Arquitecto y miembro de Equipo 57
Juan Serrano: «La inteligencia emocional nos salvará del cataclismo»
Quiso ser veterinario para escapar de la penuria asfixiante de la Córdoba de posguerra. Pero lo que realmente le dio un soplo de oxígeno fue el arte, que es, en su universo particular, una forma de jugar
aris moreno
Nada más abrir la puerta de su estudio, lo advierte: «No me gustan las entrevistas». Lo deja caer sin estridencias, como quien no quiere la cosa, pero el aviso se queda flotando en el aire para que el redactor sepa en qué terreno se mueve. ... A Juan Serrano (Córdoba, 1929) el escaparate público no le hace ya sino perturbar la calma absoluta que se respira en el interior de este taller atiborrado de objetos geométricos y multicolores. Aquí dormita su universo de creador de poliedros en cartón que él mismo ensambla con sus manos cada día. La música clásica resuena imperturbable mientras el mundo que hierve ahí fuera parece no interesarle lo más mínimo.
-No le gustan las entrevistas. ¿Qué teme?
-La responsabilidad de hacer un juicio sobre cosas en las que te ves en la necesidad de acertar.
-Se siente examinado.
-Una mezcla de todo. Tienes que decir cosas de las que se va a desprender una imagen tuya.
Juan Serrano es un artista particularmente reservado. Como si la enorme trascendencia de Equipo 57, uno de los grupos de vanguardia más influyentes de España, le fuera absolutamente ajena. Sus orígenes, en cambio, estuvieron impulsados por la determinación de salir de la penuria color sepia de aquel barrio de San Pedro de posguerra. «Yo quería desclasarme», dice sin circunloquios. Por eso vendió su bandurria para matricularse en Veterinaria, que era entonces una de las pocas ventanas por las que escapar a la pobreza. Su primera imagen de niño se detiene en aquel muchacho tembloroso que era empujado por unos milicianos camino del pelotón de fusilamiento. «Tomamos conciencia en ese momento que había gente mala y gente buena».
-¿Y sigue pensando hoy que el mundo se divide entre malos y buenos?
-Esa es una pregunta entre tonta y muy inteligente. Creo en un concepto «roussoniano» y en condiciones adecuadas la gente saca sus actitudes altruistas y generosas. Si las condiciones no son favorables, la gente se retrae, se defiende, tiene miedo. Y quien tiene miedo ataca.
-¿Sigue creyendo en el ser humano?
-¿Hay otra alternativa?
Su contacto con el arte le viene por vía filial. Su hermano Rafael era, según sus propias palabras, un niño prodigio, que pintaba continuamente y tenía fama de excelente mano. Pero su prioridad era volar del barrio y Veterinaria era el único salvoconducto. Eso sí: nunca trabajó como veterinario y poco antes de terminar la carrera ya había reorientado sus intereses hacia el mundo del arte y la decoración de la mano de su amigo Pepe Duarte. En 1954 dan su primer salto a París, la capital artística del planeta. Allí conocen a Picasso, el gran genio universal, y a su marchante. «Aunque parezca increíble, Kahnweiller nos recibió en su lujoso despacho de caoba a Pepe y a mí, dos desharrapados que íbamos en alpargatas». Poco después, se forjó Equipo 57, con Agustín Ibarrola, Ángel y Pepe Duarte, Juan Cuenca y el propio Juan Serrano.
-El Equipo 57 se funda en contra del individualismo y de lo emocional. ¿Firmaría hoy este mismo manifiesto?
-Con lo emocional ya tengo otros compromisos. He cambiado.
-¿Por qué?
-Antes estábamos en la idea del progreso, donde la cabeza nos iba a salvar del mundo. El prestigio de lo pensado y el desprestigio de lo sentido. Ahora estoy recuperando otro individuo distinto al de la cabeza.
-Ya no renuncia a las emociones.
-Eso es lo que estoy recuperando. La inteligencia emocional es lo que nos puede salvar del cataclismo. Sentir la naturaleza y al otro como parte de ti mismo. Esa es la parte blanda que hemos despreciado con una actitud soberbia, que viene de la racionalidad de Occidente.
-Para usted, el arte es un juego. ¿A qué juega con el arte?
-El juego es la vida. No sé si lo verdadero en la vida es el arte, porque en el arte no se engaña. El arte es la búsqueda de lo desconocido.
-Desde la distancia, se le ve como un artista con el ego domesticado. ¿Espejismo o verdad?
-Es una pretensión.
-¿Qué pretende?
-Lo peor del arte es cuando el individuo suplanta a la obra. Los orientales lo tienen claro: el sujeto debe desaparecer para que la obra destaque. Nuestra cultura se basa en el individualismo a ultranza. Yo lo que hago es arte ornamental, que no pretende transmitir subjetividades.
