Ingenio a toda vela, la pugna por encontrar el timón perfecto
Grandes rivalidades de la ciencia
Una batalla entre ingenieros y marinos que modeló el futuro de la exploración oceánica
La batalla del infinito que terminó con un genio matemático en el sanatorio
Naos catalanas con timón de codaste siglo XIV
En la bruma salina del Atlántico y el Mediterráneo, mucho antes de los satélites y los mapas precisos, los barcos dependían de herramientas tan básicas como ingeniosas para sobrevivir al azar oceánico. Durante siglos la labor de dominar las aguas estuvo marcada por rivalidades, no ... solo entre reinos o comerciantes, sino entre culturas enteras que se disputaban la autoría y la perfección de los grandes inventos náuticos.
Entre todas, pocas fueron tan intensas ni dejaron tanta huella como la controversia por el timón de codaste, el llamado timón trasero o «trimón», entre los marinos del norte y del sur de Europa.
En busca de una solución eficiente
La vida en el mar, durante la Edad Media, era literalmente una cuestión de rumbo. El sistema primordial de control de dirección en barcos europeos, desde la Antigüedad hasta avanzado el Medievo, era el «timón lateral» o «de espadilla»: una pala de madera atada sobre el costado de popa, casi siempre a estribor. Durante siglos funcionó con sorprendente eficacia en galeras mediterráneas y en drakkars vikingos.
Las culturas marítimas del sur europeo, con epicentro en el Mediterráneo, perfeccionaron el uso de los timones laterales y dobles, adaptando la tradición greco-romana de la espadilla. Mientras tanto, en los tortuosos y bravíos mares del norte el mismo sistema evoluciona de manera distinta, bajo condiciones climáticas más severas y sobre barcos de siluetas diferentes, como los cogs de las costas del mar del Norte y el Báltico. Allí, los vientos indómitos y las aguas agitadas exigieron soluciones nuevas, aumentando la presión sobre ingenieros y carpinteros navales para crear algún artilugio más eficiente y resistente.
El cambio tecnológico decisivo llegó entre los siglos XII y XIV, cuando aparecen las primeras referencias al «timón de codaste» en Europa. Este avance consistía en una pala montada verticalmente en el centro de la popa, unida por herrajes metálicos que permitían girarla con un timón o caña desde la cubierta. El invento representaba, en términos prácticos, una revolución: permitía controlar barcos mucho más grandes, dotarlos de mayor estabilidad y, sobre todo, navegar ya no solo con vientos de popa, sino de través y hasta ceñidos contra el viento.
Norte contra Sur
En el norte, especialmente en los puertos neerlandeses y frisones, la innovación fue adoptada con entusiasmo y orgullo. Las crónicas locales relatan cómo la nueva tecnología se propagó vertiginosamente entre los mercaderes, quienes no tardaron en pregonar la superioridad de este ingenio respecto a los anticuados sistemas del sur.
Pero el sur de Europa, lejos de permanecer ajeno al cambio, defendió su propia tradición con vehemencia. Para los carpinteros de Génova, Venecia o Barcelona, la espadilla lateral aún respondía a la perfección en galeras y fustas, diseñadas para la velocidad bajo remo y no tanto para la capacidad de carga. El timón central, decían, no servía en sus esbeltas popas curvas, donde la pala central hubiese quedado demasiado expuesta a los golpes de mar o a los daños del combate naval.
La rivalidad tomaba cuerpo en ferias y puertos: allí, constructores del norte y del sur exhibían sus creaciones y compartían sus argumentos. Treta tras treta, debate tras debate, cada uno presentaba su método como el definitivo. Los del norte mostraban la maniobrabilidad lograda por el timón de codaste incluso en mares alterados, perfectos para sus barcos comerciales. Los del sur, celosos de su legado mediterráneo, recalcaban la sencillez y la flexibilidad de la espadilla, adaptada a la tradición de sus galeras, esenciales para el comercio y la guerra en el «mare nostrum». Aquellos encuentros no eran simples disputas técnicas, sino verdaderos choques culturales, aderezados por intensos prejuicios y una pizca de chovinismo marinero.
Cuando la necesidad se convierte en virtud
La adopción definitiva coincidió, en buena medida, con la emergencia de los grandes veleros polivalentes: la carraca y, más tarde, la carabela. Para estos navíos de ambiciones transoceánicas, el timón trasero resultaba indispensable. El propio auge de la navegación de altura, impulsado por portugueses y castellanos que soñaban con cruzar el Atlántico, marcó el triunfo del modelo septentrional. Ya no importaba tanto el linaje del invento, como su funcionalidad: cabía poco margen para la nostalgia en medio de los mares abiertos y del incesante pulso con la naturaleza.
En el sur, sin embargo, se defendió durante mucho tiempo la idea de una evolución autóctona o, como mínimo, una adaptación paralela del concepto. Los ingenieros navales italianos, famosos por su ingenio, argumentaban que la propia morfología de las galeras había requerido el perfeccionamiento de sistemas de dirección avanzados, aunque en formatos menos reconocibles para los ojos modernos.
Durante los siglos siguientes, la animosidad se transformó en competencia e imitación recíproca. Los atlantes portugueses y castellanos, al igual que los balleneros vascos, adoptaron y perfeccionaron el timón de codaste. Las grandes exploraciones de los siglos XV y XVI, con Colón cruzando el océano y Vasco da Gama surcando el Índico, habrían sido imposibles sin esta pieza esencial. A estas alturas, la controversia ya no era sobre si usar un timón trasero, sino sobre quién podía construir el mejor y fijarlo al casco con mayor firmeza: el arte del mar continuaba su incesante carrera hacia adelante, con el timón de codaste como estándar definitivo de la navegación global.
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De esta forma, la larga contienda por el timón de codaste no solo resume un capítulo de técnica y rivalidad, es la historia universal de la innovación, tejida con los hilos de la competencia, el recelo y la audacia.