Gabriel Albiac: «Se está buscando la completa analfabetización, y eso es gravísimo»
El columnista recopila en 'Sin miedo, sin esperanza' el trabajo ensayístico que ha publicado a lo largo de la última década en la Tercera de ABC
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Iniciar sesiónCientos de libros contemplan a Gabriel Albiac (Utiel, 1950) en su lugar de trabajo, arropado por una imponente biblioteca que da cobijo a clásicos de la filosofía, cuya enseñanza ha ejercido durante medio siglo, pero también volúmenes firmados por poetas como Aleixandre ... o Lorca , las novelas negras de Raymond Chandler o ensayos de Salman Rushdie . En su escritorio, el recado de escribir. Así, guarecido entre las raíces del conocimiento y la alta cultura, es como Albiac ha construido una trayectoria intelectual que a lo largo de cuatro décadas lo ha llevado a colaborar con la práctica totalidad de los medios españoles, desde que se enrolara a los grupos antifranquistas en los años 70 hasta sus últimos trabajos en ABC. Reconocido con los premios González Ruano y Mariano de Cavia, reservados para las firmas indiscutibles del pensamiento, es uno de los intelectuales de referencia. 'Sin miedo, sin esperanza' (Confluencias), su nuevo libro, recopila las Terceras que Albiac ha publicado en este diario desde su incorporación, en 2009. El volumen incluye un prólogo de Fernando Palmero y una compilación de entrevistas hechas por el periodista.
—En el libro comenta que no hay nada más efímero que escribir en prensa. ¿Qué tienen estas columnas para que mantengan su vigencia?
—La columna es el arte de lo efímero. Por eso los grandes en este terreno son los que han estado en la raya de la poesía, como Alcántara o Umbral . La Tercera de ABC es un género único dentro del mundo periodístico español. Desde su nacimiento creó un espacio que es al mismo tiempo especulativo y literario. Ha sido cobijo de todos los grandes escritores del siglo XX. En esas Terceras te encuentras con todo el misterio del arte o de la literatura española. A mí me costó entrar en las Terceras; en mi primer año en ABC no escribí ninguna porque impone mucho. Cuando finalmente entré en ella lo hice sobre un tópico de tradición platónica: Platón en el 'Fedro' dice que lo que el filósofo hace es escribir sobre las aguas, es decir, hace signos que propio curso de las aguas hace ir desapareciendo. John Keats, en su tumba, hace inscribir precisamente eso: «Aquí yace uno cuyo nombre se escribió sobre las aguas». ¿Qué más efímero que un periódico para jugar a hacer ese experimento? Si tú aciertas a dar con el corazón efímero de la escritura, puedes tocar elementos intemporales.
—¿Sigue habiendo hoy espacio para los intelectuales?
—Este es un viejo problema. Se escribe en los márgenes de una sociedad que lo único que quiere es escuchar repeticiones, reconocer lo que ya conoce. El que trata de escribir rompiendo lo que está establecido sabe perfectamente que tiene que resultar siempre antipático. Se escribe a la contra. Se escribe para cuestionar el sentido establecido de las cosas. Y si no, no se escribe. Es un esfuerzo demasiado grande como para perderlo en repeticiones. Yo trato de devolver al ámbito de de la escritura la primacía de la interrogación de Platón: no se trata ya de describir la realidad, sino de desentrañar las preguntas y las interrogaciones que se ocultan. Esa ha sido la tarea central de la filosofía durante 25 siglos. Es la capacidad de decirle a alguien: Mire, usted piensa que las cosas son claras. Pues yo voy a tratar de decirle que no son nada claras y que allá donde usted está afirmando o negando con una seguridad absoluta, no hay ni afirmación ni negación.
«El que trata de escribir rompiendo lo establecido sabe perfectamente que tiene que resultar antipático»
—¿A qué problemas se enfrenta el ensayista?
—Escribir es un acto de estilo. La sintaxis es el orden de batalla. Es una ridiculez absoluta distinguir entre el contenido y el estilo: la guerra del escritor es la guerra de la sintaxis. Pero hay un problema gravísimo, que es la desaparición de la capacidad de leer. La lectura ha desaparecido de un modo prácticamente total del ámbito de las prácticas cotidianas. Cuando yo era un niño, la lectura era el entretenimiento básico. Era aquello de lo cual estaba hecha tu vida. Si yo tomo mi infancia en los años 50, los únicos elementos que para mí son relevantes son los que se relacionan con los libros que leí. Cuando tú le dices a un estudiante de universidad que tiene que leer un libro, tomándolo desde la primera página y acabando en la última, te mira como si estuvieras loco. La reducción de la capacidad comprensiva a unas pocas líneas mata toda la historia de la cultura occidental. Es mentira que todo se puede decir en tres líneas: no se puede decir 'La tempestad' de Shakespeare en tres líneas; no se pude resumir en un tuit el 'Fedro' de Platón.
—¿La crisis de valores se explica también por la falta de interés en la cultura?
