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Casiano Alguacil, concejal del Ayuntamiento de Toledo

En el Centenario de su muerte

Casiano Alguacil, concejal del Ayuntamiento de Toledo

enrique Sánchez Lubián

La figura de Casiano Alguacil es imprescindible en la historia cultural de la ciudad de Toledo. Su aportación al desarrollo de la fotografía le convierte en uno de los grandes maestros españoles de esta técnica. Sobre la faceta artística de este singular toledano de Mazarambroz, de quien en 2014 se cumple el centenario de su muerte, ya se han publicado en este suplemento trabajos del historiador Rafael del Cerro Malagón, pero Alguacil también fue un hombre comprometido con la actividad política, siendo concejal y figura destacada del republicanismo local. El 30 de septiembre de 1868, hacen ahora 146 años, se incorporó por primera vez a la Corporación Municipal toledana.

El levantamiento revolucionario de septiembre de 1868, encabezado por los generales Prim y Serrano, junto al almirante Topete y políticos progresistas como Sagasta o Ruiz Zorrilla, está considerado como el primer intento en la historia de establecer un régimen político democrático en España. El día 30, pocas horas después de que Isabel II se exiliara en París, en la Sala Capitular del Ayuntamiento de Toledo se procedía a constituir una nueva corporación municipal cuyos miembros habían sido designados por la Junta Provincial Revolucionaria. Fue nombrado alcalde Blas Hernández y Hernández y entre sus miembros destacaba el fotógrafo Casiano Alguacil, quien contaba treinta y seis años de edad. Por sorteo fue designado Regidor quinto y miembro de las Comisiones de «Teatro» y de «Instrucción Pública».

Uno de los asuntos de la actividad municipal en los que Casiano tuvo destacada participación fue en las gestiones encaminadas a la construcción del futuro Teatro de Rojas. Con fecha 20 de octubre de 1868, el presidente de la Junta Provisional de Gobierno de la provincia de Toledo, Rodrigo González Alegre, considerando que no había nación culta ni ilustrada que no fomentase el teatro, había decretado que se construyese un coliseo en la capital «proporcionado a las necesidades de la misma, que reúna las condiciones de capacidad, ornamentación y demás circunstancias que exigen los adelantamientos de nuestra época». Unas semanas después el Consistorio ya estaba manos a la obra. Al empeño, Casiano no sólo dedicó su tiempo, sino que también aportó dinero. Entre las vías barajadas para la financiación del proyecto, así como otras obras municipales, se pensó en la emisión de acciones por valor nominal de veinte escudos, suscribiendo nuestro protagonista dos de ellas.

Uno de los principios sobre los que se sustentaba el movimiento revolucionario era la implantación en nuestro país del sufragio universal. Así, para el mes de diciembre de 1868 fueron convocadas elecciones municipales. En las mismas, Alguacil no resultó elegido. Este revés no fue nada más que un paréntesis. A finales de 1869, ahora sí en las urnas, logró ser de nuevo concejal. Tomó posesión el 17 de enero de 1870, siendo nombrado Regidor once y miembro de las Comisiones de «Espectáculos, Funciones Públicas, Ferias, Mercados y Orden Interior» y «Especial de Aguas».

La consulta de las actas municipales nos confirma que Casiano Alguacil fue un concejal cumplidor de sus obligaciones consistoriales. Junto al desarrollo del proyecto de construcción del Teatro de Rojas, también se preocupó por la secular problemática del abastecimiento de aguas a la ciudad, en especial sobre las deficiencias de caudales en las captaciones realizadas en La Pozuela. Otro de los asuntos en los que intervino fue el debate sobre la conveniencia de eliminar el impuesto de consumos. En junio de 1870, en vísperas de la celebración del Corpus y ante la circunstancia de que no se dispondría de banda militar para la procesión, propuso que participase en la misma la banda de aficionados de la ciudad, dándosele una gratificación económica y pidiéndoseles que luego ofrecieran un concierto en el Paseo de la Vega.

En las Casas Consistoriales, Alguacil fue protagonista de momentos históricos como las proclamaciones en 1870 del duque de Acosta como rey de España, bajo el nombre de Amadeo de Saboya, o de la Primera República, el 11 de febrero de 1873, tras la abdicación del monarca.

