La dura vida del inventor ibérico
España siempre fue tierra de ingenios. A día de hoy, muchos emprendedores siguen dedicando grandes cantidades de dinero y esfuerzo a popularizar sus ideas y alcanzar reconocimiento
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Madrid
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Iniciar sesiónGuillermo Alonso lleva inventando toda la vida. Cuando era un niño de siete años, tenía una libreta secreta llena de diseños e ideas que, por entonces, no tenía muy claro cómo llevar a cabo. Ahí igual te encontrabas con garabatos de una central de ... osmosis, capaz de generar electricidad a partir de la mezcla de sal y agua, que con el esbozo de una escoba eléctrica. La vocación para dedicarse al negocio de sacar adelante productos novedosos ya estaba ahí, y, a diferencia de lo que nos pasa a la mayoría cuando somos pequeños, nunca se le escapó entre los dedos. Puso todo de su parte para conseguir que su sueño se convirtiese en realidad. Aunque sabía que, en realidad, no había que estudiar nada concreto para dedicarse a los inventos, tenía claro desde la adolescencia que, para tenerlo más fácil, lo mejor sería cursar estudios de ingeniería. Y así lo hizo.
En 2015, con el título bajo el brazo, optó por seguir el consejo de una de sus profesoras y comenzar a desarrollar el ingenio más sencillo entre todos los que había ido elucubrando a lo largo de los años. Así nació el 'vasoplato', un recipiente alargado y curvo con un agujero en uno de sus lados, pensado para que el usuario coloque su bebida. «La idea llegó en una fiesta gastronómica en la que no había hueco ni un hueco en la barra. Pensé, por qué no hay platos que puedan sujetar los vasos. Luego me di cuenta que para fiestas en casa también sería útil», recuerda el joven inventor burgalés, de 38 años, en conversación con ABC.
A diferencia de muchos otros inventores nacionales que se lanzan a la aventura de patentar y comercializar sus inventos sin pensarlo dos veces, Guillermo tuvo suerte con el 'vasoplato' casi desde el principio. Consiguió llevar el invento a la televisión, convenció a un par de importantes inversores para apostar por él, y comenzó a comercializarlo. Y ahí sigue, dando beneficios desde 2016. «Se vende muy bien. Sobre todo en épocas de verano», señala Alonso, que ahora anda 'trasteando' junto a algunos compañeros en el desarrollo de una sierra eléctrica capaz de frenar en seco cuando detecta carne cerca del filo.
El amor del burgalés por el ingenio le terminó llevando a crear la Fábrica de inventos, su propia empresa en la que, junto a otros ingenieros, expertos en comercialización y en registro de patentes, ayuda a inventores a sacar sus ideas adelante. Que no es fácil. Pero vamos, ni por asomo. No son raros los casos en los que el creador se hipoteca hasta las cejas e invierte decenas de miles de euros para que la cosa, al final, se quede en nada. Como mucho, en un montón de 'stock' del producto de turno apilado en un rincón de casa.
700.000 euros en I+D
España siempre ha sido tierra de inventos. De la piel de toro, solo por poner algunos ejemplos, son el galeón, la bota de vino, la fregona, el Chupa Chups o la jeringuilla desechable. Hasta la minipimer, que fue creada por el diseñador comercial barcelonés Gabriel Lluelles en 1959, quien, después del éxito atronador, vendió la idea a la empresa alemana Braun. «He trabajado con inventores de todo el mundo, y no hay ningún país en el que haya más ingenio y mejores ideas que en el nuestro», señala Alonso.
Entre los inventos que el ingeniero ha ayudado a sacar adelante se encuentra, por ejemplo, la trituradora de escombros, planeada y desarrollada por el constructor manchego Santiago López. «La idea se me ocurrió en 2015, durante unas obras en unas terrazas de un décimo piso. El coste de la retirada de los escombros era inviable para la comunidad», señala el inventor en conversación con este periódico. Rápidamente, se puso manos a la obra con los diseños y se puso en contacto con otras empresas para la construcción de la maquinaria. La trituradora, finalmente, fue patentada en 2016 y comenzó a comercializarla. Para este apartado, más delicado, tuvo que ponerse en manos de terceros.
