Cómo lograr que me afecten menos los problemas de los demás
Ana Asensio, psicóloga y doctora en Neurociencia, explica cómo aplicar la distancia compasiva en nuestro día a día para ayudar y comprender a los demás sin sufrir por ello
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Iniciar sesiónA unos les preocupa la salud, a otros el dinero, a otros el amor pues se encuentran en plena crisis de pareja o familiar... Incluso algunos parecen inmersos en una crisis vital capaz de volverles fácilmente del revés, como si fueran calcetín. En definitiva, mires ... a donde mires y preguntes a quien preguntes la incertidumbre y el desasosiego parecen ser la nota dominante en tiempos de pandemia . De hecho, tal como explica la psicóloga y doctora en Neurociencia, Ana Asensio , el momento en el que vivimos ha removido muchos pilares en la vida de muchas personas y eso ha hecho que los expertos hayan centrado sus recomendaciones en que se ponga el foco en fortalecer el interior , en lugar de centrarse en lo que aporta un exterior inestable y cambiante. Pero la esencia humana es la que es y, como revela Asensio, no podemos escapar de ella: «Necesitamos las relaciones con los demás, sentirnos entendidos, vinculados, apoyados y útiles; y además necesitamos reforzar nuestro sentimiento de pertenencia», asegura.
Y esa esencia tiene una parte enriquecedora y nutritiva, que es la posibilidad de crear una buena red de apoyo social y de amistad, pero también lleva asociada esa otra parte que nos hace frágiles, vulnerables o más bien susceptibles al contagio de las emociones que viven los que tenemos a nuestro alrededor. «Es la famosa conciencia colectiva, que se forma inevitablemente debido a nuestras neuronas en espejo y por nuestra necesidad de vinculación, de imitación y de conexión con los demás», revela.
Por eso lograr apoyar a los demás sin que eso afecte a nuestro equilibrio emocional y sin que eso nos mueva «de nuestro centro» resulta difícil, ya que requiere, según detalla Asensio, no solo entrenamiento emocional y mental, sino también perseverancia amorosa, mentalización, atención, tranquilidad y serenidad para que seamos capaces de ver el mundo sin que nos resulte una amenaza y sin identificarnos con lo que está alrededor.
Una de las claves para lograr ese equilibrio es, por un lado, atender a nuestra energía de modo que tengamos la «batería interna» por encima de 50% de carga, ya que eso evitará que nos quedemos agotados si damos a los demás en exceso, según propone Asensio.
Otro de sus consejos es pasar ratos a solas y tener momentos de movimiento o de actividad física para, con ello, favorecer la salud cerebral y espiritual. También invita a escribir lo que sentimos cada día y aquello que nos permita conectar con la esperanza, la fe, la serenidad y la confianza. «Entrena con amor para ti, para poder sacarlo hacia el mundo sin descargarte de energía pues tu autocuidado se habrá convertido en una responsabilidad contigo y no en un acto egoísta», propone.
¿Un dolor compartido o ajeno?
Cuando la persona que está viviendo una experiencia dura es uno de nuestros seres queridos es importante valorar si el dolor es algo compartido. Por ejemplo, si a tu pareja le ha sucedido algo difícil como el fallecimiento de un padre, inevitablemente también te afectará a ti, no por el hecho de sea tu padre, sino porque es el abuelo de tus hijos o porque de algunas manera también sea tu familia, además de vivir la tristeza de los que te rodean. «En este caso puedes ayudar pero en cierta medida también sentirás ese dolor, aunque puedas trabajar por tener la mayor serenidad y equilibrio posible para acompañar y sostener las emociones de los demás», comenta la psicóloga.
Otro ejemplo difícil de gestionar es que si pareja ha perdido el trabajo, pues aquí se mezclarán dos aspectos que hay que gestionar. Por un lado corresponde acompañar su miedo y cómo le afecta a su autoestima , pero también habrá que afrontar los posibles problemas económicos que tal vez puedan tener como consecuencia cambios de carácter o incluso problemas de pareja. «Estas cosas son las que pueden hacer que un problema ajeno sea propio de manera real», explica.
