Así es el Hotel Crillon, donde se refugia el 'savoir faire' de la aristocracia francesa
Con un precio medio de 2.300 euros la noche y algunas de las suites más espectaculares de Europa, el palacete de la Plaza de la Concordia es cita ineludible en una visita a París
Un restaurante único donde se pide el vino y la comida es el maridaje
Fachada del mítico hotel Crillon, en París
Su elegante fachada neoclásica, en el número diez de la Plaza de la Concordia, es una de las más fotografiadas de París. Refugio de María Antonieta y de la aristocracia francesa durante siglos, emblema del lujo europeo más refinado y con exclusivas suites diseñadas por ... grandes firmas, entre ellas Karl Lagerfeld, el hotel Crillon se mantiene como uno de los alojamientos más deseados del mundo y parada obligada en una visita a la capital gala.
Dormir en una de sus 124 habitaciones -diez de ellas, sofisticadas suites de autor- cuesta, de media, 2.300 euros, aunque en uno de sus dos 'Les Grands Appartements' -al que no le faltan, por supuesto, metros ni vistas o detalles como gimnasio, piscina, mayordomo y todo tipo de comodidades- sobrepasa los 20.000 euros la noche.
No en vano el edificio data de 1758 y es parte de la historia de Francia. Renovado de manera integral hace seis años, tras unas obras de tal envergadura que duraron otros cuatro, costaron 200 millones de euros y le devolvieron su carácter original de palacete clásico, el hotel alberga desde diversos espacios gastronómicos, tiendas o un exclusivo spa, hasta imponentes salones de eventos y fiestas con vistas a la ciudad.
Su origen
El Crillon nació ya noble, aunque su destino como hotel surgió de cierta forma de la Revolución francesa. Fue construido por el duque D'Aumont, hombre de confianza de Luis XV, en los terrenos que recibió cuando el monarca decidió crear la plaza para poner su estatua ecuestre y de paso urbanizar la zona, que une el jardín de las Tullerías con los Campos Elíseos.
De la tarea, que siguiendo la moda de la época volvía a la sobriedad y la distinción tras el despilfarro del barroco, se encargó el arquitecto Louis Francois Trouard. Lo heredó unos años más tarde quien le daría su nombre definitivo, el conde de Crillon, cuyo exilio de París tras ser liberado por los revolucionarios lo llevaría a convertirlo temporalmente, mientras durara su ausencia, en hotel.
La familia Polignac, que también recibió la propiedad en herencia, la restauró y terminó vendiéndola, en 1904, a la empresa Groupe du Louvre, que la volvió a convertir en hotel. En 1954 volvería a cambiar de manos, esta vez a la familia Taittinger, la del conocido champagne, que lo elevó al lugar de encuentro obligado de artistas e intelectuales, desde Peggy Guggenheim o Leonard Bernstein hasta Cocteau, y organizó en él grandes desfiles de moda y las mejores fiestas del momento.
Es tal su peso en París, y ubicación estratégica, que el Crillon tuvo su parte en las guerras mundiales y en la vida de las principales familias reales y aristocráticas de Europa desde que fue levantado. La propia María Antonieta se reunía allí con sus amigos, dicen que hasta aprendió a tocar el piano en sus salones, y curiosamente terminó su vida tal vez mirando aquellos balcones de su época feliz, pues fue gillotinada enfrente, en la Concordia.
La última reforma
Aún con todo, el Crillon no escapó del furor colorista y punk de los años 80 y sufrió entonces una nueva reforma que eliminó elementos neoclásicos de sus interiores. La diseñadora Ronia Rykiel, amiga de Jean Taittinger, vistió los ambientes del hotel nada menos que de amarillo, rojo y estilo art decó.
Medio siglo después de hacerse con él, la última familia propietaria lo traspasó al grupo Starwood, que a su vez lo vendió a la familia real saudí, aunque se sigue encargando hasta la fecha de su gestión.
Fue esta cadena especializada en hoteles de lujo la que acometió la última gran remodelación, la que se puede disfrutar hoy en los pasillos y distintos ambientes del exquisito hotel, donde los mármoles, lámparas, textiles, pasamanería, espejos y numerosas obras de arte hablan del renacido orgullo de su estirpe y de su carácter atemporal y distinguido.
Participaron de esta tarea 150 personas, desde ebanistas, marmolistas, carpinteros y artesanos hasta grandes figuras de la arquitectura y la decoración, bajo la batuta del arquitecto Richard Martinet, quien convocó a Aline Asmar para ocuparse de los ricos interiores de sus salones y de sus diez 'signature suites' en colaboración con Lagerfeld. Fue uno de sus últimos trabajos antes de morir. El diseñador de moda confesó que fue un sueño para él poder volcar su amor por el siglo XVIII en este proyecto, así como darse el gusto de bautizar a uno de los espacios con el nombre de Choupette, en honor a su adorada gatita y heredera.
El interiorista Tristan Auer se ocupó por su parte de la recepción, el lobby, los coches de cortesía y el salón de belleza, entre otros espacios a los que dotó del «estilo de Madame de Pompadour», mientras que Cyril Vergniol firma la ambientación del resto de habitaciones; Chahan Minassian los restaurantes, el spa y el precioso bar -siempre concurrido-; Louis Benech trabajó los jardines; Hugo Matha vistió al personal con una visión moderna y funcional sin renunciar al toque francés (quitó las corbatas y añadió pañuelos, por ejemplo), y Djorde Varda asumió los toques florales que alegran los pasillos y rincones del edificio.
Un rato en el Crillon
Fuera del sueño de alojarse allí y poder disfrutar al máximo de la experiencia Crillon, el hotel tiene las puertas abiertas al visitante que no es huésped pero quiere contagiarse, al menos por un rato, de su delicado espíritu, que encarna como ninguno el 'art de vivre' parisino.
Puede hacerlo en el spa, donde hay cabinas de tratamientos y se trabaja con productos de las firmas de belleza de lujo Sisley y Evidens, además de gimnasio y una hermosa piscina cubierta (el mayor reto de la reforma final fue, justamente, poder incorporar un espejo de agua al sótano de una estructura tan antigua y compacta).
O en alguno de sus demandados espacios gastronómicos. El bar Les Ambassadeurs, premio a mejor bar de Europa en 2018, es un gran atractivo con sus espejos, lámparas y molduras doradas que parecen trasladar a un salón versallesco y que ofrece música en vivo por las tardes.
Restaurante L'Ecrin, una estrella Michelin, en el hotel Crillon de París.
También funciona en el Crillon la selecta pastelería Butterfly, del jefe pastelero Matthieu Carlin y exquisitas tartas; una 'brasserie' para comer en cualquier momento, Nonos, de Paul Pairet, que contiene también una tienda de comestibles; un jardín de invierno que es un auténtico oasis en el centro de París, y su restaurante gastronómico, L'Ecrin, que ostenta una estrella Michelin y solo abre de lunes a viernes, con el chef Boris Campanella y el sumiller Xavier Thuizat como orfebres de la experiencia de altura.
En el hotel Crillon pasaron unos días de vacaciones, en agosto pasado, Tamara Falcó y su marido Iñigo Onieva.