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Blanes, paraíso sin estridencias

El veraneante puede confirmar lo que señaló Bolaño: «Es más antigua que Nueva York y en ocasiones parece una mezcla rabiosa de Tiro, Pompeya y Brooklyn»

Blanes, paraíso sin estridencias

miquel porta perales

En el extremo meridional de la Costa Brava , se extiende la villa de Blanes, entre la desembocadura del Tordera y la colina de San Juan, con un paseo junto al mar y una gran roca, Sa Palomera: un animal en reposo que decora el paisaje y parte la bahía en dos. La belleza y la efervescencia del lugar y sus gentes sedujeron a Roberto Bolaño cuando en 1985 llegó para trabajar en la tienda de bisutería de su madre.

El escritor tuvo noticia de Blanes en México, en los setenta, al leer «Últimas tardes con Teresa», de Juan Marsé, pues los padres de la protagonista veraneaban en ese –dice– «paraíso inalcanzable del charnego Pijoaparte», el –confiesa– «paraíso alcanzado por el sudaca Bolaño». Paraíso sin estridencias que descubrí en la misma década, con la secuela del boom turístico; y que todavía puede descubrir el visitante, desde la tranquilidad de un paisaje acogedor y amable. Las calas bajo la ladera de San Juan, donde apuntan las ruinas de un viejo castillo, con su torre restaurada y su capilla; el Jardín Botánico creado, en 1924, por el alemán Karl Faust; el convento reconvertido en sala de conciertos, que observa el horizonte desde su atalaya sobre el agua; el puerto pesquero, el club de vela y la lonja conservan el recuerdo de prestigiosas atarazanas y floreciente comercio. La omnipresente Sa Palomera, que mira el abigarramiento de los edificios y el pasar de las gentes, desde una perspectiva distinta, dentro del mar. Cerca, en tierra, cual barco varado, el singular edificio de la Biblioteca Comarcal.

Parada y fonda. Las tapas –los mejores calamares en millas a la redonda– y el cava –Mont-Ferrant, el más antiguo de Cataluña–; también, las terrazas y los restaurantes, desde la coctelería hasta la nueva cocina, pasando por el menú turístico, la pizzería, la jamonería, la marisquería o la sidrería asturiana. Para espectáculo, el Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de la Costa Brava, con 43 ediciones. Y la Galería L’Arcada, con un interesante fondo de pintura, escultura, cerámica, fotografía y obra gráfica, de artistas nacionales y extranjeros.

La Blanda Aeterna romana pide ser recorrida con calma: el mercado de frutas y verduras, en el romántico Passeig de Dintre, frente al Ayuntamiento y las últimas casas modernistas; la fuente gótica, adornada de crestería, pináculos y gárgolas, junto al teatro municipal y la casa solariega del escritor Joaquim Ruyra; la iglesia de Santa María, con fachada y campanario góticos; las ermitas del núcleo urbano y las afueras, de los siglos XII al XVII; la plaza de la Verge Maria, antiguo mercado del pescado y núcleo del comercio urbano. Junto al arco en honor de los copatrones, Santos Bonoso y Maximiano, el estudio donde el chileno Bolaño escribió parte de su obra.

Roberto Bolaño señaló que Blanes «es más antigua que Nueva York y en ocasiones parece una mezcla rabiosa de Tiro, Pompeya y Brooklyn». Lo he comprobado tras muchas experiencias y viajes, al volver a donde pasé los veranos de mi segunda juventud.

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