primera presidenta de la RAC
Ana Crespo, bióloga: «Deberían sonrojarse los que van a museos pero no distinguen una encina en el campo»
La investigadora, experta en líquenes, es la primera mujer al frente de la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de España
La bióloga canaria Ana Crespo hace historia como primera presidenta de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España
Madrid
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Iniciar sesiónAna Crespo (Santa Cruz de Tenerife, 1948), hija de familia numerosa y extensa, sintió desde siempre un gran respeto por la ciencia. «Había sobre todo médicos y algún historiador. Y muchas mujeres profesionales», rememora la propia Crespo desde su despacho de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España ... (RAC), con la imagen de Santiago Ramón y Cajal a sus espaldas. Apasionada de su trabajo, reniega de que la ciencia la escogiera, porque dice que es una frase «terriblemente petulante»; si bien reconoce que sí notó su «tirón» desde que comenzara a estudiar Biología. Y cada vez fue a más, sobre todo cuando se especializó en líquenes, organismos capaces de colonizar casi todos los ecosistemas que se conocen.
Quienes sí la eligieron fueron 37 de los 46 académicos que votaron en junio para nombrarla como la nueva cabeza de la RAC, la primera mujer al frente de esta institución desde su creación, allá por 1847. En total, 177 años de historia en los que los nombres femeninos han brillado por su ausencia: la primera académica numeraria fue la bioquímica Margarita Salas, elegida en 1986. La segunda fue la matemática Pilar Bayer, electa en 2004. Y la propia Crespo fue la tercera, en 2010, reconocida tras una extensa carrera y condecorada con distinciones como la Acharius Medal (máxima distinción individual por mérito científico que otorga la International Association for Lichenology) o la Medalla de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo.
—¿Qué se siente al ser la primera presidenta de la Real Academia de Ciencias de España?
—Yo no me siento especial. Pero sí me gusta pensar que soy un símbolo de que las mujeres podemos hacer lo que los hombres hacen, en igualdad profesional. Con eso sí que siento orgullo. La única responsabilidad que tengo es la de hacerlo bien, la misma que los anteriores presidentes.
—Fue la tercera mujer en entrar en la Academia, un lugar donde no se permitieron mujeres hasta el año 1986.
—En realidad no es que no se permitiera, es que no se las nombraba. Hay que tener en cuenta que existen diferentes tipos de académicos: numerarios o de pleno derecho; supernumerarios, que es una categoría voluntaria a la que acceden los numerarios; correspondientes nacionales, que están por debajo de los numerarios; y académicos extranjeros. Salvo la última categoría, el resto están limitadas por número, por lo que hay competencia.
—¿Se ha sentido discriminada por ser mujer?
—De joven era más difícil ganarse el hueco. He vivido muchísimas anécdotas al respecto, pero la mayoría de las veces la discriminación venía porque, aunque en general te trataban muy educadamente, no te hacían caso. Era común que un profesor no te dedicara tiempo si eras chica, más aún mediterránea, porque pensaba 'esta luego se casa, lo deja todo y estoy perdiendo el tiempo con ella'.
«Creo que se puede ser científica y feliz»
—Una vez que su carrera se estabiliza, ¿cambia la situación?
—Puedes estar más asentada, pero después viene la maternidad. Y ahí te conviertes en mujer orquesta: tienes que hacer de todo. Y tener mucha suerte para que las decisiones de la maternidad sean compartidas con tu pareja y tener un buen apoyo familiar. Aún así, creo que se puede ser científica y feliz. Tenemos que trabajar muchísimo, pero es algo tan apasionante, tan atractivo, tan bonito, que tira de ti. Muchas veces me cuesta distinguir el trabajo del ocio.
—¿Qué opina de la financiación de la ciencia en España?
—La investigación no es algo de hoy para mañana: siempre que hay un hallazgo científico, hay mucho trabajo de años atrás, mucha investigación constante. Yo creo que la gestión de los presupuestos de ciencia tiene que contar con el compromiso del país. Y para eso se tiene que poner de acuerdo, en primer lugar, la sociedad, que le tiene que dar la importancia adecuada a la ciencia, no tratarla como si fuera un adorno o un collar. La Ciencia es la base del desarrollo armónico de un país.
—¿Cree que, en general, hay poca conciencia de lo que significa la investigación?
—Se tiene respeto social, pero poca confianza en sus posibilidades. Es decir, yo no percibo que la gente piense que la ciencia puede resolver sus problemas o crear un país más próspero. Es como si la ciencia fuera una medalla que te cuelga. Pero no es eso. Y se ha demostrado con la pandemia, por ejemplo.
—Como sociedad, ¿nos hemos olvidado ya de aquello?
—No, no lo creo. Sigue creciendo el presupuesto desde entonces -aunque con el techo de gasto no sé en qué va quedar-. Pero sigue creciendo. El mismo sistema ya detecta sus errores, sus carencias, y se ha hecho transparente, de tal forma que es más difícil equivocarse en términos de financiación. Y el asesoramiento que presta la ciencia se escucha más. Los científicos nos sentimos libres, tanto si se nos pide una opinión como si no, para darla. Muchos científicos, de hecho, participamos en la elección de los integrantes de la Oficina Nacional de Asesoramiento Científico.
«Creo que las cosas se burocratizan cuando hay poca madurez»
—Hubo polémica porque los científicos ya asesoraban al Gobierno y hubo quien dijo que era duplicar cargos.
