El urogallo, el ave más amenazada de España, sobrevive a los peores incendios del país

Pese a que los fuegos del verano podían haber puesto en jaque su supervivencia, el ultimo censo revela un ligero aumento de ejemplares

El éxito del programa de cría en cautividad augura esperanzas a largo plazo, como ocurrió con el lince ibérico

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Un urogallo (Tetrao urogallus) ABC

Hace unos años, en los claros de los robledales de la cordillera cantábrica, resonaba cada primavera un sonido grave y metálico: el canto del urogallo (Tetrao urogallus). Este ritual, mezcla de chasquidos y silbidos, servía para atraer a las hembras en los 'cantaderos', lugares ... de cortejo donde los machos desplegaban su espectacular cola de abanico y erizaban su barba negra bajo el pico. Ahora, ese canto apenas sobrevive en un puñado de montes de León y del suroccidente de Asturias. Tras los incendios de este verano, que arrasaron miles de hectáreas de su hábitat, y con apenas 209 ejemplares censados, se temía que este ave hubiera quedado herida de muerte.

Varios expertos ecologistas dieron la voz de alarma la semana pasada, a través de informes que señalaban daños en las áreas importantes para la conservación de la fauna aviar, e indicaban que aves como el buitre negro, el milano real, el águila imperial ibérica o el urogallo podían tener sus poblaciones comprometidas. Sin embargo, los primeros datos disponibles ofrecen un respiro inesperado, al menos para la especie que es un emblema de Cantabria. «El urogallo está lejos de extinguirse», afirma con rotundidad a ABC Felipe González, delegado de SEO/BirdLife en Cantabria e investigador del grupo de expertos sobre la especie del Ministerio para la Transición Ecológica (Miteco). «Tras el susto inicial tenemos buenas noticias, nuestros urogallos han podido esquivar el fuego. Incluso sabemos que una hembra radiomarcada con tres pollos en Degaña sobrevivió intacta al paso de las llamas», explica González.

Sin un lugar para vivir

El urogallo es una de las aves más singulares y emblemáticas de la fauna ibérica. Llegó a la península ibérica escapando de la última glaciación hace 20 mil años. El macho puede alcanzar casi un metro de longitud y superar los cuatro kilos de peso. Luce un plumaje oscuro con reflejos verdosos, un llamativo escudete rojo sobre el ojo y una 'barba' de plumas erizadas que lo distingue de otras especies. Las hembras, más pequeñas y de tonos pardos, crían solas a los polluelos tras anidar en el suelo. No obstante, su área de distribución ha sufrido un retroceso vertiginoso. A finales del siglo XIX ocupaba unos 30.000 kilómetros cuadrados de toda la Cordillera Cantábrica. En los últimos 50 años, su área de distribución se ha reducido en un 90%. Además, los incendios de este verano se cebaron con algunas de las zonas más valiosas para la especie. En cuestión de días, las llamas devoraron bosques enteros en el suroccidente asturiano y el norte de León, hábitats clave para la cría y alimentación de los urogallos.

El temor era comprensible: un fuego a destiempo puede arrasar nidos, polladas y adultos en cuestión de horas. Pero los datos de seguimiento de ejemplares radiomarcados invitan a la esperanza. «Todos los individuos marcados siguen emitiendo señal», explica González, quien añade que «esto no quiere decir que no haya bajas, pero sí demuestra que la especie ha resistido un golpe que podría haber sido fatal».

Múltiples amenazas

No obstante, el fuego no es su único frente. Desde hace décadas, el urogallo acumula otro tipo de amenazas. Desde la pérdida de hábitat por el abandono rural, la presión de depredadores como el jabalí, hasta la fragmentación de sus poblaciones o la endogamia. Pero en medio de tanta adversidad ha surgido una noticia alentadora. El último censo genético, realizado en 2023, arrojó una cifra de 209 ejemplares. «Puede parecer ínfima, pero supone un ligero aumento respecto a los 196 de 2019. Es la primera vez en décadas que la población contabilizada crece», comenta González, quien también señala que la especie que había tocado fondo «podría estar en condiciones de iniciar una recuperación».

Aun así, no todos comparten su optimismo. «Que el último censo haya sido ligeramente superior es una buena noticia, pero no debe llevarnos a bajar la guardia«, advierte María Fernández, profesora de Ecología en la Universidad de Oviedo. «Con poco más que dos centenares de ejemplares, el urogallo sigue en una situación extremadamente frágil». En 2018, el Miteco declaró al urogallo en situación crítica, lo que obligó a aprobar medidas urgentes de conservación. Desde entonces se han desplegado acciones específicas en sus áreas de presencia.

Uno de los pilares de la estrategia es el centro de cría en cautividad de Valsemana, en León. Tras años de dificultades, los técnicos han afinado las técnicas reproductivas y logrado que salgan adelante las primeras puestas viables. «Ya se ha dado con la fórmula para que los pollos prosperen», afirma González. «Esto permitirá, más pronto que tarde, contar con ejemplares preparados para reforzar las poblaciones silvestres. Es un trabajo largo, pero que ya dio resultados en especies como el lince ibérico». Fernández, sin embargo, pide cautela: «El urogallo es una especie muy sensible. Lo que funciona en el lince no necesariamente va a funcionar aquí. No basta con criar ejemplares: necesitamos bosques en buen estado, conectividad y ausencia de perturbaciones».

Un caso de gestión política

El urogallo sigue siendo también un caso de gestión política. El Principado de Asturias, pese a la obligación legal, aún no ha aprobado un plan específico de recuperación. Castilla y León sí lo tiene, pero la coordinación general corresponde hoy al Ministerio, que lidera las actuaciones. «Es cierto que Asturias tiene esa asignatura pendiente», admite González. «Pero lo importante es que el plan estatal está funcionando y que las tres administraciones —Ministerio, Castilla y León y Principado— trabajan juntas sobre el terreno».

Además, otra de las novedades en la conservación del urogallo cantábrico es la atención a su diversidad genética. Un estudio del CSIC ha demostrado la viabilidad de mezclar subespecies del urogallo, ya que pertenecen a la misma unidad biológica. Esto ha permitido traslocar individuos de unas poblaciones a otras para aumentar la diversidad genética y aliviar los efectos negativos de la endogamia. «Ya no hablamos de subespecies distintas, de urogallo pirenaico o cántabro. Ahora hay uno solo, el ibérico. Esta estrategia ha permitido dar más opciones de futuro al urogallo, sin comprometer la identidad de la población local», dice González.

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