—Escritura y lectura han sido las bases sobre las cuales se ha configurado todo ese gran mundo de cultura que se inicia en la Grecia clásica y que llega hasta nosotros. Pero el problema es mucho más genérico. Cuando tú no enseñas a un niño a leer desde desde que empieza a hablar, lo que estás haciendo es simplificar la estructura de su mente. Naturalmente, esa ausencia de la lectura se va a manifestar en todos los planos, también a la hora de atender a una estructura cinematográfica medianamente compleja. Todo queda reducido a series ajustadas al modelo de la pantalla del televisor, o el ordenador, al espacio doméstico que las trivializa. Lo mismo te sucede si lo pones delante de un cuadro como 'Las meninas', que tiene un estudio de la luz, unos planos que juegan entre ellos... Todo eso le parecerá un embrollo perfectamente innecesario.
—¿Se ha perdido la capacidad de sorpresa?
—Uno de los horrores del inmediatismo es que nuestros ciudadanos, sobre todo nuestros jóvenes ciudadanos, ya no ven nada por primera vez antes de enfrentarse a ello. Ya les han contado en cuatro líneas lo que van a ver. Yo recuerdo mi primer viaje a la isla de Santorini para ver las ruinas, que es absolutamente sublime, el horror de ver que a los turistas les colocaban previamente un vídeo para que supieran qué era lo que iban a ver. Aristóteles dice que la base de la filosofía, pero también del pensamiento humano, es el estupor, es el asombro. Ya no hay nunca primeras veces. Todos lo sabemos antes de haberlo visto. ¿Para qué vas a leer un libro de 500 páginas si ya te han contado en tres líneas y media de qué trata?
—Ahora la filosofía está desapareciendo de los planes de estudio.
—Se está buscando la completa analfabetización, y eso es gravísimo. La enseñanza en las sociedades modernas nace entre 1789 y 1794, en Francia. Ya entonces se dijo que la primera obligación de la República era dotar a la población en su conjunto de una enseñanza de calidad. Al nivel de enseñanza más alto solo debían acceder los muy capacitados. El objetivo era construir una aristocracia de la inteligencia. Solo cuando esta se constituye se puede hablar de una sociedad democrática en sentido propio. Eso se tipificó legalmente. Esto, que es el 'abc' de las sociedades modernas, empezó a irse al demonio en el último tercio del siglo XX, cuando toda una generación de pedagogos pasaron a plantear la tesis de que la enseñanza debe ser divertida. Lo que era tan elemental para los hombres del finales del siglo XVIII y del XIX se ha perdido en una estupidez generalizada.
«Ya no hay nunca primeras veces. Aristóteles dice que la base de la filosofía es el estupor, es el asombro»
—¿De qué manera se está manifestando la censura estos días?
—Por supresión. Ahora se habla de la cultura de la cancelación, como si eso significara algo. Eso es exactamente lo que hemos llamado siempre censura. Los que hemos vivido en una sociedad en la que había censura de libros y de películas, sabemos perfectamente que sencillamente lo que se censuraba no existía. Para trabajar en mi libro sobre Spinoza he tenido que manejar las ediciones censuradas por la Inquisición: tachaban minuciosamente a plumilla y he tenido que ir a confrontar esos párrafos que faltaban con las ediciones que se conservaban en Ámsterdam o en París. La censura ya no consiste en señalar algo y hacer como que no existe. Esto se ha acabado. Ahora se ha logrado algo muchísimo más eficaz, y es imponer en la cabeza de los ciudadanos lo que puede ver o no, como ha ocurrido con Woody Allen . En un par de años lo han hecho desaparecer.
—¿Desde dónde se imponen estas corrientes de censura?
—Las vehiculan los medios audiovisuales, que se han convertido en la gran máquina de trituración. Es la telebasura. Yo no tengo televisor desde el año 1972, cuando salí de la casa de mis padres, y en esto hablo de segunda mano. Pero cuando leo en la prensa las cosas de las cuales se nutre el ciudadano medio, ahí lo entiendes perfectamente. Lo que verdaderamente convierte la ciudadanía en una masa en el límite de la idiotización es el consumo continuo de esta bazofia. Naturalmente que eso a continuación resuena y repercute en las redes sociales. Para llegar a ese límite de envilecimiento de la telebasura hace falta que la lengua sea reducida a su estrato mínimo, a clichés básicos que darían vergüenza hasta al último analfabeto de la ciudad. Y en estos momentos eso se ha convertido en el modo de hablar.
—Usted ha escrito que «ser español es la angustia de serlo». ¿Qué es el pensar español?
—El pensar español es eso que nace en el Barroco, y es algo fascinante porque nace con un sentido de lo trágico que no se reproduce en ninguna otra literatura de ese mismo siglo. ¿Por qué? Porque estamos ante autores que viven justo en el vértice, entre el esplendor y la caída. No quisiera exagerar, pero yo creo que no se ha hecho en la poesía europea nada de una hondura comparable a la de Góngora y Quevedo. Tienen una dimensión de lucidez fantástica. Yo diría que todos somos hijos de esa poesía barroca española. Quien escribe hoy en español, sí vale la pena, es hijo de eso.
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