-¿Y qué hace un veterinario reconvertido en artista de vanguardia?
-Tú no eres veterinario por el simple hecho de haber estudiado una carrera. Yo no sabía ni distinguir una vaca de un chivo.
-¿Para qué sirven los premios?
-Los he recibido sin darme cuenta. No sé ni los que tengo. Supongo que es un reconocimiento que, aparte de aumentar el ego, incrementa también tu valoración.
-Rafael de la Hoz dijo: «No se puede ser arquitecto sin ser mercenario». ¿Usted se ha vendido mucho?
-Son palabras muy duras. En mi opinión, lo correcto sería decir que no se puede ser arquitecto y no aceptar que se está sometido a un sistema económico de intereses.
-Ha dicho usted lo mismo dando un rodeo.
-Es que la palabra mercenario la tengo mal calificada.
-¿Qué es el casco histórico de Córdoba: una joya o un fósil?
-¿Por qué elige esas palabras?
-Elija usted otras.
-Un enclave donde vive gente y tiene un cúmulo de historia y de transformaciones, el símil correcto no es una joya. Hay que buscar otra palabra. Y fósil no, porque la gente sigue viviendo allí y los fósiles han perdido su capacidad de relación con el medio.
-¿De qué pecado urbanístico no nos arrepentiremos lo suficiente?
-Los planes especiales están llenos de análisis con poca finura y calidad. Por ejemplo: esa casa que hemos tenido en Gran Capitán apuntalada para mantener la fachada y construir dentro una cosa que no tiene nada que ver. En Córdoba, no se ha entendido la modernidad de forma dinámica, operativa, actuante. Tenemos una imagen estereotipada, turística, de las macetas y el folclore.
-Gabriel Pérez Alcalá, rector de la Loyola, declaró: «En Córdoba son conservadores hasta los comunistas». ¿Exagera?
-Ni pizca. Pero, ¿qué partido político de izquierdas en España ha sabido mantener una actitud al margen de los poderes establecidos?
Pese a que supera los ochenta, Juan Serrano mantiene una figura espigada y se mueve con una agilidad impropia para su edad. Es un hombre que transmite sosiego y que observa un ritual inamovible cada día: de la casa al estudio y del estudio a una cafetería cerca del antiguo viaducto donde toma asiento invariablemente en la misma mesa. Café con leche y tostadas con aceite de oliva.
-¿Ha sido lo que ha querido ser?
-Yo he querido ser lo que no soy.
-¿Y qué ha querido ser?
-No lo sé. No soy casi nada. Cuando era pequeño, sin darme cuenta, tenía aspiraciones a algo que estaba en el futuro. Pero sigo siendo tan imbécil y tan adolescente como entonces. Voy dejando carreras y situaciones y vivo tanto el presente que no tengo una mirada ni añorante ni retrospectiva. Me cuesta mucho mirar para atrás.
-¿Y para adelante qué ve?
-Estoy viendo el final. Hay una barrera a la que me voy acercando. Una especie de cuenta atrás.
-¿Y cómo lo afronta?
-Con altibajos. Con incertidumbres. Me preocupan las pequeñas incertidumbres. El sentido de lo que haces. Qué sentido tiene seguir viviendo. Esa es la pregunta fundamental para encontrar una especie de sosiego.
-¿Merece la pena hacerse esa pregunta?
-Si al menos sirviera para combatir la intranquilidad y la angustia, quizás.
-¿De qué se libera un ser humano cuando cruza la frontera de los ochenta?
-De muy pocas cosas. Crees que ya vas a poder decir lo que te salga de las narices y no. Te queda poco tiempo y quieres morirte con dignidad. Con la gente que quieres.
Pese a todo, a Juan Serrano le sigue interesando el mundo en el que vive. Particularmente, si es observado a la luz de las aspiraciones que su generación depositó en aquella visión esperanzadora de cambio y transformaciones sociales. «Lo inhumano es la sociedad donde vivimos. Hemos excluido al otro y nos vemos obligados a explotar o a engañar para sobrevivir. El progreso que imaginamos ha sido un fiasco de tres pares de narices. Tener un móvil o medios tecnológicos no es el progreso. Y a los viejos nos queda la dignidad de poder cabrearnos, aunque nosotros también hayamos formado parte de todo esto. Desde luego, no supimos hacer las cosas bien». Serrano apura el café, ya frío, y se toma el último trozo de tostada. Han pasado una hora y seis minutos desde que la grabadora se puso en marcha. Se gira para despedirse y deja caer sin estridencias la siguiente frase: «No sé si todo esto habrá servido para algo». No le quepa la menor duda, caballero.
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