El Rey elogia la palabra y el libre pensamiento de Sánchez Ferlosio en la entrega del Cervantes
La emoción propia del acto se vio subrayada ayer por la timidez del premiado, un gran escritor que buscó carácter y destino en el universo de Cervantes
ALCALÁ DE HENARES. Con el debido respeto, pero se nos ha ido la semana haciendo el indio. Porque, como exploradores apaches, hemos seguido el rastro de las oxidadas herraduras de Rocinante de un lugar de La Mancha a otro lugar de La Mancha.
Las huellas ... siempre eran frescas, pero hasta ayer no dimos con el ingenioso hidalgo, quien bajo el alias de Rafael Sánchez Ferlosio, conocido también como el industrioso caballero Alfanhuí o el Señor de las Riberas del Jarama (aunque jura y perjura por su dama que no ha de pisar dos veces el mismo río) recibía en la Universidad Cisneriana de Alcalá de Henares el premio Cervantes, galardón al que Ferlosio concurrió con las armas de su libertad intelectual, su sencillez, su bonhomía y ese saber decir y entender que tienen los que viven exiliados del mundo, del gobierno y sus monarquías, y hasta a veces parece que exiliados de sí mismos, como aquel terco barón rampante de Calvino.
Don Juan Carlos y Doña Sofía presidieron el acto, al que también asistieron el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero; la ministra de Cultura, Carmen Calvo; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; el alcalde de la villa alcalaína, Bartolomé Gonzalez; el director general del Libro, Rogelio Blanco; y el rector de la Universidad Complutense, Virgilio Zapatero. No faltaron tampoco, por supuesto, el director de la Real Academia, Víctor García de la Concha; César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, ni académicos como Carmen Iglesias y Luis Ángel Rojo. Entre los invitados, muchos nombres propios de la vida cultural española como Carmen Balcells, que acudió en silla de ruedas; escritores como Clara Janés, Jose María Guelbenzu, Arcadi Espada, Antonio Colinas, Antonio Martínez Sarrión, Javier Rioyo, y el editor y poeta Jesús Munárriz.
Pompa y circunstancia
La mañana comenzó con poca pompa (la Casa Real organiza estos actos con tanta elegancia como eficacia y sencillez), pero con bastante circunstancia, la de la cara del premiado, quebrada por la timidez y por la felicidad. Sánchez Ferlosio llegó con bastante antelación a la bella Universidad que fundara en 1499 el cardenal Cisneros. Por eso se hizo acompañar hasta la cátedra, desde la que apenas tres cuartos de hora después pronunciaría su discurso, «para ensayar».
Es probable que el caballero Ferlosio hubiese preferido salir a lomos de un rocín flaco (o de un taxi), pero allí estaba, con los quince folios de su parlamento, «Carácter y destino», bajo el brazo. El mismo hombre que recorre el barrio madrileño de la Prosperidad (donde también habitaron con sus versos y su vida Claudio Rodríguez y Gabriel Celaya), con su desvencijado traje claro y su corbata negra a media asta, negra de desconsuelo, de un desconsuelo, el de su hija, que ya dura veinte años. Un discurso intenso, repleto de personajes principalísimos (Aristóteles, Walter Benjamin, Nietzsche, Hegel, Velázquez, El Bosco, Machado -cómo le recuerda nuestro hombre, como cuando decíamos, viste de paisano-, Huizinga, Cervantes, evidentemente), pero también de la cultura popular como los personajes de los tebeos y sus historietas; los payasos de circo, las marionetas, Charlot, e incluso el pueblo siempre llano, nunca esdrújulo, que pedía, en la segunda parte del «Quijote» como decía el bachiller Carrasco, «vengan más quijotadas».
Un discurso que comenzaba bajo la ensoñación de las voces en falsete de un teatro de títeres del Retiro madrileño («Una mañana de verano del 59, paseando mi hija y yo...») y que terminó en el Palacio Episcopal de don Vasco de Quiroga en Pátzcuaro, México, desde donde un amigo de nuestro caballero, Jacinto Batalla, respondía, consultado sobre estas cuitas de carácter y destino, con un escueto: «El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad», cuestión, la felicidad, sobre la que volvió a insistir nuestro caballero pero tomándole la palabra a Hegel: «La Historia no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella párrafos en blanco».
