Entrevista a Michael ignatieff
«Si las soluciones no vienen de Bruselas, asistiremos a una re-nacionalización de Europa»
El intelectual y ex-líder de la oposición canadiense Michael Ignatieff habla con ABC sobre el nacionalismo
Moisés Rubín de Célix
Michael Ignatieff (Toronto, Canadá, 1947) es un ejemplo de cosmopolitismo. De padre ruso, aunque diplómatico canadiense, y madre inglesa, los cambios de destino de su progenitor hicieron que Ignatieff pasase su infancia viviendo en diferentes países fuera de su Canadá natal. Estudió en ... la Universidad de Toronto, así como en Oxford y Havard y ha desarrollado su carrera profesional como historiador, escritor, periodista y político en Reino Unido, Francia y Canadá, donde fue líder de la oposición al frente del Partido Liberal de 2008 a 2011. Escritor prolijo y premiado, una de sus obras, Sangre y Pertenencia: Viajes al nuevo nacionalismo , inspirada en la serie documental del mismo título emitida por la BBC en 1993, acaba de ser publicada en español por la editorial El Hombre del Tres , que brindó la posibilidad a ABC de ponerse en contacto con Ignatieff para que, desde Toronto, respondiese a nuestras preguntas.
Pregunta : Señor Ignatieff, después de leer su libro es fácil hacer una reflexión sobre la importancia que tiene el idioma en los nacionalismos por el simple hecho de que entendernos con los demás permite que nos sintamos parte del grupo, en este caso de la nación. Sin embargo, en algunos casos se ejerce un uso propangandístico de la lengua nacional priorizandola sobre el aprendizaje de otras lenguas con proyección internacional. ¿ Hasta que punto conservar la tradición puede estar por encima de una adecuada educación de los jóvenes, responsables de la futura prosperidad de un territorio ? Respuesta: Cualquier nación o territorio con aspiraciones nacionalistas siempre querrá conservar su lengua nacional especialmente si esta tiene un número reducido de hablantes. Esto en ocasiones implica su enseñanza compulsiva a los más jóvenes o a todos aquellos que se trasladen a dicho lugar a vivir. Por otro lado, cualquier nación que quiera ser competitiva económicamente necesita enseñar a sus jóvenes tantas lenguas como sea posible. Estos territorios están en su derecho a querer preservar su lengua pero sería una locura privar a los jóvenes de aprender otros idiomas que, con seguridad necesitarán para poder competir en un mundo globalizado.
P : La segunda cuestión que quería plantearle es sobre la idea de un «nacionalismo positivo» que no destructivo, un buen ejemplo podría ser el que por etapas han protagonizado Madrid y Cataluña representando a las supuestas vocaciones centralizadoras y nacionalistas de ambos. ¿Cree usted que puede existir un nacionalismo positivo basado en una competición de la que ambas sociedades puedan sacar provecho? R : Es bueno para Madrid y Barcelona competir siempre y cuando esa competición sea positiva y trabajen juntas en las cuestiones que sea necesario. Nacionalismo positivo significa orgullo por ser quien eres y defenderlo con la mente abierta al resto. El nacionalismo positivo no necesita ser radical, sentirse superior ni ser hostil hacia otros pueblos.
P : ¿Hasta que punto los nacionalismos regionales asustan a los gobiernos centrales? ¿Es el nacionalismo regional uno de los grandes miedos de nuestra era? R : Los gobiernos centrales no deberían tener nada que temer de los nacionalismos regionales siempre y cuando sepan manejar la situación, esto es, transfiriéndoles únicamente competencias y autonomía sobre la administración de servicios locales, estableciendo regímenes estrictos de financiación y contabilidad para evitar una bancarrota a nivel estatal y elaborando una clara descripción de cuales son las competencias estatales: política exterior, política macroeconómica, seguridad nacional, fomento de una ciudadanía nacional en la que todos gozen de igualdad ante la ley.
«Un nacionalismo basado en el orgullo, sin hostilidad, es positivo»
P : Me gustaría preguntarle que similitudes ve usted entre el nacionalismo vasco y el quebequés. R : El nacionalismo quebequés, salvo por episodios puntuales a finales de los 60 y principios de los 70 nunca ha alcanzado las cotas de violencia del vasco. Del mismo modo, el nacionalismo quebequés nunca tuvo un apoyo desde fuera del territorio canadiense, algo que en caso vasco ocurrió con los comandos instalados en Francia. El desafío del nacionalismo vasco es convertirse, como el quebequés, en un movimiento basado únicamente en valores civiles, democráticos y constitucionales.
P : Hablemos ahora sobre Europa, ¿cree usted que los movimientos nacionalistas emergentes acabaran con la tendencia integradora de las últimas décadas? ¿Qué relación guarda esto con la crisis económica? R : Si Europa no encuentra un modo de mutualizar la deuda, coordinar la política fiscal común y desarrollar una estrategía de crecimiento que vaya más allá de meros compromisos, los ciudadanos se alejarán del sueño europeo y buscarán la solución en políticas de corte nacionalista que amenazan la integración europea. Si esto ocurriera los países ricos de la Unión se librarían de la carga que suponen sus socios pobres y a estos les tocaría nadar o hundirse.
P : Mi última petición, señor Ignatieff, es si usted podría hacer un balance sobre como ha evolucionado la presencia del nacionalismo en estos diecinueve años que han pasado desde que usted escribiera Sangre y Pertenencia: Viajes al nuevo nacionalismo R : El periodo cubierto por mi libro, el principio de la década de los 90, fue el más drámatico en cuanto a la creación de nuevos Estados y naciones desde 1945 o incluso desde 1918. No creo que algo de esta magnitud vuelva a ocurrir. Lo que quizás está a punto de tener lugar es una re-nacionalización de Europa si la Union es incapaz de resistir a la crisis económica. Los ciudadanos quieren soluciones y si no vienen de Bruselas buscarán devolverle todo el poder a los Estados.
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