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El camino de las Navas de Tolosa

La asociación Studium ha realizado la última etapa del itinerario que siguieron los cruzados y del que se han cumplido 800 años

El camino de las Navas de Tolosa abc

M.C.

Tal y como se publicó en el número del 26 de octubre en ABC, la asociación Studium realizó la última etapa del camino de las Navas de Tolosa .

La entrada del otoño apremiaba para que esta última etapa de jornada y media (sábado completo y mañana del domingo) se realizara lo antes posible, ya que el mal tiempo (frío, viento o lluvia) podrían abortar la marcha, más aún si consideramos que la noche del 26 al 27 pretendíamos pasarla vivaqueando en Sierra Morena, tal como así se hizo, y junto a un lugar emblemático de las jornadas previas a la batalla de las Navas de Tolosa.

Las jornadas anteriores, 22 y 23 de octubre, había llovido en Toledo abundantemente e incluso el 25 viernes por la mañana; por ello, cuando el 26 sábado por la mañana nos levantamos en El Viso del Marqués y nos encontramos con el suelo mojado, los presagios no parecían nada halagüeños.

Por cierto, me dejaba en el tintero que el viernes por la tarde nos trasladamos a El Viso del Marqués donde dormimos aceptablemente bien en un local que nos proporcionó con agrado el consistorio de dicha localidad. Local bien acondicionado y aprovechado, en el edificio de lo que no hace mucho había sido el mercado del citado municipio.

Comenzamos la marcha a las 9 y media de la mañana del 26 por una pista que se dirigía directamente hacia la sierra, y hora y media después nos encontrábamos en lo que eran las auténticas estribaciones de Sierra Morena (los cruzados del 1212 llegaron a los mismos parajes el 11 de julio ¿se imaginan el fresquito que debía hacer?).

Por un camino, que a veces iba por la umbría otras por la solana y las más de ellas zizagueaba para adaptarse al terreno y de esa manera sortear arroyos y barrancos, llegamos a la venta de Magaña o lo que queda de ella. Eran las dos de la tarde y se acumulaba algo de retraso debido al pequeño despiste que tuvo nuestro guía. Allí hicimos alto para comer a la vez que dejábamos rienda suelta a la imaginación. La citada venta se encuentra en un estado manifiestamente mejorable (como algunas fincas de ciertas regiones de nuestra querida España; ¿sólo las fincas?).

Su estructura respondía a las necesidades de albergue de unos caminos -las carreteras de la época- que aprovechando las calzadas romanas unían la meseta con Andalucía, hasta que a mediados del siglo XVIII, en tiempos del rey Carlos III se pudo abrir un paso más directo y menos quebrado y sufrido por entre los riscos de lo que hoy llamamos Despeñaperros. No pude evitar el pensamiento acerca de la cantidad de ilusiones, alegrías, aventuras y desventuras de las que han sido testigos mudos sus paredes y que nos podrían contar si ellas hablaran.

Alguien me contó que un hidalgo y caballero andante anduvo por esas serranías acompañado de su sensato escudero y tuvo por esos pagos alguna que otra aventura. También recordé que por esos lugares de la sierra alcanzó la muerte por fatiga el inquieto y batallador rey don Alfonso VII cuando regresaba a Castilla de una de sus algaradas y correrías por Andalucía.

A las dos y media de la tarde reanudamos el camino, para a los pocos minutos alcanzar el curso del río Magaña (¿Guadalfajar de las crónicas?). El mismo transcurre en el sentido transversal al de nuestra marcha, y el cárcavo que lo alimenta es, en esta época del año y con sus tonos ocres, sencillamente espectacular. Con un agua limpia por su cauce no agostado, alimentaba un pequeño embalse situado en el lado izquierdo a nuestro sentido de marcha.

Allí mismo nace lo que queda de la calzada romana que unía Castilla con Andalucía, pero del que nos apartamos, ya que años de abandono de la misma han hecho que, ese trayecto, nos hubiera supuesto pegarnos a brazo partido con la madre naturaleza. Además, menos de dos kilómetros después, la pista forestal y la vieja calzada se unen para llevarnos, ambas, a la venta Bazona, donde llegamos a las tres y media de la tarde.

He de aclarar que de la misma sólo queda un montículo del que se adivinan los cimientos y rellenos de cascotes. Esta venta se encontraba en un lugar estratégico, pues se ubicaba en un puerto amesetado en el que confluían diversos caminos, siendo el más importante el que unía la venta de Magaña con el puerto del Rey, y que sigue, de nuevo, un tramo de la calzada romana.

Desde allí seguimos la pista que por la umbría de la peña de Malabrigo nos conducirá al puerto del Muradal o Muladar; la citada pista transcurre, en su nacimiento, paralela y casi solapada al tramo anterior de la calzada.

Me he olvidado decir que, desde el río Magaña a la venta Bazona, el camino sube de una manera moderada, pero desde ésta última al Muradal el camino se empina de tal manera que tuvimos que cambiar el ritmo de la marcha, el cual pasó de 50 minutos de marcha y 10 de descanso a 25 minutos de marcha y 5 de descanso.

