alicante
Jávea, el esplendor de la tosca
Hemeroskopion, «la atalaya del amanecer» que fundaron los griegos, ha conservado milagrosamente su majestuosidad ante el avance del ladrillo
fernando r. lafuente
La «esplendorosa Xabea» (Jaume II), por sus tierras pasó El Cid. Todo en Jávea es historia y es presente. El milagro de esta localidad ha sido conservar la majestuosidad del paisaje en los años del horror urbanístico, horror tan magistralmente narrado por Rafel Chirbes en ... Crematorio y En la orilla (Anagrama). Jávea salió ilesa y ese es hoy el mayor bien que hace a una historia plagada de presencias. Entre el 800 y el 480 a. C. los griegos fundaron Hemeroskopion, que significa «atalaya del amanecer», porque es en el Cap de Sant Antoni donde se encuentra el punto más al este de la vieja Península Ibérica y donde surgen las primeras luces del día. Una atalaya, sí, en la que no sólo el amanecer es una fiesta; también sus atardeceres, mientras la vista permanece aquietada ante el imponente Montgó, un monte mágico y mítico. Los días claros, desde la Cruz del Portitxol se contempla Ibiza . Jávea/Xàbia, es tierra de pescadores, de cultivadores de la pasa, del almendro, de campos bañados por la plenitud de una naturaleza que ha sobrevivido a la especulación y el disparate. Sí, Jávea es un milagro. Casi uno siente cierto pudor al contarlo, no vaya a ser que la magia se rompa de repente; uno querría ocultarlo, guardarlo como un secreto, tal es el entusiasmo que contagia este lugar: «Ni calor per Sant Joan, ni fres fins Nadal».
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Es la borbónica Jávea, leal a Felipe V en la Guerra de Secesión, que más allá del vaivén turístico posee un patrimonio histórico conservado desde la Edad de Bronce, con los recientes descubrimientos de la Cova del Barranc del Migdia, la Cova Tallada y el esplendor de la tosca, piedra porosa, por el Montañar, un sublime paisaje que regresa a los tiempos de la Imperial Roma con la sèquia de la noria, y las trece albercas cuadradas cerca de donde se sitúa el Parador Nacional. En Jávea se sienten las huellas de los moriscos y su renuncia a salir del Reino en 1609, las torres de defensa ante las incursiones de la piratería berberisca y la melancólica iglesia-fortaleza de San Bartolomé en el casco viejo.
El hombre de la isla
Pero lo que convierte en singular esta amable «Villa Real» son los parajes naturales. La Cala del Pope, bajo los acantilados del Cap de Sant Antoni, de una belleza conmovedora, lugar donde un exiliado pope de la Revolución Rusa acostumbraba a bañarse cada mañana porque eligió Jávea para vivir y aquí tradujo la Biblia a varios idiomas; la excepcional y recatada cala de la Granadella, parque natural, o las de Ámbolo y el Cap Negre; la isla del Portitxol, donde todavía se escucha el eco de la voz de Paco Rabal cuando allí se filmó El hombre de la isla; la formidable contemplación de la costa desde el Cap de la Nau y toda la bahía envuelta entre la bruma de los días y la memoria. Y una gastronomía popular, sencilla y familiar, con las gambas rojas, las salazones y el arroz de leña. Un goce sereno y secreto, cercano a lo que debió de ser, algún día, el Paraíso.
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