GRAN CINE DE GRAN LITERATURA
‘El nombre de la rosa’: de Bond a Baskerville
Como ya señalara el citado Borges, un clásico es una obra que nunca termina de decirnos todo lo que contiene

Escribió una novela llena de referencias filosóficas, teológicas, detectivescas, políticas, literarias. Lo que parecía no una novela de culto sino una novela para cultos (los que quedaran), le salió un best-seller. Fue tal el éxito, los críticos por un lado; los lectores mondos y ... lirondos, por otro, que tuvo que publicar unas ‘Apostillas’ para desenmascarar, con un poco, o un mucho, de retranca, su propia obra. ‘ El nombre de la rosa ’ (1980) de Umberto Eco se convirtió en un acontecimiento. Poco importaba que tratara de una abadía benedictina en el norte de Italia, hacia 1327, de los inquietantes crímenes que en ella sucedían; que hubiera sido Guillermo de Okham , sí, el de la navaja, quien tildara al Papa de Roma de hereje; que la orden franciscana estuviera bajo la no menos inquietante e implacable lupa de la Inquisición; que el libro (II de la ‘Poética’) de un filósofo griego, Aristóteles , estuviera en el centro de la trama, que las acciones y las reflexiones tuvieran, o pretendieran, unas explícitas referencias a la política italiana del momento (Democracia Cristiana, Partido Comunista, galimatías de grupos izquierdistas, ortodoxia y heterodoxia), que los protagonistas recibieran nombres que alertaban del profundo ‘private jokes’ que es toda la novela.
Un franciscano, antiguo inquisidor, metido a detective medieval, Guillermo de Baskerville (con el eco de Conan Doyle ); un bibliotecario ciego de nombre Jorge de Burgos (ahí, Borges ) y un narrador, Adso de Melk, quien tras el paso de los años narra tan soberana aventura e intriga. Todo encerraba, para el lector, lo que el propio Eco recordó como la «lujuria del intelecto». Y lo era. Cuando Jean Jacques Annaud se propone llevar la novela al cine (1986) tiene que escoger alguna de las bifurcaciones que ese inmenso jardín contenía y mostraba. Inteligente, eligió la más cercana al espectador: la intriga. El desvelamiento de los crímenes y la razón de ellos. Brillante, le dio el papel de Baskerville al inmenso Sean Connery . Pasaba del vertiginoso y tecnocrático, y seductor y aventurero Bond, James Bond , creado por Ian Fleming , al sosegado, erudito, minucioso y observador Baskerville, Guillermo de Baskerville, y Connery clavó el personaje, lo inundó de una grandeza, de unos gestos, de unas observaciones memorables que hacían deshacerse a su discípulo Adso ( Christian Slater ).
Para que el cuadro fuera completo un obsesionado Bernardo Gui (Murray Abraham) como el gran perseguidor de las heterodoxias, bajo la sombra del falsario Jorge de Burgos y los ‘Comentarios al Apocalipsis de San Juan’ del Beato de Liébana (asunto éste del milenarismo medieval y de este texto en concreto del que Eco era uno de sus máximos conocedores y publicistas). Jorge de Burgos persigue, oculta y condena lo que ahora otros, desde otras latitudes religiosas y políticas a las del bibliotecario, perseveran e insisten: la risa , la ironía, la gran amenaza al orden, lo que Aristóteles ha mostrado en el libro II de su ‘Poética’.
La película, centrada en el asunto detectivesco, con una puesta en escena excepcional (la abadía, el ‘scriptorium’, la biblioteca), un guión ajustado a los intereses precisos de la adaptación cinematográfica y unos espléndidos diálogos que ahondan en la dimensión filosófica del suspense es hoy un clásico contemporáneo. Porque, como ya señalara el citado Borges, un clásico es una obra que nunca termina de decirnos todo lo que contiene. Y ahí sigue.
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