Andros Lozano, premio Gistau: «Yo escribo reportajes, y defenderé que el único mérito de verdad es ir a los sitios»
El periodista, premiado junto al fotógrafo Alberto Di Lolli por sus reportajes sobre la crisis de los cayucos
Alberto Di Lolli: «Soy un militante de que a los periodistas nos quiten la silla»
Andros Lozano y Alberto Di Lolli, ganadores del VI premio de Periodismo David Gistau
Madrid
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Iniciar sesiónPor primera vez desde que se creó el premio de Periodismo David Gistau, el galardón recae en un reportaje. Tras cinco años premiando columnas, esta sexta edición reconoce al reportero Andros Lozano y al fotógrafo Alberto Di Lolli por la serie de reportajes 'Viaje al ... epicentro del gran éxodo de los cayucos', publicada en 'El Mundo'. Fueron varios días de trabajo en Senegal, con jornadas de catorce horas, investigando desde el terreno lo que ocurría aquellos días, cuando Canarias estaba desbordada por la crisis de los cayucos. «Es un orgullo», valora Andros Lozano desde Sevilla en una conversación telefónica. «Por el premio en sí y porque se valora el género del reportaje, que es donde he trabajado desde que empecé en el periodismo. Es un género muy costoso: tenemos que ir a los sitios, requiere tiempo y cada vez está más en desuso».
—A usted no le ha dado todavía por hacer columnas, ¿no?
—El columnista tiene el mismo mérito que puedo tener yo, y hay firmas que me encantan y hacen cosas que yo en la vida podría hacer, pero yo escribo reportajes, y defenderé que el único mérito de verdad es ir a los sitios. Creo que ahí está también parte de la supervivencia de los medios de comunicación, en que las grandes historias siguen interesando a la gente. Es el ABC del periodismo, pero a veces se nos olvida.
—¿Sigue habiendo público?
—Yo creo que sí, lo defenderé siempre. Ahora las métricas nos permiten saber cuánto se lee cada cosa, y por supuesto hay reportajes que pasan desapercibidos, pero aquellos en los que aportas algo -ya sea el enfoque, el tema o la exclusividad- normalmente despiertan el interés. A mí no me gusta esto de filosofar sobre el futuro, pero yo creo que ahí tiene que estar el rumbo a seguir.
—Así que es usted optimista.
—Yo soy optimista desde que empecé a investigar el narcotráfico hace quince años. Sin optimismo, seguro que no hay vida para el periodismo. Eso lo tengo claro. Siempre se trabaja mucho mejor desde la pretensión de querer hacer trabajos buenos.
—Ha escrito dos libros: 'Costo' (Libros del K.O.) y 'Narco, S. A.' (Deusto). En ellos cuenta que ha participado en redadas policiales, que ha acompañado a unos narcotraficantes... ¿Un reportero tiene que estar dispuesto a todo?
-Cada uno tiene que medir sus pasos en función de su contexto vital o personal. Cuando comenzó la invasión de Ucrania, mi director me llamó para preguntarme si podían contar conmigo para dar relevo a los compañeros de Internacional. Yo hubiera ido, pero tengo tres niños. Quizá más adelante me lo dicen y voy, pero en ese momento dije que no. En esa pretensión de contarle a la gente la realidad que les rodea, un día me monté en una lancha con narcotraficantes. A lo mejor fui incauto, pero en ese momento llevaba tanto tiempo detrás de aquello que confié en que no iba a suceder nada. Con el narcotráfico muchas veces me he metido en sitios donde a priori puedes pensar que te puedes meter en problemas y luego es muy diferente la reacción de la gente. Hay que saber trabajar sobre el terreno y tener cierto olfato. No creo que haga mejor las cosas que nadie, simplemente mido los riesgos en función de cada momento.
—Un reportaje no es solo ir a un sitio y contar lo que se ve, requiere más trabajo.
-Para este trabajo premiado tuvimos que hacer trabajo previo con organizaciones que trabajan allí con personas migrantes, con gente que se conoce el terreno y que nos aconsejó a qué sitios podíamos ir y nos gestionó una serie de encuentros. No se puede ir a la aventura a Senegal teniendo una serie de días pautados, con billete de ida y billete de vuelta fijo. Luego allí fuimos a un pueblito, pequeñísimo, y allí empezaron a aparecer madres, padres, hermanos, hijos de gente que había salido hacia Canarias y no sabían lo que les había pasado. Seguramente estuvieran ahogados en el Atlántico. Fue sobrecogedor. Y esto no lo ves hasta que no vas al sitio, por mucho trabajo previo que tengas desde España. La realidad es infinitamente más interesante y más dura que lo que uno se puede imaginar de manera previa.
—Este premio coincide con un momento en el que crece el discurso antiinmigración. ¿Cómo ve lo que está ocurriendo?
—Cualquier Estado tiene que saber gestionar la llegada de población inmigrante, y yo ahí no me voy a meter. Pero pensar que la inmigración se va a frenar porque tengas un discurso mucho más duro, beligerante y señalarlos como delincuentes a todos... pensar que eso se va a frenar cuando a solo unos kilómetros tenemos el continente más pobre del planeta y nosotros somos la vía de entrada al continente más rico del planeta... Yo recuerdo a un padre que me decía que no quería que su hijo volviera, que le había pagado el viaje para que intentara prosperar en Europa. Ese sentimiento es imposible frenarlo. No hay discurso, no hay legislación, no hay medida que lo frene, eso es imposible. Mientras haya desigualdad, mientras haya pobreza extrema y riqueza extrema, la inmigración va a seguir existiendo. Si esos países se desarrollaran de otra forma, seguramente el que se lanza en un cayuco a la desesperada se lo pensaría dos veces.
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SuscribetePeriodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la UCM y Máster ABC
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