En la muerte de Manuel de las Casas

Ninguno de nosotros somos capaces de vislumbrar cuán lejos llegó su generosidad y su conocimiento. Como un norte, siempre mantuvo una dirección, no siempre la misma porque era un aventurero también. Caminos diferentes pero un mismo pensamiento, siempre dirigido a la búsqueda de lo mejor, hacia la verdad, esa que tanto se niega.

Discreto, amable, duro. Detrás de una aparente rudeza, un corazón que se deshacía por ayudar y enseñar. De Talavera, de Toledo, reparó su Catedral y lo quería hacer con pavés. Crítico, arregló conventos e hizo escuelas. Comprometido, dedicó su vida a la casa patio, en las viviendas más humildes y en las más elegantes. La arquitectura es una responsabilidad social, decía.

Político, se enfrentó a los oligarcas que manejaban el Patrimonio como si fuera suyo y puso a los mejores a repararlo, produciendo una operación de regeneración del Patrimonio que es necesario difundir. Catedrático, profesor de profesores, arquitecto de arquitectos. Uno de los pocos capaces de convertir a la Escuela de Arquitectura de Madrid en una de las mejores. Será la Escuela de Toledo, su última gran obra.

Hoy este proyecto utópico como él lo llamaba, tiene muy claro quién es su fundador y a quién debe seguir en su pensamiento. Nosotros ahora, le pedimos permiso para apoyarnos en sus hombros y desde aquí contribuir a mejorar la enseñanza de la arquitectura que hoy pasa momentos de incertidumbre.

Manuel de las Casas es desde ayer uno más entre de los grandes de España, junto a Javier Sáenz de Oíza, Alejandro de la Sota, Miguel Fisac, José Antonio Coderch, Ramón Vázquez Molezún y José Antonio Corrales forma parte de aquellos que no podremos olvidar.