Boris Vian y sus fiestas salvajes
Literatura, música, arte, teatro y cine se alían en la figura de Boris Vian. Un auténtico «hombre orquesta» de vida breve y veloz y obra precursora. Ahora se rescata su primera novela
Mercedes Monmany
Provocador e insaciable experimentador de todos los géneros y disciplinas artísticas imaginables –la poesía, la narración, la música de jazz, el teatro, el cine–, el escritor francés Boris Vian (Ville-d’Avray, 1920-París, 1959), aquejado desde niño de una enfermedad del corazón, ... y como si hubiera presentido desde hacía mucho su muerte prematura, no se conformó con una sola vida, breve y veloz: la que le fue dada.
Autor de novelas de auténtico culto durante el 68 –cuando él hacía ya una década que había dejado de existir–, poeta y compositor de famosas canciones –como la antimilitarista Le Déserteur , compuesta al final de la guerra de Indochina y justo antes de comenzar la de Argelia–, pintor, traductor de literatura americana, guionista de cine, autor de varios libretos de ópera y miembro del Colegio de Patafísica, fundado en 1948 como irónica contraposición a las academias de artes y ciencias del estilo del Collége de France, Vian fue un claro precursor de muchos movimientos y tendencias de vanguardia que llegarían tras su muerte. Ese sería el caso del Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle) de Queneau, Perec y Calvino, pero también de la implantación de la ciencia-ficción en su país, Francia.
Influido por la poesía surrealista, por el absurdo del teatro de Jarry o por una afición a las matemáticas que compartía con Queneau , su obra representa la imaginación en estado puro y en todas sus más variadas y delirantes combinaciones: a ratos fantástica, paródica, burlesca, amante de los juegos verbales o volcada ferozmente en despiadadas sátiras sociales y de costumbres de su tiempo.
Todo salta por los aires
Hablar de Boris Vian hoy es hablar de la inmediata y febril posguerra francesa en Saint-Germain-des-Prés, donde todos participaban de una fiesta permanente, recién salidos de la pesadilla más cruel y devastadora conocida hasta entonces por el continente. No en vano, la primera obra de este autor, ahora aparecida, Vercoquin y el plancton , es una disparatada recreación de las surprise-parties de aquellos años, que se abre y se cierra con dos fiestas, siendo la última la más salvaje y destructora , donde todo salta por los aires.
Representa la imaginación en estado puro y en todas sus delirantes combinaciones
En ella, aparte de narrar el descabellado intento de petición de mano, por parte de un personaje llamado «el Mayor» («un hombre muy amable, con mucha pasta y completamente idiota: el marido soñado»), de la muy interesada y poco romántica Zizanie, y de ofrecer una guía con instrucciones jocosas y detalladas para organizar una surprise-party, con todas sus variantes posibles (no hay una sola chica guapa, hay chicas guapas pero están todas ocupadas), Vian incluye una cruel sátira del mundo de la burocracia, donde el más completo absurdo cósmico y parasitario giraba en torno a subingenieros principales, delegados centrales, subdelegados y otros puestos y ocupaciones crípticamente indiscernibles, incrustados en un pomposo CNU (Consorcio Nacional de la Unificación) que no era otra cosa que la caricatura con la que ridiculizaba la AFNOR (Asociación Francesa de la Normalización), donde Vian trabajaba por aquel entonces.
Un laberinto de oficinas, pasillos y departamentos en el que manda como un pequeño reyezuelo el inútil y pretencioso Léon-Carles Miqueut, «un soplagaitas de la peor especie», a la sazón tutor de la poco recatada Zizanie, motivo por el cual el pícaro Antioche Tambretambre, consejero áulico del pánfilo Mayor, organiza un rocambolesco plan destinado a obtener el permiso necesario para el enlace de los dos tortolitos.
Será en estos «apestosos despachos con archivadores de roble sodomizado cubiertos de un barniz burocrático que tiraba a caca de oca» donde brillen en todo su esplendor el sentido del humor de Boris Vian y ese talento suyo para las más divertidas y deslumbrantes metáforas o para imágenes poéticas inusitadas y transgresoras. En aquellos despachos dormitan proyectos «de atribución incierta», «sistemas perfeccionados de fichas multicolores que nunca están al día», o bien voluminosos documentos fotocopiados, «siempre el mismo», que se sacan del cajón porque, al «ser muy gordos», queda muy bien el ojearlos cuando se espera a una visita.
Sin piedad
Referirse a Boris Vian es también, y sobre todo, traer a la memoria una atmósfera determinada y muchos nombres y lugares de encuentro, donde todos ellos, debutantes o gurús de aquellos años, se reunían: míticos cafés como el Flore y Les Deux Magots, frecuentados a diario por intelectuales y artistas como Jean-Paul Sartre –«culto a la personalidad» parodiado sin piedad por Vian, bajo la figura de un grotesco filósofo, Jean Sol Partre, en su obra La espuma de los días –, Simone de Beauvoir, Raymond Queneau, Juliette Gréco o Miles Davis; famosas cavas como Le Tabou, donde Vian tocaba la trompeta; o bien cabarets, hoy desaparecidos, como La Rose Rouge, que acogió varios espectáculos igualmente escritos por él.
Publicada en 1946, Vercoquin y el plancton es la primera novela de Boris Vian. Antecede a una de sus obras más emblemáticas, L’ecume des jours (La espuma de los días, 1947), cumbre exaltada y surreal del amour fou literario del pasado siglo, lo mismo que lo fue la no menos célebre Nadja , de André Breton. Una novela, aquella, ignorada al principio, que fue reivindicada ardientemente, lo mismo que otras suyas – El arrancacorazones, El otoño en Pekín o La hierba roja –, en los años 60 y 70, tras su desaparición.
Aficionado a tener decenas de seudónimos (muchos de ellos anagramas, como Bison Ravi, quien prologa la historia, más «realista» que una novela de Zola, de Vercoquin y el plancton ), Vian sólo conocería el éxito con la publicación, y el escándalo inmediato y mayúsculo, que se produjo tras su novela policiaca Escupiré sobre vuestra tumba . Firmada con el nombre de un supuesto escritor americano, Vernon Sullivan, con copiosas raciones de violencia y sexo, por ella fue condenado en 1950.
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