«Una cosa es la invención y otra la comercialización. Eso es una labor muy importante. Muchos inventores se quedan en esa parte y no comercializan o lo hacen mal», señala López. El inventor dedicó al desarrollo del ingenio, capaz de reducir los escombros a arena, que puede ser reutilizada en la obra, unos 60.000 euros: «No entro a valorar si es mucho o poco; pero, desde luego, para mi ha representado un gran esfuerzo». La trituradora tiene precios que se mueven entre los 4.000 y los 5.000 euros y, hasta la fecha, se han comercializado unas 160 unidades. Por el momento, López no ha cubierto gastos, pero «la cosa va para delante» y espera comenzar a tener beneficios en el corto plazo.
Mientras tanto, el fontanero barcelonés José Emilio Parra lo está teniendo bastante más complicado. La bombilla se le encendió en los momentos más duros del Covid. Se dio cuenta de que las cisternas gastan mucho más agua de la necesaria, y se le ocurrió crear un dispositivo que permitiese ponerle fin al derroche. El resultado fue WC Sensor, que toma el control del paso del agua a la taza y que, además, cuenta con una aplicación para que el usuario pueda regular el gasto hídrico. De acuerdo, con sus datos, el ingenio permite un ahorro diario del 70% del agua que utiliza el váter. O lo que es lo mismo: unos 7 litros.
«El desarrollo fue un problema desde el principio, porque al final estaba entrando en un sector que no es el mío. Yo no sabía nada de desarrollo de producto y tenía que acertar con la ingeniería. Además, al cometer errores con empresas también vas teniendo cada vez menos dinero», señala el inventor barcelonés a este periódico.
Parra señala que durante el desarrollo de su sistema cometió varios errores y depósito su confianza en empresas que no cumplieron sus expectativas. «Primero confié en una que me lo daba todo. Pero fue una gran mentira y el gasto fue importante. En la segunda a la que acudí me ocurrió lo mismo», recuerda. Todo esto, sumado con un pedido ficticio y otros tantos pormenores, han provocado que el barcelonés, hasta la fecha, haya gastado más de 700.000 euros en el invento y que ande hipotecado «por todos sitios»; pero no ceja en el empeño de conseguir rentabilizar su idea: «Es un tema complejo. Nadie se levanta por la mañana pensando en que quiere algo así. Hay que crear una necesidad y hay que saber venderlo, y en eso estamos ahora mismo, que lo estamos intentando vender como una herramienta que puede ayudar a las empresas a ahorrar».
Ni drogas ni calvicie
En esa fase, en la de encontrar empresas que apuesten por la innovación, también anda el arquitecto de Algeciras Juan Manuel Gallego, creador de una tapa para vasos pensada para evitar casos de sumisión química en discotecas y conciertos. «Se me ocurrió después de ver el gran aumento de casos que estaba habiendo en España», dice a este diario el inventor. El dispositivo es reutilizable y va acoplado mediante unas gomas a la parte superior del recipiente. El usuario tan solo tiene que abrir un enganche y deslizar la tapa a un lado para beber.
«El plan es que el día de mañana la gente pueda comprarlas directamente de forma individual y que los negocios puedan adquirirlas al por mayor. La idea es conseguir que los propios locales apuesten por la salud de sus consumidores», señala Gallego. Aunque el dispositivo no se está comercializando todavía, el arquitecto espera que se comience a ver en restauración a inicios del año que viene. Actualmente está en negociaciones con un par de empresas de eventos para que apuesten por su idea.
A la busca de apoyos también anda Juan Manuel Martín, un agricultor de Plasencia que al ver cómo iba perdiendo pelo, y como a su hermano «ya no le quedaba ni uno», se decidió a inventar un dispositivo que permitiese ralentizar la caída. El resultado fue una gorra con vibración que fue patentada después de mucho esfuerzo y años de trabajo. «Me empecé a dar cuenta de que nadie perdía pelo por detrás de las orejas. Solo por el frontal y la parte de la coronilla. Por eso terminé creando una gorra que ayudase a mejorar el riego sanguíneo mediante la vibración», señala el agricultor.
Martín fue desarrollando y experimentando con el dispositivo por su cuenta. Contó con la colaboración de una empresa para conseguir patentar y terminar el invento. La gorra se está comercializando desde 2021 a un precio de 89 euros. Sin embargo, hasta el momento, el inventor sigue lejos de haberla amortizado: «Invertí más de 50.000 euros y, hasta ahora, habré vendido unas 60 gorras de las 1.200 que tengo. No tengo publicidad ni nada y anda todo un poco parado. Al final estoy yo solo con esto, la gente ni se lo cree».
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