—Estaba inspirado en el modelo inglés que allí ha funcionado muy bien. Aquí habrá que verlo. También es mucho más difícil inventarse un sistema de cero: yo opino que los experimentos, con el método científico y en el laboratorio. Para este tipo de cosas no puedes estar con prueba y error. De momento partimos con un sistema que ha funcionado en otro país, formado por 22 personas elegidas por expertos de procedencias diversas, desde las Academias, los grandes centros de investigación, los sindicatos. Es decir, los mimbres están puestos. Posiblemente algunas cosas no funcionarán, otras sí… pero habrá mejorado el diálogo y la participación de los científicos en la actividad de distribución del poder.
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—Aquí podríamos hablar también de la excesiva burocratización del sistema de la que siempre se quejan los investigadores.
—Creo que las cosas se burocratizan cuando hay poca madurez. Aunque a mí no me gusta que se confunda burocratización con administración. A veces se dice 'esto es muy burocrático' y de lo que se trata es de garantizar la seguridad jurídica. España es un país muy garantista y, efectivamente, hay unos defectos burocráticos que el sistema garantista a veces propicia y de los que hay que estar muy pendiente y otorgarle mayor flexibilidad. Es cierto que hay que mejorar mucho la capacidad de gestión y que el sistema público del Estado aprenda que no todas las actividades que se realizan y se financian son iguales. Y eso en un Estado democrático se tiene que conseguir.
—Otro de los problemas a los que se enfrenta la comunidad científica es el temido 'publica o perece' y la presión por acumular estudios.
—Yo no solo lo he vivido, sino que lo he practicado. A veces incluso empujada por mis propios discípulos, que necesitaban publicar para ser más visibles. Ahora los currículos se fundamentan demasiado en la publicación y con eso a veces llegamos a la caricatura. Pero hay que quedarse con el retrato: publicar es necesario, y la competición no es mala, pero hay que hacerlo honradamente.
—¿Qué opina de los casos que se están dando en todo el mundo, incluido en España, de 'hinchar' el número de publicaciones?
—Creo que los casos han de analizarse uno a uno y cuando se tienen conclusiones científicas ciertas es cuando se puede hablar. Y no antes. Las anomalías son muy minoritarias, aunque aún así hay que denunciarlas y corregirlas.
—¿Y qué le parece el 'fichaje' de ciertas universidades de Oriente Medio a científicos españoles?
—También es necesario analizar caso por caso. Hay algunos que, ciertamente, han sido denunciados por malas prácticas y se ha confirmado el hecho, pero no son muchos. Hay otros que han tenido ofertas de universidades extranjeras en las que pagaban mucho, permitían tener todas las facilidades para desarrollar su trabajo e incluso les dejaban desplazar a su equipo entero. Y se han ido. Algunos no mantienen relaciones con España, pero otros sí. La ciencia es competición, pero hay que cuidarla y ganárselo. Y han de ser las propias universidades y centros de investigación los primeros interesados en reclutar a la mejor gente y mantenerla. Yo tengo una enorme admiración por el sistema que han desarrollado en Cataluña el Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados, el ICREA. Este sistema movilizó más comunidad científica, atrajo más talento de fuera y, por tanto, mucho dinero competitivo en términos generales.
«La inversión privada es bajísima, casi todo el sistema se sustenta en aportaciones públicas. Y claro, todo el peso recae sobre el ciudadano»
—También la inversión privada es mínima.
—En España la i+D privada es comparativamente menor que la de cualquier país europeo. La inversión privada es bajísima, casi todo el sistema se sustenta en aportaciones públicas. Y claro, todo el peso recae sobre el ciudadano y eso no es justo. No niego que el tejido formado por empresas pequeñas en su mayoría como pasa en España genere una situación peculiar. Pero también hay empresas muy grandes con mucha capacidad potencial para invertir y no lo hacen aquí, porque muchas veces se deslocalizan. Estoy de acuerdo en que el presupuesto del Estado tiene que ir creciendo, pero los científicos también debemos reclamar la parte de la inversión privada y que desde el Estado se le dé cauce.
—Aparte del problema de la financiación, ¿cuál sería otro de los caballos de batalla que, como presidenta de la academia, le gustaría abordar?
—Existe ahora mismo una línea muy específica que nos interesa mucho que es la de continuar con el diccionario científico español. Los científicos publicamos en inglés porque es la lengua franca y porque lo que se trata es de que te lea la mayor cantidad de investigadores del mundo posible. Pero por eso no tenemos que abandonar el español, porque la cultura científica en español también existe.
—Aquí entra la diatriba de que la cultura científica forme parte de la cultura general.
—No existe una separación neta. Debería sonrojarse aquel que, aunque vaya a muchos museos, no sabe distinguir una encina en el campo. La ciencia nos transforma la vida. No solo la tecnología para entender el teléfono o el ordenador, sino las matemáticas como base de todo, por ejemplo. La cultura científica y el respeto del método científico deben ser la base.
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—¿Cómo ve el futuro de las próximas generaciones de científicos?
—Nunca antes ha habido un momento donde ciencia y tecnología tengan tanto espacio. Pero, a pesar de que las máquinas puedan sustituir a las personas en muchas cosas y hacer maravillas, hay que pensar que detrás hay mentes humanas alimentándolas. Y creo que, a pesar de que las nuevas generaciones que quieran estudiar ciencia tengan un espacio muy amplio, ellos aún no lo ven claro. Eso es porque hay que mejorar su salario, sus posibilidades. La tecnología no se genera sola y por eso debemos prestar atención a las universidades, que tienen que portarse como ascensor social; es decir, lograr que el que pueda intelectualmente, alcance su sitio. Formar no solo técnicos, sino creadores.
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