Otra cosa es, sin embargo, conocer el dolor de un compañero de trabajo que se está separando, o el de una amiga que tiene miedo a contagiarse de Covid, o el de una vecina cercana que ha perdido a su marido... En estos casos, tal como argumenta Asensio, podemos apoyar desde la compasión con mayor facilidad, puesto que hay una distancia vital, y será más fácil para nosotros activar la distancia compasiva desde ese deseo de aliviar el sufrimiento, acompañando, pero sin que eso suponga un sufrimiento para ti o un problema añadido.
De hecho, la experta en Neurociencia recuerda que esa distancia compasiva o ecpatía implica que la amabilidad, el amor, el cuidado y la compasión empiezan por uno mismo: «La distancia compasiva es ese acto de autoamor que realizamos entendiendo que la primera persona y las más importante de nuestra vida somos nosotros, pero no como un gesto de egoísmo, sino como un acto de responsabilidad para poder estar bien con nosotros y donar esto al mundo. De esta manera podremos acercarnos y aportar, dar y donarnos a los demás desde el amor que nos profesamos y no desde el agobio o los miedos de atender una situación que nos desborda. Por tanto buscar esa autoayuda y esa serenidad y autoamor es un ejercicio de compasión para uno mismo y para el mundo que nos rodea».
La somatización, una alerta
Una de las señales que revelan que podríamos estar convirtiendo un dolor ajeno en nuestro problema es querer vivirlo tan intensamente (para que la otra persona se sienta apoyada) que pasemos por encima de nuestros límites desconectándonos de nosotros mismos y corriendo el riesgo de vivir ansiedad, estrés o incluso somatización.
También puede suceder, según apunta Asensio, que nos sintamos frágiles interiormente en ese momento y el simple hecho de que otra persona nos cuente algo doloroso haga que lo vivamos como una bomba y sintamos una mayor angustia, fragilidad o incluso insomnio, ganas de llorar, rabia excesiva o miedo.
Otra señal de que tenemos esa tendencia puede ser que nos veamos obligados a evitar el contacto con esa persona, porque sintamos descontrol con lo que transmite, con lo que comunica o con lo que los problemas que vive.
Cuando un ser querido lo está pasando mal, lo más humano es que sintamos, como explica Asensio, una compasión serena , esa distancia compasiva citada que nos lleva a ofrecernos como apoyo a la persona que queremos pero respetando los límites que podemos ofrecer y dar. «Si tenemos energía para dar plena presencia podemos hacerlo, pero si esto nos desborda es preferible que nos escuchemos para saber qué podemos ofrecer de verdad y darlo desde el corazón, en conexión con ese amor y entrega que beneficiará al otro y a nosotros», propone la psicóloga.
Sentir dolor, compasión, tristeza, preocupación o miedo por lo que les sucede a nuestros seres queridos es humano y normal. Puede ser frecuente que nos desbordemos, pero lo saludable es que aprendamos que esas emociones no pueden apoderarse de nuestro día, ni de nuestro sentir general, sino que debemos permitirnos funcionar en nuestro día a día con las otras emociones de una manera saludable. «Se puede estar triste por alguien, y tomarse un café agradable con amigos, se puede sentir dolor por un familiar y disfrutar leyendo un libro, saliendo a dar un paseo o bailando en una clase de salsa. Se puede integrar todo si trabajamos y entrenamos para vivir una compasión serena y constructiva», revela la psicóloga.
Podemos, por tanto, manejar el dolor ajeno correctamente si no lo convertimos en nuestro propio dolor y si atendemos a nuestras emociones para estar en contacto con el dolor o la emoción del otro, pero sin perdernos en ella.
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