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Improvisado homenaje al V Califa

Abrió plaza Fermín Bohórquez, que pechó con el peor novillo

Improvisado homenaje al V Califa AARÓN

AGUSTÍN JURADO

Cualquier interpretación que se haga de un acto creativo que de una forma u otra no relacione lo que el artista muestra de su personalidad con la experiencia propia del público resultará estéril. Manuel Benítez conoce esos resortes y los maneja, hoy igual que ayer, a su antojo. Su personalidad se desborda, provocadora, aludiendo a la juventud de cada espectador. Con ilusión para el que aún la posee y con nostalgia para el que la perdió por el camino. El Cordobés es la evocación de la juventud total y vital. Con cerca de ochenta años a cuestas volvió a poner la plaza al revés a partes iguales entre ocurrencias y mano izquierda en el festival a beneficio de la Asociación contra el Cáncer.

Abrió plaza Fermín Bohórquez, que pechó con el peor novillo. A su escasa fuerza hay que añadir una falta de acometividad tal que dificultó sobremanera encelarle en la cabalgadura. Mató de un certero rejón y le fue concedida una oreja.

El Cordobés recibió a su novillo con unos lances a la verónica muy jaleados por el respetable. Lidió José Muñoz con soltura. Para cuando tomó muleta y estoque, el personal ya estaba en el canasto gracias al prodigioso embrujo hipnotizador del Benítez. No obstante y como no se es Califa por una nadería, de su muñeca brotaron dos series al natural de extraordinario fundamento y algún lance suelto momumental. Con la derecha no se acopló tanto, pero aparentó no hacer esfuerzo alguno, cosa insólita de creer para un señor de su edad. Un pinchazo, un sartenazo y una estocada precedieron a la concesión de dos orejas de agradecimiento.

Finito atraviesa un momento de forma estupendo. Así lo evidencia el mazo de verónicas que le recetó a su oponente en el saludo de capote y en el garboso galleo por chicuelinas con el que llevó al toro al caballo. Quitó por verónicas a pies juntos con todo el arte y sentimiento que concede ese defecto tan criticado del codilleo y que no es otra cosa que un recurso al que obliga la creación en esencia. Brindó a El Cordobés, como todos los actuantes excepto su hijo Julio, y allí, con la muleta y ante el peor novillo del festival, se vio a un Finito muy parecido al de aquellos años noventa, con una propuesta estética de altísimo contenido. Lástima que el de Fuente Ymbro estuviera justo de fuerza y no propiciara la emoción. Mató de una estocada que asoma, aunque bien ejecutada, que se premió con una oreja con fuerte petición de la segunda.

La sustitución de Ponce por José Luis Torres fue un acierto. Estuvo variado con el capote, saludando a su oponente con verónicas y chicuelinas y quitando posteriormente por navarras. Con la muleta se vio a un torero más maduro, no tan constreñido por el estrecho margen que le concede su estética amanoletada. Faena bien estructurada en la forma y medida en el tiempo, siempre con intención, templanza y largura.

A Julio Benítez le cupo en suerte un novillo con tan buena condición como poca fuerza. Su actuación osciló entre lo bullidor y su impecable concepto técnico. Ejecutó la suerte suprema despacio y cobró una buena estocada que le rentó dos orejas.

Israel de Córdoba también se apuntó al tren del éxito. Estuvo centrado e inteligente, dándole a su novillo los tiempos necesarios para que no se ahogara y administrándole esos derechazos de innegable corte finitista que componen el grueso de su toreo. Lances largos, con empaque y enjundia rematados con una estocada de efecto fulminante que llevaron hasta su esportón las dos últimas orejas de una tarde que —sin querer— resultó ser un homenaje a El Cordobés.

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