El resplandor de la Baronía de Sant Oïsme
Los paisajes que inspiraron a Joan Miró son también perfectos parajes para escapar del bullicio del mundo
Dejamos las tierras del Ebro a retaguardia y la concurrida C-12 en Flix, y optamos por la desierta y serpenteante C-233, que discurre entre olivares que aprovechan cada palmo de tierra hospitalaria o no . Son los paisajes que plasmó Joan Miró, ... y que los aficionados a la antropología dicen que forjan el carácter.
En Bovera han plantado las antenas de los móviles sobre el cementerio, para que tengan buena cobertura «los que faltan» (así se refieren a los muertos en los pueblos recelosos). Aunque el hambre es mala consejera, en Grandella hay un bar de obreros, Les Garrigues, donde se come como un cura a precio proletario. Atendido por camareras rumanas, el cocinero sabe aviar con talento de hedonista desde un pollo con caracoles a la sacrosanta butifarra.
El pre Pirineo leridano se huele en Balaguer, pero empieza a ser irresistible en una carretera que conviene recordar más allá de la memoria huidiza del GPS, sobre todo si se quiere huir de lo previsible o de los recuerdos, del bullicio menestral de Lérida y de Les Borges Blanques (Borjas Blancas), en donde trabajé de camarero cuando era feliz por indocumentado, sobre todo porque en la Posada del Salat no me dieron una jornada de libranza a la semana hasta que dos colegas de Puente Genil me ilustraron sobre mis derechos.
Después de Camarasa, la C-13 se dejar llevar por el imán pirenaico y el curso del Segre gracias a la voluntad racional de los ingenieros y la vital de los rebecos. Son montañas de geología tan desnuda que corres el riesgo de ponerte metafísico. Entre los picos y taludes de la Sierra de Sant Mamet, el Segre canta encajonado, se remansa en las represas y reaparece en los túneles practicados por la roca viva que atravesamos con los ojos niños que compramos para este viaje a un país que no conocíamos. Desde luego no el de estas latitudes provinciales, y merced a la lentitud que propician y a la que obligan las carreteras secundarias, que te llevan no tanto adonde quieres ir como adonde tal vez puedas llegar a ser. Aunque al final todo se quede en ilusiones de la voluntad.
Huir del mundo
El agua del pantano impone su mansedumbre de fiordo o de lago en el que se ha destilado todo el cobre de Oslo y de Helsinki, novelas negras y necesidad de cambiar el mundo. Las noticias vuelan y nos hacen creer que sabemos de qué va la vaina. Mientras Norman Birnbaum escribe que Obama es el «tecnócrata supremo» y que «su calma y su contención enfurecen a sus adversarios, que son demasiado estúpidos para comprender su exquisita defensa del orden actual», comentaristas recalcitrantes le acusan de todo lo contrario: de estar dispuesto a sacrificar la solvencia de Estados Unidos en el altar de la reelección. Todo suena inútil y turbador en la soledad extrema de la Baronía de Sant Oïsme , vestigios de un enclave levantado en el siglo XI para colonizar un paraje de belleza sobrehumana.
Una torre que parece cilíndrinca, pero que un arquitecto avezado califica de «troncocónica» domina las casas de piedra aferradas a la roca, aprovechando las anfractuosidades de un promontorio que desafía a los vientos que aquí deben gemir por las penas de la humanidad, las víctimas de Oslo y de Somalia, tan diferentes y tan estrechamente relacionadas. En el hotel a la orilla de la carretera, la pareja que atiende parece sobrellevar con estoicismo una soledad lunar. Es el lugar idóneo para ponerse a escribir «El resplandor» a la luz de cuarzo del Pirineo leridano, donde perderse de los afanes del mundo y hacerse monje del escepticismo.
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