Conocida en Toledo la renuncia de Amedo, los concejales se reunieron en sesión permanente para garantizar a los vecinos tranquilidad y sosiego, y «para no consentir ataque alguno a la propiedad, a la familia, ni a la seguridad de los ciudadanos». Se dividieron en turnos, para que siempre hubiese una representación municipal en el Consistorio. A Alguacil le tocó estar entre las ocho y las diez de la tarde. A las doce de la noche se presentó en las Casas Consistoriales el gobernador civil, quien proclamó la República en la ciudad de Toledo . Mientras, en la calle, vecinos, acompañados por bandas de música, daban vivas a la nueva forma de gobierno y pedían armas para su defensa y consolidación. Antes de levantar la sesión permanente, la Corporación aprobó un manifiesto destacando que «un nuevo horizonte político, una brillante aurora, en cuya irradiante luz encuentra la libertad el más firma baluarte contra todo género de asechanzas, anuncian la prosperidad y ventura tan suspirada por nuestra querida Patria». Al rayar el alba, la bandera republicana fue izada en el balcón del Ayuntamiento, hubo repique de campanas, se tocaron himnos patrióticos y por la noche se iluminó la fachada de las Casas Consistoriales. En reconocimiento al nuevo régimen, se dio el nombre de la República a la Plaza de las Verduras, donde se estaba construyendo el nuevo teatro.

Ocho meses después de esta proclamación, Alguacil vio aumentar sus responsabilidades municipales al ser nombrado miembro de las Comisiones de «Beneficencia», «Policía Urbana», «Obras Públicas» y «Abastecimiento de Aguas». El 19 de enero de 1874, nuestro protagonista asistía su última sesión municipal. Dos semanas antes, el general Pavía había desalojado por la fuerza al Congreso de los Diputados, poniendo fin a la experiencia republicana. En su última reunión municipal, entre otras cuestiones, se aprobó el reglamento para la Academia de la Banda de Música Municipal y la cesión de los locales de las escuelas de párvulos para la celebración de bailes de máscaras durante el próximo carnaval.

Tras el golpe militar se disolvieron los ayuntamientos y se nombraron, nuevas corporaciones municipales. La de Toledo tomó posesión el 20 de enero. Atrás quedaban para Alguacil cinco años de servicio a la ciudad, aunque no su compromiso político. El 28 de marzo de 1903 se celebró en Madrid una gran asamblea que concluyó con la constitución de Unión Republicana liderada por Nicolás Salmerón. Alguacil, que ya contaba con setenta años de edad, se integró como vocal de su comisión organizadora en la provincia de Toledo . Junto a él se encontraban personajes tan destacados de la vida social toledana como el comerciante Antonio Garijo, el doctor Tomás Gomez de Nicolás, el pintor José Vera, los catedráticos Julián Besteiro y Luis de Hoyos o el periodista Magdaleno de Castro. En las elecciones municipales de noviembre de ese año, los republicanos consiguieron uno de sus mayores éxitos al lograr seis actas de concejal en el ayuntamiento toledano.

En el final de sus días, Alguacil mantuvo una nueva, y bien diferente, relación con el Ayuntamiento. En 1908 donó a la institución municipal varios centenares de sus placas y algunos positivos. La Corporación acordó nombrarlo conservador del Museo Artístico Fotográfico, integrado en la Biblioteca Municipal Popular, con una contraprestación de 1,50 pesetas diarias. Esa cantidad fue el sustento de sus últimos años, antes de morir a los ochenta y dos años triste, agotado y solitario en el Hospital de la Misericordia el 3 de diciembre de 1914. El concejal Díaz-Marta, vecino y amigo personal del fotógrafo, se hizo cargo de los gastos del entierro, mientras que el Ayuntamiento le concedió una sepultura gratuita a perpetuidad en el Cementerio Municipal, donde aún reposan sus restos.

En los días en que falleció Casiano Alguacil, los toledanos pudieron conocer la nueva galería fotográfica que el granadino Abelardo Linares había abierto en el establecimiento de muebles y objetos artísticos que tenía en el número 58 de la calle del Comercio. Con su apertura, donde destacaba la recreación de un patio de estilo árabe, se iniciaba otro extraordinario capítulo para la historia de la fotografía en Toledo.

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