El primer samurái del toreo

Su historia sólo se puede narrar desde la épica. Una batalla sin ficción. Atsuhiro Shimoyama, El Niño del Sol Naciente en los carteles, abandonó su tierra natal en busca de un sueño: vestirse de luces. La Fiesta que Unamuno adivinó en el «bisonteo altamirano» la descubrió él en Japón a través de un reportaje taurino que desprendía «belleza, sentimiento y profundidad» cuando aún no había cumplido la mayoría de edad. Desde entonces lanceaba en sus duermevelas. Era el Quijote nipón apoderado de la locura del toreo.
Con dieciocho años, dejó el archipiélago estratovolcánico y su profesión de bailarín para aterrizar en España con el único equipaje de un esportón de deseos. Rápidamente se enamoró de Sevilla y sus ilusiones se erigieron como la Giralda. Pero pronto se truncarían: en el verano sangriento de 1995 el novillo «Vergonzoso» le propinó una voltereta que tronchó su incipiente carrera. Con la parte izquierda totalmente paralizada, la meta de El Niño del Sol Naciente quedó inerte. Todo se derrumbó hasta el punto de que por su mente rondó la idea de quitarse la vida. «Si no podía torear, me daba igual todo. Estuve a punto de morir», rememora con el verbo quebrado.
El toro salvó a hombre
En su camino se cruzó una compatriota como nexo de traducción entre los médicos que lo atendían en una clínica hispalense. El destino y el amor unieron al japonés que ansiaba forjarse como matador y a la japonesa que quería aprender baile flamenco. Poco a poco, El Niño del Sol Naciente se despojó de su depresión: «No fue sólo por el amor de una mujer (con la que se casó y tiene una preciosa niña de año y medio), sino sobre todo por mi pasión por el toreo». El toro salvó al hombre.
Prefiere no hablar de la cogida. A veces, al recordar, sufre ataques epilépticos. «Tengo miedo de contarlo», dice. Ni una pizca le da en cambio volver a ponerse delante del bravo. De noche y en las madrugadas, mientras su pequeña duerme, hace «la luna» en el salón de su casa. «Sé que torear puede tener graves consecuencias, pero la afición tira más». Admirador acérrimo de la tauromaquia de José Tomás, se marcó una meta: «Torear una vaca en el campo, pese a tener la parte izquierda inmóvil. José Tomás se enfrenta a los toros con torería, con gran estoicismo y quietud, y yo me entreno para conseguirlo». Intenta beber en sus fuentes asistiendo a sus corridas o a tentaderos. «He ido a la finca de Núñez del Cuvillo para aprender humildemente de figuras como José Tomás o Alejandro Talavante, pero no quiero molestar», señala.
Alcanzar su propósito pasaba por «conocer a Antonio Corbacho, que me ha dado fuerzas para seguir adelante y me ha enseñado a torear con una sola pierna». «Me encanta su filosofía samurái», subraya Shimoyama, que tiene una espigada figura y aroma torero pese a ese andar renco que le dejó «Vergonzoso».
La paciencia de su mujer
Cuenta que a su familia le aterra su decisión, pero que a la par la respeta. «A veces pienso que mi mujer tiene más paciencia conmigo que un seguidor de Curro Romero», espeta con gracia andaluza.
Su sufrimiento ha sido de tan alto calibre que, una vez recobrada la ilusión, pretende ser espejo de otros: «Servir como ejemplo para dar esperanza a discapacitados es mi aliciente mayor». Es un luchador nato: «Practico deportes paralímpicos de natación y esgrima. Quedé el segundo de Andalucía y ocupé el puesto dieciséis a nivel mundial».
Cuando los clarines anuncien el final de la temporada y el despertar de los tentaderos de invierno, El Niño del Sol Naciente podrá sentir de nuevo el toreo. La máxima del filósofo oriental Confuccio cobrará vida: a un general se le puede quitar su ejército, pero nunca a un hombre su voluntad. «Se paralizó mi cuerpo, pero no mi desmedida afición», sentencia el primer torero samurái.
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