospitales psiquiátricos. «Lo que yo quería era ir a tomar copas a Bocaccio, pasar los fines de semana en la Costa Brava y divertirme», suele señalar Colita cuando habla de sus comienzos como fotógrafa. Y, aunque no hay duda de que se divirtió, lo hizo enmarcando algunos de los momentos más importantes de su época y confirmando que, aunque no sea arte, lo suyo es sin duda, oficio, Mucho oficio.

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