Los pulgares y el cerebro evolucionaron juntos para hacernos inteligentes
Un nuevo estudio establece que, en todos los primates, la longitud del pulgar está íntimamente relacionada con el tamaño del cerebro. Ambas cosas evolucionaron juntas y dieron origen a la inteligencia
El cerebro humano encogió hace 3.000 años, ¿por qué?
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Iniciar sesiónDime la longitud de tu pulgar, y te diré el tamaño de tu... cerebro. Pulgares más largos implican cerebros más grandes, y eso vale para todos los primates, desde los lémures hasta los humanos. El hallazgo, llevado a cabo por un grupo de investigadores dirigido ... por Joanna Baker, de la Universidad de Reading, en Inglaterra, y recién publicado en 'Communications Biology', es la primera evidencia directa de que la destreza manual y la evolución cerebral están íntimamente conectadas en todo nuestro linaje. Aunque no de la forma que creíamos hasta ahora.
Desde hace siglos los científicos se preguntan qué fue exactamente lo que impulsó el desarrollo de nuestra mente, única entre todos los seres vivos del planeta. ¿Fue la capacidad de fabricar herramientas? ¿El fuego? ¿El lenguaje? ¿O quizá la bipedestación, que nos dejó las manos libres e impulsó la capacidad de crear y construir?
Durante décadas, el árbol evolutivo ha sido un tapiz de bifurcaciones en el que cada hilo se anudaba a una nueva habilidad. Pero, ¿y si en lugar de un único motor, el progreso fuera el resultado de un 'diálogo' ininterrumpido? ¿Y si la respuesta a nuestro salto cognitivo no estuviera en un único hito grandioso, sino en algo tan humilde y cotidiano como el pulgar?
En su estudio, los investigadores no se conformaron con analizar sólo a los humanos. En vez de eso, examinaron los huesos de la mano, y los cerebros, de 94 especies de primates, incluyendo tanto animales vivos como fósiles de nuestros ancestros ya extintos. Y el resultado, claro y rotundo, los dejó boquiabiertos: los primates con pulgares proporcionalmente más largos, una característica clave para lo que los paleoantropólogos llaman la 'pinza de precisión' o 'agarre de pinza', eran invariablemente los que poseían los cerebros más voluminosos.
Pero veamos. agarre de pinza es el movimiento que nos permite, por ejemplo, coger un grano de arroz con el pulgar y el índice, y constituye una de las grandes señas de identidad de nuestra especie. Es lo que nos permite enhebrar una aguja, escribir o manejar una cuchara. Contrasta con la 'pinza de fuerza' o 'agarre de poder', que es más común en otros primates y que se usa para colgarse de las ramas o para manipular objetos grandes con fuerza, como un mono partiendo una nuez con una piedra. El estudio demuestra que esta sofisticada destreza en la manipulación de objetos es el hilo invisible que, con una consistencia asombrosa, se entrelaza con el desarrollo cerebral.
Todos los primates
Lo más intrigante es que, según el estudio, esa correlación se mantuvo incluso cuando los investigadores retiraron los datos humanos del análisis. Es decir, que no se trata de un fenómeno singular de nuestra especie. El pulgar no es una característica aislada que apareció de pronto para manejar herramientas y, como consecuencia, desató el crecimiento cerebral. Más bien, la relación 'pulgar-cerebro' es una constante evolutiva que lleva actuando desde que los primeros primates se balanceaban aún en los árboles, perfeccionando poco a poco sus habilidades para agarrar pequeñas frutas o insectos.
El neocórtex, la gran sorpresa
Pero si la relación entre el pulgar y el cerebro era ya un hallazgo potente, el estudio guardaba una sorpresa aún mayor. Intuitivamente, uno podría pensar que la habilidad manual está relacionada con la coordinación y el movimiento. Por tanto, los científicos esperaban que el pulgar estuviera ligado al cerebelo, la región cerebral que funciona como un 'director de orquesta', coordinando los movimientos complejos y el equilibrio.
Pero no fue así, y lo que el equipo de Baker descubrió fue que la longitud del pulgar no se relacionaba con el tamaño del cerebelo, sino con el del neocórtex. La diferencia entre ambas regiones cerebrales es enorme. El cerebelo, en efecto, sería el encargado de la logística: sabe dónde está cada libro, cómo moverse para encontrarlo y cómo sacarlo del estante sin derribar los demás. En otras palabras, es el 'gestor' del movimiento, de la acción física. El neocórtex, en cambio, es donde se interpreta el contenido de los libros, donde se analizan las ideas, se procesa la información sensorial y donde, en definitiva, reside la conciencia. Es la sede del pensamiento abstracto, de la planificación y del razonamiento.
Por lo tanto, el mero hecho de que el pulgar se relacione con el neocórtex, y no con el cerebelo, sugiere un proceso evolutivo mucho más profundo. No se trataba solo de mejorar la coordinación motora para ser más eficaces al agarrar una rama. Se trataba de un desafío cognitivo de primer orden. Pensemos, por ejemplo, en la complejidad de manipular un objeto con el pulgar y el índice: la información sensorial que se recibe a través de la piel, la presión que hay que ejercer, la retroalimentación del movimiento y la corrección constante. Para manejar estas nuevas habilidades, el cerebro no solo necesita saber 'cómo' mover la mano (el trabajo del cerebelo), sino que debe procesar, interpretar y planificar cada una de las acciones individuales que hacen posible el movimiento. Y eso entra de lleno en los dominios del neocórtex.
«Siempre hemos sabido -explica Baker- que nuestros grandes cerebros y nuestros dedos ágiles nos distinguen, pero ahora podemos ver que no evolucionaron por separado. A medida que nuestros ancestros mejoraban en la manipulación de objetos, sus cerebros tuvieron que crecer para manejar estas nuevas habilidades. Habilidades que se han ido perfeccionado a lo largo de millones de años de evolución cerebral».
Inteligencia y manos
Este nuevo hallazgo resuena con otras investigaciones que, en los últimos años, han ido ligando cada vez más la evolución de la mano y el cerebro. El trabajo pionero de la neurocientífica Lisa Feldman Barrett, por ejemplo, subraya cómo el cerebro no solo 'piensa', sino que su función primordial es gobernar el cuerpo. De esta forma, nuestra inteligencia y nuestra conciencia no son fenómenos etéreos, sino que están profundamente ancladas en nuestra biología, en nuestra capacidad para interactuar con el mundo físico.
En este sentido, un pulgar que se alarga y se vuelve más diestro no es solo una ventaja motora. Es una puerta de entrada para una nueva y más rica experiencia sensorial. La mano es un órgano de exploración y conocimiento, y a medida que se fue perfeccionando, el neocórtex tuvo que hacer lo propio, y expandirse para dar sentido a toda la nueva información que recibía. En un círculo virtuoso, un pulgar más largo fomentaba una pinza más precisa, lo que a su vez estimulaba el crecimiento del neocórtex, que a su vez permitía un uso aún más sofisticado de la mano, y así sucesivamente, a lo largo de millones de años.
MÁS INFORMACIÓN
La evolución, en este escenario, no es una mera carrera por la supervivencia del más fuerte, sino una danza compleja y entrelazada entre cuerpo y mente. Por eso nuestros pulgares, esas simples extensiones de nuestras manos, no son solo un vestigio del pasado, sino la prueba tangible de que, para llegar a ser lo que somos, primero tuvimos que aprender a usarlas.
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