Muere el compositor Carmelo Bernaola, un músico polifacético y libre
El compositor Carmelo Bernaola falleció ayer al mediodía en el Hospital de Madrid, en el que fue ingresado la noche anterior a causa de un empeoramiento en su estado de salud. El músico, que contaba 72 años de edad, luchó durante meses contra un cáncer. La capilla ardiente fue instalada en la Sociedad General de Autores y Editores y hoy será incinerado en La Almudena y sus cenizas serán enterradas en Burgos.
MADRID. Carmelo Alonso Bernaola nació el el 16 de julio de 1929 en la localidad vizcaína de Ochandiano un niño que con los años se convertiría en un nombre fundamental de la música española de la segunda mitad del siglo XX. Como compositor no siguión ninguna moda y fue libre dentro de un universo musical muy amplio. Músico polifacético, creó partituras de muy diferente factura -música sinfónica y de cámara, ballet, ópera, teatro, cine y televisión- e incluso el himno de su muy querido Athletic de Bilbao, su club de fútbol, a lo que se añade su actividad como clarinetista y profesor.
A los siete años de edad, Bernaola se trasladó a vivir a la localidad burgalesa de Medina de Pomar, donde empezó a estudiar música y a tocar el clarinete en la banda de música local y en el Trío Medinés. A los 14 años cambió su residencia a Burgos, donde estudió con los maestros Amoreti y Quesada e ingresó por oposición en la Banda Militar de la Academia de Ingenieros. En 1951, dada su condición de suboficial del Ejército, fue trasladado a Madrid, donde estudia en el Conservatorio. Desde su llegada forma parte de un cuarteto músico-militar junto con Cristóbal Halffter, Ángel Arteaga y Manuel Angulo. Más tarde, opositó a la Banda Municipal y dejó el Ejército. En 1957 fue becado de composición de la Fundación Carmen del Río de la Academia de Bellas Artes. En 1959 logró una beca para el curso de Música en Compostela y ganó por oposición la pensión de Música de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, donde fue alumno de Goffredo Petrassi y Bruno Maderna. Obtuvo menciones honoríficas en los Premios Nacional de Música (1955) y Samuel Ros (1956). También en 1956 fue galardonado con el Premio Nacional de Compositores del SEU. A continuación se trasladó a Darmstadt, en Hesse (Alemania Federal), donde amplió formación con Bruno Maderna. En Siena (Italia) estudió dirección de orquesta con Sergiu Celibidache. A su regreso a España compaginó sus facetas de compositor y clarinetista de la Banda Municipal de Madrid. En 1962 consiguió su primer Premio Nacional de Música.
Bernaola demostró su versatilidad creadora en campos tan diferentes como el teatro, la televisión y el cine. Entre 1987 y enero de 1988, el Centro Dramático Nacional montó la obra de García Lorca «El retablillo de Don Cristóbal», a la que puso música el compositor vasco. Y un año más tarde, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigida por Adolfo Marsi-llach, representó «La Celestina», con partitura de Bernaola. En cuanto al cine, donde realizó un total de 82 bandas sonoras, su primer trabajo para la gran pantalla fue en «Diálogos de la paz» (1964), de Jordi Feliu, a la que siguieron «Nueve cartas a Berta» (1965), de Martín Patino; «Juguetes rotos» (1966), de Manuel Summers; y «Si volvemos a vernos» (1968), de Francisco Regueiro, entre otras. En el decenio de los 80 trabajó en las bandas de «Los paraísos perdidos» y «Madrid» de Martín Patino; y «Pasodoble» (1988), de José Luis García Sánchez, por cuyo trabajo recibió en 1989 el Goya a la mejor música original. Por su labor para este medio fue distinguido con premios como el Nacional de Música Cinematográfica (1967) y la mejor música del Círculo de Escritores Cinematográficos (1967, 1969 y 1972). No hay que olvidar tampoco sus trabajos para series de televisión tan populares como «Verano azul», de Antonio Mercero.
Miembro de la Real de Bellas Artes de San Fernando desde febrero de 1990, leyó el discurso de ingreso, contestado por su amigo y compañero Luis de Pablo, en 1993. El Ministerio de Cultura le concedió en enero de 1992, por segunda vez, el Premio Nacional de Música, compartido en esta ocasión con el pianista Joaquín Achúcarro. Medalla de Oro de Bellas Artes (1987), Premio Sabino Arana (1994) y Premio de Música de la Fundación Guerrero (2001), entre otros, una de sus mayores satisfacciones fue la investidura como doctor «honoris causa» por la Universidad Complutense, en 1998, al lado de Cristóbal Halffter, Luis de Pablo y Tomás Marco.
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