Sobre el césped
Ferlosio, el hidalgo, saltó también al terreno de juego rematando a la red magníficas jugadas de Huizinga («Homo ludens») y los patinadores «ventajistas» de «El Jardín de las Delicias», de El Bosco. Patinar, como casi todos los deportes, es una actividad placentera, un «deporte anagónico», hasta que caiga de por medio el competir, el «ser el mejor», el «deporte agónico», el del sacrificio, el del martirio del cuerpo propio, como el de «esos veintidós muchachos -decía Ferlosio- que se autoinmolan todos los domingos en el ara sacrificial del balompié para ganar». Y no iba por los galácticos. Porque nuestro caballero tiene entre otros dones ése casi divino de hablar de palabras mayores con las palabras más sencillas, eso sí, cuando quiere, o hablar de las cosas más sencillas con las palabras más mayores: «Todo en don Quijote es imitación. Su aventura no es ética, es estética».
Carácter y destino, las dos claves de un discurso inusual, que casi hacía saltar las lágrimas de la fiel Demetria Chamorro, que a buen seguro habría inspirado alguna indómita canción a su hermano Chicho Sánchez Ferlosio, cantautor durrutiano, y hasta que habrían caído sobre la camisa azul de su padre Rafael, Rafael Sánchez Mazas. Un discurso que Doña Sofía se llevó dedicado, un discurso con los ojos puestos en esa hija que se fue, porque en tanto no se demuestre lo contrario, «mientras no cambien los dioses nada ha cambiado».
Callaron las palabra del caballero Sánchez Ferlosio, y la ministra Carmen Calvo tuvo a bien hablar de armas de destrucción masiva. «La palabra es el alma de la escritura -dijo-. Pero la palabra,y abundantes ejemplos sobrecogen nuestro ánimo, pueden mentir, tergiversar, convertirse en arma poderosa al servicio de los fanáticos, en cachivaches estúpidos al servicio de los mediocres. La palabra es el alma de la razón. Ha de cuidarse, vigilarse, expresarse con la mayor precisión para que no se convierta en un fetiche, en madre de los engaños, que pueden tener efectos de destrucción masiva».
Especial significado
Pero pronto se pasó de los lugares comunes a los lugares reales, los que poblaron el discurso de Su Majestad el Rey. Recordó, primero, Don Juan Carlos, el «especial significado» de la ceremonia de este año en el que se celebra el cuarto centenario del «Quijote» y habló de integración y de conocimiento del otro, con palabras del propio don Quijote a Sancho: «Jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo». Integración y voluntad de encuentro porque «en un mundo -continuó- como el que nos ha tocado vivir, aturdido por el ruido y cegado por el cúmulo de imágenes visuales, el libro, la palabra siguen alimentando la esperanza en un mundo más libre, dialogante y justo».
Tampoco quiso pasar por alto la condición de paisanos que alía al premiado con el Rey -«a ambos nos une el mismo lugar de nacimiento, la eterna Roma»- para pasar después a hermanar la figuras del creador del Quijote con la del creador de «Alfanhuí»: «A la manera de Cervantes, algunas de sus aportaciones más valiosas como escritor han sido la innovación constante y la minuciosa creación de realidades». El Rey recorrió también las riberas de «El Jarama» -«es, como lo fue el Quijote, una novela de diálogo y un espejo de la sociedad del tiempo que le tocó vivir»-, antes de detenerse, ya para finalizar, en su enjundiosa obra ensayística: «Trata de lo divino y de lo humano, pero hay un hilo conductor que los une: el ejercicio de un pensamiento libre, articulado en razonamientos exhaustivos que, con el contrapunto de numerosas referencias de cultura, no pierden nunca de vista la realidad cotidiana de nuestro país y del mundo».
Luego, cuando el rubicundo Apolo había pasado ya más de dos horas del mediodía, «yendo, pues, caminando», nuestro flamante aventurero Rafael Sánchez Ferlosio, dejaba atrás su frac, volvía de sus encantamientos, y se encerraba en su piso de «la Prospe» con Demetria, con su gata, con su triste figura y con su infinita pena.
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