Las monas de chocolate: un placer efímero

Este año, el restaurante Set Portes de Barcelona encargó al pastelero Oriol Balaguer que le hiciera una mona de Pascua para tener en exhibición durante unos días. El viernes se montó a la entrada del local de Pla de Palau. La mona consistía en siete huevos , cada uno con un motivo distinto. Se utilizaron 40 kilos de chocolate y 20 horas de trabajo para su producción. Después de un par de horas de estar a la vista del público, uno de los huevos se cayó y se rompió. Los clientes degustaron felices el chocolate negro con el que estaba hecha. El resto de los huevos no tendrán un final mejor, están destinados a desaparecer, en los estómagos de los clientes del restaurante barcelonés.

“Las mejores cosas de la vida son efímeras, un beso, una rosa, una ópera aria, el chocolate, la vida misma. Ese es el punto de todo”, decía el maestro chocolatero Antoni Escribà cuando le preguntaban si no le molestaba que su arte fuera efímero.

Coinciden con él las personas que comprarán alrededor de 660.000 monas de chocolate artesanales este año, de acuerdo a previsiones del gremio. Y a diferencia de una rosa, una mona no es un placer barato, pagarán por ellas entre 25 y 75 euros.

El nombre de monas proviene del árabe, “munna”, que significa “provisión de boca”, y se designaba a los regalos que los sirvientes les daban a sus señores. Con el tiempo, el nombre se le adjudicó a un dulce que los padrinos dan a sus ahijados el día de Pascua, para conmemorar el final de la vigilia de la Cuaresma. En sus orígenes, consistía en un dulce de pan esponjoso coronado con huevos duros, a veces decorados. El número de huevos indicaba la edad del ahijado. Todavía, en Valencia, y algunas regiones de Castilla la Mancha y Aragón, se prepara así. El pueblo valenciano de Alberic es famoso por sus monas tradicionales, que no preparan solamente en Pascua. En Cataluña también se fabrican algunas de manteca, yema y trufa.

Fue aquí donde con el tiempo los huevos duros se cambiaron por huevos de chocolate y después los huevos se cambiaron por otras figuras, hasta llegar a las esculturas, algunas monumentales, que se hacen hoy. Ahora, esta escultura de chocolate suele ser un escenario, por ejemplo, un campo de fútbol, un paraje de la selva, la playa, con una figurita de plástico, que los niños pueden guardar después de comerse el dulce.

La mayoría de estas figuritas suelen ser de personajes de la televisión, Bob Esponja, Dora la Exploradora o jugadores del Barcelona. Muchas se reproducen sin autorización de las marcas. El año pasado, esto provocó el decomiso de más de 2.000 monas, valoradas en casi 70.000 euros, a raíz de una demanda del club de fútbol. Sin embargo, las pastelerías más tradicionales evitan trabajar con estas figuras o cuando lo hacen, utilizan las certificadas. Al final, son las que más piden los niños, y si no las tienen ellos, la chocolatería de al lado sí las tendrá.

En los años de Escribà comenzó la competencia entre las pastelerías por ofrecer a los padrinos la mona más original. La precariedad de la post-guerra obligaba a los pasteleros a ingeniárselas para trabajar. No tenían las herramientas de los chocolateros de Suiza o Francia. Sin embargo, años después, eran los suizos y los franceses los que venían a España a aprender las técnicas de moldeado de chocolates. Pastelerías como Escribà, Farga y el Foix de Sarrià tienen años trabajando con el chocolate para sorprender a los clientes. En años recientes, Oriol Balaguer ha adquirido fama por sus creaciones.

Escribà quería ser escultor. Para pagar sus estudios vespertinos en la escuela de Bellas Artes, trabajaba por las mañanas en la pastelería de su abuelo. Un día, hizo falta mano de obra, y Escribà tuvo que dejar la escuela, pero no así su pasión. Gracias a una carrera truncada, los niños catalanes no reciben una torta de pan coronada con un huevo de chocolate, sino verdaderas obras de arte efímero.