Cuando llegamos al Muradal hora y media después, vimos e imaginamos la visión que el 12 de julio del 1212 observaron los tres Reyes: el paso de la Losa (los nuevos viaductos abiertos hace pocos años en Despeñaperros), el campamento almohade, donde hoy está Santa Elena (recordemos que es fundación de Carlos III) y a los lejos a la izquierda se divisa Vilches (primera localidad conquistada después de la batalla). La tarde del 26 era tan clara que a los lejos, en el último horizonte, se recortaban las montañas que se encuentran al sur de Jaén.

Desde el Muradal y media hora después llegamos al castillo de Castro-Ferral, el cual sería conquistado por los cristianos el 13 de julio del 1212. Allí, tal como estaba convenido, acudieron unos amigos de Santa Elena a fin de acercarnos lo necesario para pasar la noche, cenar y desayunar el domingo día siguiente.

A continuación, todos juntos, visitamos los restos del castillo que evidentemente estaba ubicado en una situación que le permitía hacer de almenara a la vez de controlar el itinerario, que en la época, seguían las distintas «razzias» o incursiones de uno y otro lado, según fuera su dueño.

Dicho castillo se encuentra en un estado lamentable, no sólo debido al paso del tiempo sino a la acción adecuada, y me malicio que maliciosa, de las máquinas orugas que haciendo el cortafuegos se excedieron en su celo; por él, hicieron que el cortafuegos pasara por encima del castillo dejando únicamente un lienzo de una pared –más que lienzo se quedaría en «li»- de lo que debía de ser una especie de torre del homenaje.

Pasamos la noche en las proximidades del castillo disfrutando de una temperatura ideal, de un cielo totalmente libre de contaminación lumínica y de ruido alguno. Todavía pudimos oír la berrea de algún venado y observar un cielo repleto de estrellas, como ya no puede verse en nuestras ciudades.

Al día siguiente, domingo, regresamos al Muradal tal como hicieron nuestros ancestros, y seguimos la cuerda de Malabrigo en un camino parecido al que hicieron hace 801 años y que llevó a pensar a los musulmanes que los cristianos se retiraban y abandonaban su empresa a la vista de la inmensidad de su ejército.

El camino nos llevó al puerto del Rey, al que también se accede, como ya se apuntó, siguiendo la antigua calzada de la que nos desviamos en la venta Bazona. Allí nos encontramos a los componentes de una asociación de bicicleta de montaña que tiene su sede en Toledo (mtbtoledo).

Después de descansar unos minutos y de hacernos unas fotografías con nuestros recientes amigos, descendimos siguiendo el trazado de la calzada romana (nuestra compañera de muchos tramos) aunque únicamente un tramo del trazado llamado «El Empedradillo» conserva la estructura de lo que un día fue parte del orgullo de Imperio romano.

Cuando estábamos llegando a la Mesa del Rey (finales del día 14 y día 15 de julio del 1212) se unió a nosotros –tal como habíamos acordado- un pequeño grupo proveniente de Santa Elena y, con su alcalde «Nani» ( realmente Juan, pero si no escribo el apodo por el que todos lo conocen rompe las amistades conmigo), nos condujo a las estribaciones de la Mesa del Rey que dan a la zona de la batalla y donde entre el 15 y 16 de julio desplegó el cuerpo central del ejército cristiano.

Allí los ballesteros de la Santa Vera Cruz del rey Fernando III han colocado un mástil en el que siempre ondea la bandera de España y un cartel en el que de manera esquemática y clara se expone el recorrido que hicieron los ejércitos de las Españas hace más de VIII siglos desde Toledo a Miranda del Rey (pedanía de Santa Elena).

En este contexto conviene aclarar que varias localidades se atribuyen la gloria de ser el solar de tal gesta (La Carolina o la localidad de Las Navas de Tolosa) pero hoy día los historiadores son unánimes al afirmar que esta batalla, que debería figurar entre una de las más importantes del mundo occidental, ocurrió en el término municipal de Santa Elena donde ahora, en nuestro relato, nos encontramos.

Allí volvimos a soñar e imaginamos dónde estaba el palenque de al-Nasir (el Miramamolín de nuestros libros de Historia) rodeado de su guardia negra y cómo a las 10 de la mañana (12 horas para nosotros) de un 16 de julio, embutidos en sus lorigas o forrados de hierro, cuesta arriba y con el sol de cara los ejércitos de las Españas se lanzaron contra el enemigo sabiendo que la victoria era lo único que valía y daba sentido a su esfuerzo.

Fuimos vueltos a la realidad por nuestros anfitriones de Santa Elena y por un numeroso grupo de jóvenes que acudió al lugar acompañado de sus guías turísticos y aprovechando que el día era más bien primaveral.

Desde la zona de la batalla fuimos llevados a la Carolina donde se encuentra el monumento que conmemora la batalla y en el que ven representados los cuatro reyes que intervinieron en la batalla (Alfonso VIII de Castilla, su sobrino Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y al-Nasir «Miramamolín») junto con Jiménez de Rada a la sazón arzobispo de Toledo.

Aunque los consistorios de El Viso del Marqués (Ciudad Real), Santa Elena (Jaén) y la Carolina (Jaén) colaboraron con nosotros, no sería justo si no enfatizara el apoyo dado por los ya citados ballesteros de la Vera Cruz y sin cuya ayuda este recuerdo andante a la gesta de nuestros mayores no habría sido posible.

El camino de las Navas de Tolosa

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