Richard Serra, Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2010
El escultor estadounidense Richard Serra ha sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Artes . Los miembros del jurado acaban de dar a conocer su decisión final en el Hotel de la Reconquista de Oviedo. Serra, finalista del galardón en ... cuatro ediciones anteriores, se impuso en las últimas votaciones a las candidaturas del director de orquesta italiano Riccardo Muti y del cineasta español Carlos Saura.
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«Me crié en un ambiente relativamente aislado, en una casa en las dunas de arena de Bay Area con muy pocas cosas alrededor...». Así comienza una clarividente conversación que mantuvo Richard Serra con Hal Foster, incluida en el catálogo de «La materia del tiempo», ese festín de acero retorcido que compite en espectacularidad y belleza con el retorcido titanio de Frank Gehry en el Guggenheim de Bilbao . Serra no es un artista al uso. Más que en su estudio, en una galería o en un museo, se halla como pez en el agua en acerías y astilleros , echándole un pulso y desafiando a la gravedad, jugando por unos instantes a ser un dios del acero, material que modela a placer en torsiones elípticas imposibles. Uno de sus primeros recuerdos le transporta al Golden Gate, que atraviesa en coche, camino del Marine, el astillero donde trabajaba su padre (de origen mallorquín, por cierto) como montador de tuberías. Ese día cumplía cuatro años. Su mejor regalo fue presenciar, extasiado, la botadura de un buque. «Toda la materia prima que necesitaba se encuentra en la reserva de este recuerdo», confiesa.
Ansia de conocer
De San Francisco, donde nació el 2 de noviembre de 1939, su desbocado ansia de conocer, de ver, de hacer, de sentir le llevó a la cálida California, donde se licenció en Literatura Inglesa; a la ilustrada Yale, donde hizo lo propio en Bellas Artes; al sereno Kioto, donde estudió sus templos zen y hermosos jardines (para Serra, esta ciudad japonesa «definió de nuevo mi manera de mirar»); a la deslumbrante Europa, adonde llegó con sus gloriosos veinte años y una beca Fulbright bajo el brazo, que le permitió coquetear con la Vecchia Signora y tener una experiencia, casi religiosa, con Velázquez en el Museo del Prado.
Su encuentro con «Las Meninas», dice, «fue una especie de epifanía; cambió radicalmente el rumbo de mi trabajo
A su regreso a Florencia tiró sus lienzos al Arno y empezó a yuxtaponer animales disecados y vivos en jaulas. Había muerto el pintor. ¡Viva el escultor! La tridimensionalidad se había colado en su obra. Ya para siempre. En mastodónticas esculturas en fibra de vidrio, caucho, plomo fundido o acero cortén.
Él, en cambio, es menudo, con cara de enfado crónico, y una mirada penetrante que recuerda mucho a la de Picasso. De ésas que te atraviesan y te fulminan. Pero, cuando habla de su trabajo (a los grandes artistas les gusta hacerlo), este ciclón de la naturaleza se desborda . Libreta y lapicero en mano, habla a la vez que dibuja. Quiere que oigas, pero también que veas, sus pensamientos. Que bullen y de qué manera. De su poderosa cabeza han salido algunas de las mejores esculturas del arte contemporáneo.
Serra y España
Pese a ello, su relación con España siempre ha sido muy especial. Será por sus genes mallorquines. Su «capilla» en el Guggenheim de Bilbao es lugar obligado de peregrinación para las legiones de seguidores que tiene en medio mundo. El Reina Sofía ha dedicado a su «escultura clonada» el lugar que siempre mereció y hasta el Prado no ha podido resistirse a sus encantos de acero . Hubo conversaciones para que realizase una pieza para el museo, que se instalaría en el atrio, aunque dicho proyecto aún no se ha concretado.
Para muchos, es el mejor escultor vivo. Lo suscribo cien por cien. Basta pasear por la Sala Arcelor del Guggenheim bilbaíno, perderse entre las sinuosas formas de las ocho piezas de Serra que custodia (al artista lo que le interesa realmente es la experiencia de los visitantes al transitar, al vivir sus esculturas) , para constatar que no es una frase hecha más. Thomas Krens, director de la Fundación Guggenheim, llegó a comparar este espacio con la Capilla Sixtina. Serra, que como todos los genios tiene un fino sentido del humor, contestó en una entrevista concedida a ABC: «Krens no es el Papa, ni yo Miguel Ángel».
Amigo de Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Frank Stella, Philip Guston, Bruce Nauman o Donald Judd; compañero inseparable de Clara Weyergraf, su esposa, con quien vive una eterna luna de miel a caballo entre Nueva York y Nueva Escocia, Richard Serra lleva años tocando la gloria con sus dedos . La 49 Bienal de Venecia así se lo recordó otorgándole el León de Oro. Y desde hoy es, si cabe, aún más inmortal
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